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Suena bien, ¿eh? Bueno pues no se hagan ilusiones, porque se trata de una publicidad de 1972… Aquel año el Banco de Bilbao arrancó con el crédito al consumo, hasta entonces desconocido en España. El máximo del crédito eran 150.000 pesetas y nos comprometíamos a abonar el importe en 3 días. El marketing hizo de este producto un bombazo desde el primer momento.
Su campaña de promoción se debió programar un fin de semana, porque de lo que sí me acuerdo es que cuando llegamos a la oficina el lunes a las 8, ya teníamos cola en la puerta. Sin ni siquiera haber tomado café, nos cayó encima una montaña de trabajo. ¡Qué forma más tonta de empezar la semana! A mi me tocó poner orden en aquella cola y organizar al menos cómo se debían rellenar las solicitudes para intentar cumplir con lo de los 3 días. Acudí a mi jefe para que me dijera cómo tratar aquella invasión y me contestó en plan socarrón: “a todo el que lleve corbata dígale que sí”. Naturalmente se corrió la voz y todos los clientes se sentaban delante mío con corbata, que además sospecho era siempre la misma. Así que la verdad no tuve mucho problema en aprobar cientos de créditos ¡instantáneamente!
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Cuando Pedro Zaragoza autorizó el uso del biquini, hace más de cincuenta años y a riesgo de excomunión, ya sabía que la playa y el turismo de masas eran la fuerza motriz del futuro de Benidorm.
Yo tuve, cuando empecé en el Banco de Bilbao hace cuarenta años, confirmación directa de que en ese pueblo se cocía una revolución económica. No había entonces allí, que yo sepa, ningún banco. Utilizábamos a los “corresponsales cobradores”, cuya tarea era cobrar letras giradas contra gente de la plaza. Naturalmente estos no tardaron en convertirse en oficinas bancarias que hacían de todo, porque con el dinero de las letras que cobraban, pagaban luego cheques de cuenta corriente y otras cosas. Una tarde apareció en mi oficina “el hombre del saco”, que no era otro que nuestro corresponsal de Benidorm con un SACO de billetes: marcos alemanes, francos, libras, liras, coronas, de todo, a puñados. Había montado, sin permiso, claro, una oficina de cambio y no daba abasto a repartir pesetas contra divisas. ¡Y de qué manera! Estuvo trayendo a diario, literalmente, sacos de dinero hasta que en 1973 abrimos allí una sucursal.
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Hay cosas que nos hacen falta como sociedad pero que mejor me las ponen bien lejos, por favor. Léase central nuclear, torres de alta tensión, prisiones, etc. Eso al menos es lo que piensa mucha gente. ¿Y una fábrica de cemento o una cantera de piedra? Bueno, la verdad es que tampoco resultan muy sexies. Su estética deja mucho de desear y es probable que la mayoría también prefiera tenerlas lejos. De ahí lo de Nimby, Not in My Back Yard, (No en Mi Patio Trasero). Y sin embargo en algún sitio tienen que estar.
Uno de esos sitios es Torredonjimeno, cerca de Jaén. Allí hay una fábrica que instaló Cementos Alba hace cincuenta y tantos años. Me parece entender que se nutre de una cantera de cascajo de la localidad de Jamilena y supongo que de otra en Martos. Ahora, la propietaria actual, la cementera suiza Holcim, ha decidido echar el cierre, con el consiguiente despido de toda la plantilla, y regidores y vecinos de la zona andan alzados. O sea que aquí el movimiento Nimby no funciona porque, lógicamente, el empleo tiene una prioridad más alta.
Lamentablemente, Holcim parece tener sus ideas claras y me temo que a lo más que pueden aspirar los trabajadores de esos pueblos es a alargar la agonía. Holcim alega que su previsión es que el consumo de cemento en España descienda de 56 a 34 millones de toneladas entre 2007 y 2009 y en ese contexto no va a ser fácil torcerles el brazo.
Ya sé que parecerá extraño, pero esta cuestión me ha hecho pensar en mis vacaciones del año pasado. Como todavía no me había golpeado la crisis pude viajar a la Columbia Británica, en Canadá. Victoria es la capital de ese estado, una pequeña ciudad en la enorme Vancouver Island, 10 veces el tamaño de Mallorca. De hecho la isla es tan grande que casi todos los turistas acabamos quedándonos en la propia ciudad de Victoria, entre cuyos atractivos turísticos destacan los jardines Butchart.
