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van-1996-06-gMe he paseado bastantes veces por América Latina en estos dos años pasados. Desde Salvador Bahía a Santiago de Chile, de Sao Paulo a Ciudad de México, a Bogotá, Medellín, Barranquilla, Lima, Caracas. No me ha sido difícil empezar a sentirme un poco en casa. Pero no quita que como visitante de arraigo europeo me sigan llamando la atención ciertas cosas. De las que más, la gran cantidad de gente que vive del comercio callejero, vendiendo lo que pueden, comida lo que más, pero hay de todo. Desde mandos de televisión a ropa, cordones de los zapatos, minutos de telefonía móvil. Collares y baratijas junto a zumos de fruta, “carnitas” o pan de bono, café y donuts, galleticas o enchiladas. El soporte más habitual de muchos de estos puestos es un carrito de supermercado “customizado” con o sin toldilla, una esquina lo más estratégica posible y un par de sillitas de plástico. A veces un “bicicarro” o un anciano Renault 4L adaptado. Yo confieso que siempre me ha atraído lo de comer en la calle, ya sea un “raspado” con sirope, un helado o una cachapa. Pero mis colegas locales me apartan sistemáticamente de todo lo que sea comer en sitios de escasa confianza higiénica, así que en poco puedo beneficiar a toda esa gente. Pero ahí están, sobreviviendo.

De este lado está todo mucho más pulcro y organizado. Demasiado organizado, empiezo a pensar. Hace unos días leía de un emprendedor que quería montar unos puestos de comida rápida basados en un automóvil “Smart” modificado. Y que no le era posible porque los ayuntamientos a los que había acudido no permiten la venta ambulante. Y me hizo pensar. Me hizo pensar en que, tal vez, cabría regular el arranque de micro-negocios, que diesen servicio adicional a la población y sacasen a gente de la fila del paro. Porque sospecho que cuando alguien como el emprendedor que cito se decide a iniciar la batalla, se le ponen delante una cantidad de requisitos que a mucha gente la paran antes de empezar. Hay que ser realmente “smart” para resolver todos los papeleos. Porque no todo en lo de emprender es cosa de tener crédito. De hecho, mejor sin crédito.

Lo de que para vender al público se deba tener un local es, hoy en día, un freno serio al comercio. Con la caída del consumo que sufrimos, a ver quién es el guapo que adivina cuánta gente va a pasar por delante de su local y cuánta va a entrar y cuánta comprar. Y mientras tanto andas cargado de gastos fijos, alquiler incluido. Difícil que la gente se meta. En cambio si puedo deambular, como los de la camioneta de Frears, ya me buscaré yo los clientes donde estén. Habría que hacerlo fácil. Si me lo ponen fácil, igual me jubilo y me dedico a venderle cerveza fría a los guiris en la playa de Benidorm. Ahora… si tengo que montar un chiringuito con freidora y declaraciones de IVA incluidas, me lo tengo que pensar…

Ahora en serio, lo de la economía informal, en América Latina, es un problema. La OIT estima que hay 93 millones de personas trabajando de manera informal en el continente. Lo de la higiene es una faceta, pero la falta de seguridad, el trabajo infantil, la falta de protección social, son las cuestiones verdaderamente importantes a resolver. Pero todos los gobiernos tienen un problema semejante, si sacan de la economía informal -aquella constituida por todas aquellas actividades económicas que, sin ser criminales, tampoco están totalmente registradas, reguladas y fiscalizadas por el estado en los mismos espacios en que otras actividades similares si lo están-, a toda esa gente, pues se arriesgan a incrementar la miseria, o la delincuencia en el peor de los casos.

En cambio en España, con más de cinco millones de parados, se trata de flexibilizar, de abrir caminos, formales pero sencillitos, para que la gente se busque la vida. Porque con grandes superficies y la gran distribución, y tiendas y bares cerrando a millares, va a haber que repensarse lo del pequeño comercio.

Y a ver si entre España y América Latina encontramos el justo medio.

Remolcador ValiñaHace unos días desayunaba con “La 2”. Pasaban un programa que se llama “Aquí hay trabajo”. Podía añadir que debe ser el único sitio de España, si quisiese ser ácido. Dejémoslo. No dudo de la buena intención del programa, pero le falta imaginación y es un punto deprimente. Mostraban un “taller ocupacional” en no sé qué sitio de Andalucía, con un grupo de hombres y mujeres aprendiendo a poner ladrillos, construir una arqueta y cosas parecidas. Albañilería básica. Alguno de los alumnos contaba su atribulada historia: que había sido peón en la construcción, que luego puso un bar que le fue mal, que había estado unos meses de camarero y que ahora llevaba año y medio sin trabajo. Y así varios. ¿Más albañiles?

El mayor problema que tiene España, seguro, es el de tres o cuatro millones de personas de muy difícil “empleabilidad”, por usar un “palabro” que no sé si la RAE tiene aprobado. Luego lo miro, porque estoy en un avión y no tengo el diccionario aquí a mano (no está, que ya he aterrizado…). Desde que allá mediados los noventa empezaron la construcción y el turismo, sobre todo, a tirar de la economía española, el mundo ha dado unos miles de vueltas y la sociedad española y sus gobiernos sucesivos han sido, hemos sido, incapaces de entender cuánto cambiaba en el entorno global, gota a gota, vuelta a vuelta. En los últimos tres lustros hemos pasado de la realidad, a secas, al espejismo y de vuelta a la realidad, esta vez cruda. A ver cómo conseguimos ahora volver a la realidad a secas.

En ello andaba yo en el otoño de 1960, cuando con mis padres aterricé en La Mancha. Bueno, en realidad llegamos en tren. De hierro. De regreso de la emigración buscó mi familia el apoyo de la familia hasta saber a dónde íbamos a parar. Así que acabé en un instituto de bachillerato “laboral” que llevaba una comunidad de frailes en Manzanares. Allí, mezclado con cosas esenciales, como saber dónde está El Bierzo, empecé a manejar la lima y el garlopín. Se me ha quedado la idea de que aquellas clases de mecánica y carpintería no eran mala cosa.

Bueno, lo de mecánica no es más que un eufemismo, porque en realidad a lo único que me enseñaron es a limar. Fue toda la mecánica que aprendí en los meses que pasé en aquel colegio. Llegabas a clase y te daban un dibujito de una pieza sencilla, un trozo de hierro y una lima. Y a limar. No se imaginan lo difícil que es dejar plano y a medida un trozo de hierro. Plano que cuando lo apoyes en una superficie plana de verdad, hagan contacto al 100%. Y a la medida de lo que te piden, que también aprendí a utilizar un calibrador. De eso trata la cultura del hierro, que lo que en carpintería se arregla con unos buenos martillazos o en albañilería con un poco más de yeso, y más mazazos, con el hierro no es tan sencillo.

Pues por ahí es por dónde yo creo hay que atacar. Tenemos que insistir con el hierro. Menos ladrillo, menos madera y más hierro. ¿Qué exportamos? Coches…. hierro. Trenes… hierro. Acabo de leer que Arcelor con otro puñado de empresas han desarrollado en Asturias un nuevo modelo de raíles para trenes de alta velocidad, ¡bien! … hierro. Hemos perdido casi toda la construcción naval, pero todavía somos capaces de construir y vender barcos, ¡hasta portaviones!, si nos ponemos. O petroleros para Pemex. ¿Y qué exportan alemanes, ingleses, italianos, suecos, americanos, japoneses, coreanos?… mucho hierro.

En España la cultura del hierro está por el norte. Vascos y navarros sobre todo. Asturianos, aunque no han evolucionado lo suficiente, me temo. Y no hablo sólo de coches, que ya sé que también se fabrican en Aragón, en Castilla León, en Galicia o en Cataluña. Hablo de Cultura del Hierro. Hablo de enseñar a los jóvenes y a los obreros de la construcción en paro, a pensar con precisión de hierro, a un caldo de cultivo hacia más metalurgia en nuestra producción. A un reciclaje de nuestra economía, en cuanto a trabajadores manuales, que se ocupe menos de formar albañiles, camareros o cuidadores de ancianos. Mira uno los cursos del INEM y sus aledaños, incluyendo academias y sindicatos, y no parecen haberse enterado de que por ahí pasa la “empleabilidad” de esos millones de trabajadores que están en la lista del paro. ¿Y qué piensa la ministra? ¿Que es una apuesta? Pues es posible, pero más vale el “¿Qué Apostamos?” que el “Ahora Caigo”…

Detrás de los diferenciales de desempleo entre regiones algo hay de esto.

Por cierto, si enseñan a limar, controlen bien quién se apunta a los cursos, porque en algunos sitios el manejo de una lima es más que útil… Y ya imaginan de quién hablo.

Dice la leyenda que fue un tal Abú Masaifa el que creó la primera fábrica de papel en Europa, en Xátiva (Valencia). Mi abuela paterna era de allí y allí viví un par de felices años. Los suficientes para que me pillara la etapa final de carrera y, puesto en el trance de escribir una pequeña tesis para no me acuerdo qué asignatura, escogí la industria del papel, sobre la que Xátiva conserva orgullo y material sobre el que extenderse. Dicen que corría, por las márgenes de la acequia Murta, el año 1.056 y la industria papelera ha sido, durante más de 900 años, una de las claves del progreso de aquella zona. El hecho de que nos refiramos al papel con el mismo término “paper” en inglés y valenciano, es un recuerdo de la importancia que tuvo la exportación de papel desde Valencia a Inglaterra.

Pero pasarían más o menos cuatrocientos años hasta que allá por 1.450 comenzó la verdadera revolución del libro. El herrero de Maguncia Johannes Gutenberg, emprende su aventura tipográfica. Armado de una vieja prensa vinícola y tipos móviles y aunque acaba arruinándose, completa los famosos 150 ejemplares de «La Biblia de Gutenberg». No se sabe si de verdad “en menos de la mitad del tiempo en que se tarda en copiar una”, pero sin duda una revolución tecnológica frente a la xilografía y las copias manuscritas. Que dejaría en el paro a muchos monjes, digo yo. El gráfico muestra la repercusión del invento: la producción de libros en Europa pasa, en 300 años, de 10 a 1.000 millones de ejemplares. Lee el resto de esta entrada »

Para Año Nuevo me propuse hacer más ejercicio, físico, este 2012. Todavía ando con la conciliación y no acabo de cumplir como debería. Pero mientras tanto sí que hice el mes pasado el ejercicio de ponerme en el lugar de una de las muchas personas que están sin trabajo y buscan una oportunidad. Así que me puse a bucear por el portal del Servef – Servéi Valenciá d’Ocupació y Formació- que es quien se ocupa de estas cosas en la Comunidad Valenciana. La primera oferta que aparece en ese portal es la de vendedor de cupones de la Once, en Xátiva, por 650 euros, supongo que al mes. Me gusta Xátiva, pero no tanto. Además hay que ser discapacitado, condición de la que afortunadamente carezco. Lo siguiente, me dije: primero voy a buscar en Alicante y así no tengo que desplazarme mucho. Hay 9 ofertas, que van desde cocinero en Tárbena, que no está mal, pero seguramente los clientes se quejarían, a optometrista en Ondara, que seguro que igual. Nada, que no me encaja nada. Voy a mirar el “catálogo de ocupaciones de difícil cobertura”, que además abarca toda España. Seguro que ahí hay algo. Sí que hay: piloto de buque mercante, engrasador de máquinas de barco (¿en Madrid?), deportista profesional (¿así, en general, no más?), frigorista naval (¿en Granada?), mozo de cubierta en Melilla, bombero de buques especializados… Si me hubiera pillado de chaval, cuando en el instituto me hicieron leer el “María, Matrícula de Bilbao”, igual me animaba, pero ahora creo que ya es un poco tarde, sobre todo para lo de piloto de buque (aunque mola). Lee el resto de esta entrada »

Al poco de llegar a Játiva en 1973, como jefe de créditos de la nueva oficina del Banco de Bilbao, me encontré con un negocio que nunca había pensado que tendría que estudiar: el funerario. Aprendí que la fabricación de ataúdes, o arcas como el sector prefería llamarlas, se concentraba en España en Galicia y en ese pueblo de Valencia. También encontré, lógico, algunas negocios conexos, como el carrozado de coches fúnebres. pero el fuerte eras las arcas. Afortunadamente, cuando entrabas en una fábrica sentías un cierto alivio, pues no se trataba, al fin y al cabo, más que de un taller de carpintería. No muy sofisticado y sin mucha necesidad de control de calidad o departamento de reclamaciones, si le echamos algo de humor negro. Casi todo el sector, entonces, estaba en manos de organizaciones cooperativas que no eran “buenos clientes” del banco. Hostiles al crédito y conservadores en sus finanzas, lo contrario de lo que la banca busca en las empresas, por paradójico que parezca. Lee el resto de esta entrada »

¡Uno para todos y todos para uno! ¿Por cuánto tiempo más?

Tenía yo 12 años cuando mi hermano Tito, que tenía 20, tuvo un grave accidente de automóvil. Afortunadamente sobrevivió, pero anduvo unos meses convaleciente, hasta que le acomodaron los huesos rotos. A la mañana siguiente al accidente me llevaron a verle al hospital. Mi pobre hermano, mezcla de anestesia y cariño fraterno, me dijo entre lágrimas que le pidiese lo que yo quisiera. Le pedí “Los Tres Mosqueteros”, en línea con la inclinación aventurera que él mismo me había imbuido con los piratas de Emilio Salgari. Ya repuesto me trajo la novela un día, junto con “Veinte Años Después” y “El Vizconde de Bragelonne”, todas las cuales me leí de tirón, como lo hice muchos años después con “El Conde de Montecristo”.

Pero bueno, disculpen que me haya distraído con lo de Dumas, porque la verdad es que no he venido aquí a hablar de Alejandro Dumas sino de Charles Dumas, autor del libro “Globalisation Fractures: How major nations’ interests are now in conflict”. Y de las estocadas que nos van a dar Lee el resto de esta entrada »

Madrid T4, ¿bonito, eh?, pero ya está hecho

Me he decidido a dar el salto a “las Américas”, como los toreros y los cantantes que se precien. La verdad es que he tardado, porque mi devenir profesional me había convertido en un “europeíta”, como esos holandeses que viajan siempre con gabardina, sea invierno o verano. Me había acostumbrado, por ejemplo, a ir a París, Londres o Frankfurt con ida y vuelta aérea en el día y el apoyo terrestre de Les cars Air France, la oyster card o Deutsche Bahn. A mi regreso, cuando alguien sabía que acababa de volver de París me solía decir algo como “¡qué bonito! ¿te lo habrás pasado bien, verdad?”. Yo respondía afablemente, escondiendo la mala oyster, como los buenos tenistas.

Pero se ha acabado, me he cambiado de continente. Bueno, sigo yendo a Milán y alguna otra ciudad europea, pero ya no en “rush hour”, y además en Milán el risotto es excelente. Lee el resto de esta entrada »

Cuando hice la mili, las veces que nos llevaban de marcha -no confundir con la “marcha” de hoy día- solíamos ir a pie, pero ocasionalmente nos montaban el algún camioncito más o menos vetusto, según a dónde fuésemos. Lo normal era viajar en la caja trasera de un Ford o Chevrolet de los años cuarenta -el mismo que utilizaban para repartir el chusco-, que los americanos habían vendido a medio mundo como excedente de guerra. Yo miraba con cierta envidia a los reclutas a los que habían destinado como conductores de los Reo o Continental, los M34 o M35 gigantes que Eduardo Barreiros había para entonces equipado con sus motores diesel.

Cuando me soltaron ya nunca tuve ni de cerca la oportunidad de conducir un camión. Aunque llevar un Seat 1500, también con motor Barreiros y sin dirección asistida, a menudo te hacía pensar en la experiencia. Las calles españolas se empezaron a poblar de “Seats” 600, 800, 1500, 850, 131, 127, 132, casi toda la gama Fiat, entonces propietaria de Seat. O de Renault Dauphines, Citroën “dos caballos” o los Simca 1000 o los “haigas” Dodge Dart que montaba Barreiros. Ya no quedaban marcas de automóviles españolas.

Pegaso Z102, RIP

En la carretera, Pegaso y Barreiros se defendieron mientras pudieron. Al final Barreiros desapareció e Iveco se hizo con Pegaso. Tampoco quedaban marcas de camiones españoles. Santana Motor, que fabricó todo terrenos de Land Rover y de Suzuki, lleva algunos años buscando su destino y sobreviviendo, sospecho, sólo por el apoyo público.

Automóviles, vehículos industriales, tractores o componentes mecánicos para los mismos representan la exportación más importante de España. En 2010 exportamos 2.079.782 vehículos (+10,44%). La exportación de vehículos todo terreno creció el 90,19% -no mal para un año de crisis, ¿eh?-, la de vehículos industriales un 24,86% -tampoco nada mal-. PSA Peugeot Citroën y Wolkswagen tienen aquí una importante base productiva. Pero, no nos olvidemos, no son españolas.

El negocio de los vehículos industriales y los tractores le está yendo bien a mucha gente. Fiat Industrial ha ganado € 378 millones en 2010 (frente a pérdidas de € 503 millones en 2009), gracias a la venta de tractores y cosechadoras en América y Asia. Las ventas del gigante Caterpillar en el último trimestre de 2010 crecieron un 62% y sus beneficios saltaron de US $ 232 millones a US $ 968 millones. Para 2011 Caterpillar confía en aumentar su beneficio por acción casi un 50% gracias a sus ventas en Asia, sobre todo en China. En España, Iveco ganó en 2010 € 270 millones (+ 157% sobre 2009), gracias sobre todo al aumento de ventas de vehículos industriales a Latinoamérica (+52,4%).

De todo esta sopa de números se deduce que los países emergentes están dándole fuerte empuje a la venta de tractores y vehículos industriales, un negocio en el que, desafortunadamente (en paz descanse Eduardo Barreiros), estamos en manos exclusivamente extranjeras. Y la verdad es que desconcierta que siendo capaces de fabricar aviones, turborreactores, trenes, fragatas, aero-generadores o satélites artificiales, y teniendo tanta mano de obra cualificada, hayamos sido incapaces de mantener o de volver a crear una marca propia en este ramo.

El sector automotriz es clave por varias razones:

1. Creación y mantenimiento de empleo.
2. Desarrollo tecnológico.
3. Producción muy ligada a productividad creciente.
4. Capacidad exportadora.

En ese famoso cambio de modelo que tanto propugnamos, este tema no es de los más difíciles. Tenemos África al lado y buena parte de los países emergentes hablan español.

¿Será posible que alguien piense que lo de crear empleo tiene que ver con la política industrial y no con arengar a los alcaldes?

Desde 2006 andan España e Italia en un enfrentamiento dialéctico sobre qué puesto ocupa cada una en la clasificación estadística del PIB per cápita ajustado. Lo último que sé es que España tenía en 2009 una renta per cápita del 103% de la media de los 27 países de la UE. Italia del 102%. Magra diferencia. Irrelevante discurso. Me parece más interesante charlar sobre la mozzarella y el manchego.

He estado un par de días por Milán buscando habichuelas. Los italianos están preocupados y con razón. El país de Ferrari y Armani pierde peso en el contexto económico mundial y muestra problemas sociales internos, algunos graves como los disturbios de Roma de estos días, evidentes incluso para el visitante ocasional. Me coincide la estancia con la presentación del 44º Informe Censis -Centro Studi Investimenti Sociali-, un análisis anual sobre la situación económica y social del país. El de este año constata la pérdida de una década en su economía: entre 2000 y 2009 su PIB ha crecido un 1,4% en total, mientras la población del país ha crecido el 6% y la ocupada el 8,3%. O sea que hay mucho trabajo que no produce nada con respecto a hace 10 años. Según Roberto Colannino, presidente de Piaggio y de Alitalia, el “Rinascimento” del sistema emprendedor italiano se inició en 1945 y acabó el año 2000, y “hay que habituarse a pensar que otros países pueden ser mejores que nosotros. Basta con observar no sólo al área BRIC –Brasil, Rusia, India, China- sino también a Sudáfrica, Colombia, Nigeria, Irán, Egipto o Pakistán, que son las nuevas fronteras del desarrollo económico”.

Italia es un socio comercial importante de España, nuestro tercero o cuarto cliente. Algunas de nuestras exportaciones son en ramos comunes (cerámica, mobiliario, mármol, zapatos, máquina herramienta, productos hortofrutícolas, aceite, vino) y tal vez ello hace que la miremos más como un competidor que como un aliado potencial.

Para dos países que suman 106 millones de población, la colaboración, o percepción de la misma, a nivel de empresa media es escasa. La inversión italiana en España supuso en 2009 el 3,3% del total de las inversiones extranjeras, unos M€ 400 más o menos sobre M€ 11.700 en total, una notable subida sobre el 0,9% de 2008 (frente al 80,4% entre Reino Unido, Alemania y Francia). O sea unos M€ 300 sobre M€ 28.900. Todo poca cosa. Los italianos, empresarialmente, no miran mucho hacia España. E Italia no es de los países más abiertos en cuanto a inversión extranjera. Desde 1988 hasta 2009, España ha recibido consistentemente más inversión extranjera –Foreign Direct Investment o FDI- que Italia, salvo en 2006 –el año que BNP Paribas adquiere Banca Nazionale del Lavoro tras el fracaso de BBVA en el intento- y 2009, en que el FDI en España se derrumba.

Pese a ello, pienso que Italia y España deberían buscar más puntos de encuentro para la colaboración empresarial, porque:

1. Italia tiene un modelo económico semejante a España en ciertos aspectos, pero con una base industrial y tecnológica y una vocación exportadora que podría servir de aportación en joint-ventures entre ambos países (ferrocarriles, energía, maquinaria, automoción, alimentación). España tiene empresas fuertes en construcción, tecnología de comunicaciones, energías renovables y buena ingeniería financiera. El mercado latinoamericano bien podría ser una plataforma de colaboración.

2. Francia y Alemania están actuando como un eje de poder sin contrapeso en el sur de Europa. La “brevet européene”, para la que se proponen únicamente tres idiomas –inglés, alemán, francés- con exclusión del español y el italiano, es una muestra más de cómo el poder económico centro europeo se va imponiendo políticamente sobre la periferia desunida.

Los regímenes políticos tanto de Italia como de España pasan por malos momentos. El presidente Berlusconi acaba de ganar una moción de confianza por pocos pelos y la reputación de Italia como país y gobierno corruptos (67º del mundo, inmediatamente detrás de Ruanda –España el 30- según Transparency International), no ayuda. En España la confianza -sin moción-, propia y ajena, anda por los suelos sobre cómo vamos a salir de las dificultades.

Pues tal vez las empresas debamos empezar a explorar: no qué nos separa, sino qué intereses en común tenemos con esta gente para enfrentarnos juntos a los crecientes retos de la aldea global.

Dovremo lavorare tutti di più, ad avere una produttività non così bassa rispetto ai partner europei, dovremo rinunciare a qualche week end e happy hour. Non sarà una passeggiata” (Roberto Colaninno). Creo que se le entiende todo.

Y además a veces los adelantamientos acaban mal.

No es sólo el cinturón lo que hay que apretar...

Llevo unas semanas pensando que no vale la pena opinar sobre casi nada. Que el curso de los acontecimientos es inexorable y los individuos tenemos poco que hacer. No puedo evitar recordar, salvando las distancias en tiempo y dramatismo, a los británicos que habitaban el sureste de Inglaterra cuando los alemanes les lanzaron unos miles de bombas autopropulsadas V-1 durante la II Guerra Mundial. Esas bombas, con su característico petardeo, aterrorizaban con su silencio, porque era señal de que su motor cohete se había detenido y la bomba empezaba a caer. Sólo cabía refugiarse lo mejor posible y rezar para que no te cayese encima. En España parece también que el sentimiento general es que el motor se parará cuando toque, que no podemos hacer nada y que lo mejor que podemos esperar es que la bomba no nos caiga a nosotros sino al vecino.

Pero ha sido el catarro y me he repuesto. Sí se pueden hacer cosas. Y nuestro presidente ha anunciado que mañana -ya hoy- vamos a recibir una dosis de apretones para ayudar a defendernos del malvado enemigo –o enemiga- especulador que nos está bombardeando con su desconfianza y maledicencia.

Parece que el gobierno tiene ya claro qué hacer, que no vale refugiarse y rezar –el que rece- y que la solución es apretar. Estoy bastante de acuerdo, pero en cambio no tengo nada claro que hayan empezado los apretones por el lado correcto. Como mínimo, por decencia ideológica, si toman medidas que suponen sufrimiento a los que menos pueden –cosa que es un clamor general-, deberían haberles antepuesto otras. Y no me voy a referir a los coches oficiales o los 38.000 teléfonos móviles corporativos de la Junta de Andalucía.

Lo que me preocupa es el rol de lo que se ha dado en llamar “el G-37”, un seleccionado puñado de nuestras mayores empresas que se reunió el sábado con el presidente. Nadie sabe con exactitud lo que se dijo, pero estoy casi seguro de que se habló de la solvencia de España, de su reputación -la de España, no sé si se tocaría la del presidente- o del crédito exterior. Preocupaciones lógicas de los empresarios y comunes con el resto del país. No tengo tan claro que se tocara la prioridad UNO: la creación de empleo. Y qué están haciendo sobre ello las grandes empresas.

A raíz de la reunión me pasé el fin de semana buceando en sus páginas web, y en particular en sus memorias de Responsabilidad Social Corporativa –RSC- o Empresarial –RSE- para analizar su plantilla en España. La mayoría son sociedades cotizadas, así que la información es bastante completa -con alguna notoria excepción-, aunque no uniforme. Se me pueden haber escapado cosas, pero he aquí lo que concluyo:

1. Las 31 compañías que dan datos de plantilla media en 2008 y 2009, empleaban 1.602.151 trabajadores en 2008 y 1.590.636 en 2009 (-1%). O sea que, colectivamente, no crearon ningún empleo a nivel global. Prácticamente todas mantuvieron o redujeron o aumentaron muy ligeramente su plantilla, salvo El Corte Inglés (-7.149 personas) y BBVA (-7.520). Veremos en 2010.

2. Pocas dan datos sobre su plantilla en España. Sólo 12 explicitan su evolución, y entre ellas sólo Abengoa, FCC y Grifols (+10%, ¡campeón!) crecen. Popular, Sabadell, Santander y BBVA reducen. Inditex reduce. Mapfre reduce. Telefónica reduce.

3. Para las grandes en empleo, España tiene un peso marginal: 20% en Banco Santander, 27% BBVA, 39% Ferrovial, 20% en Telefónica. Da la sensación de que España es “un país más”.

4. Cuando lees un poco a fondo las memorias de RSC, y algunas –Ferrovial, Gamesa- son muy buenas, te encuentras con un montón de intenciones y seguro que muchas realidades positivas para sus empleados y para una sociedad ideal: conciliación, formación, prevención del acoso, de la siniestralidad, ayuda a empleados discapacitados, flexibilidad y teletrabajo, formación sobre Derechos Humanos, conducción verde, igualdad de oportunidades –por género, generacional, etnia o discapacidad-, evaluación del desempeño, gestión de talento… you name it!

Pero… no se dice nada, vuelvo a ello, sobre lo que es el mayor problema: la creación, o mantenimiento al menos, del empleo. Lo que yo creo que es, en estos momentos, La Mayor Responsabilidad Social Corporativa. Acepto que lo importante para una sociedad próspera es tener empresas que ganen dinero. Sin embargo, con una crisis de confianza en el futuro como la que esta España encogida y rezando sufre, con un 43% de desempleo juvenil, las grandes empresas y sus accionistas tienen una grave responsabilidad: poner en marcha la creación de empleo para gente preparada, que hayla. Y que además de ganar dinero como grandes empresas, actúen como motores de confianza y grandes viveros de profesionales.

Y si hace falta que luego los manden a Brasil.

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