Lo de los Butchart Gardens merece una pensada. Porque, adivinen, estos jardines son el resultado de… ¡la reconversión de una fábrica de cemento y cantera de piedra! El matrimonio Butchart empezó fabricando cemento en Vancouver Island para explotar los yacimientos de piedra caliza de esa zona, a final del siglo XIX. Entre 1904 y 1909, la esposa, Jennie, aprovechando la riqueza de su negocio y en vista de que la cantera se agotaba, decidió crear, en la propia cantera, su primer “Jardín Japonés”, con la ayuda del diseñador Isaburo Kishida. Poco a poco la fue transformando, hasta eventualmente consumir la propia fábrica, en el maravilloso jardín de más de 20 Has que es hoy. Un jardín que acoge a decenas de miles de visitantes al año, a $25 de entrada por cabeza, por cierto. Una admirable historia.
¿Qué pasaría si en lugar de salir con pancartas a la calle, alguien consigue hacer llegar un mensaje al Sr. Rolf Soiron, presidente de Holcim, y le propone crear algo así como los Holcim Gardens en algún sitio, cantera abandonada por ejemplo, entre Torredonjimeno, Jamilena y Martos?
Una empresa cementera de las grandes (y Holcim es la segunda del mundo) siempre necesita buena prensa. Por eso su Fundación Holcim promueve ideas relacionadas con la sostenibilidad y cosas así, y un jardín no está lejos de esos fines. Aprovechar una cantera o fábrica abandonada para un proyecto de este estilo sería una magnífica propaganda para ellos, que sin duda valorarán más que mantener abierta una fábrica que consideran no rentable. Probablemente hasta se piensen meter en ello una pequeña parte de los 3.221 millones de dólares de beneficio neto que han tenido en 2007 (y así de paso regresa a España algo de lo de la bóveda esa de Barceló, mira por dónde).
Tengo claro que Jaén no es Vancouver, vale, y que habría que ver quién pone qué, quién invierte, quién lidera, que es un proyecto a largo plazo y cómo se explota y hace rentable todo ello. Pero también tengo claro que Andalucía cuenta de entrada con el potencial turístico y que este tipo de atracción va directa a los gustos del turismo de calidad (de pasta, vamos). Y que si yo trabajara de peón en una fábrica de cemento o en una cantera o me fuera a quedar en el paro, preferiría mil veces trabajar en un jardín.
Y termino pidiendo excusas por meterme, desde la ignorancia, en este tipo de propuestas utópicas. Pero no las pido, en cambio, por sugerir que se utilice esto como ejemplo del pensamiento lateral que hay que aplicar a montones de las cosas que están sucediendo. Porque, simplemente, no podemos perpetuar nuestro modelo económico, del que el cemento es una parte, con la sola excusa del empleo.
En las Navidades de 1955, los Reyes Magos (que son los papás, ahora que no nos oyen los peques), me trajeron de regalo un tren eléctrico, alemán. Pero se ve que estos señores deben entender más de camellos que de trenes, porque no se les ocurrió idea más peregrina que dejarme una caja con locomotora y vagones y ¡sin vías! O sea que me trajeron la parte de RENFE pero no la de Adif. Naturalmente pillé un berrinche que todavía me acuerdo cincuenta años después y sólo se calmó la cosa cuando al día siguiente pudimos ir a la tienda, confesarme mi padre que el culpable era él y no los Reyes Magos y traerme a casa lo necesario para conseguir montar el material rodante en sus vías y que aquello funcionase.
Aún hoy conservo el tren, que he sabido resguardar de las hordas filiales y ello me obliga a confesar que tengo una particular debilidad por los trenes, de juguete y grandes. Lo que es una de las razones por lo que hace cuarenta años que sigo las noticias de CAF –Construcciones y Auxiliar de Ferrocarriles– (www.caf.net) con más interés que las de otras empresas. Y anteayer me topé con su nombre en el Herald Tribune, en un artículo a página casi completa sobre el retorno del tranvía a las ciudades americanas.
CAF, que es una empresa original de Beasain, en Guipúzcoa, que a su vez es un pueblito de 13.000 habitantes, es un líder mundial en la fabricación y mantenimiento de material ferroviario: locomotoras y vagones, tranvías, alta velocidad y todas las variantes de vehículos sobre ruedas de hierro, que se codea habitualmente en los contratos internacionales con gigantes como Siemens o Alstom, compitiendo con ellos por los proyectos “de tú a tú”.
Ese cartelito de CAF que muchos vemos en nuestros vagones de metro o tren en España, también luce en vagones de metro o tren desde el Heathrow Express a Washington, Argel, Roma, México, Turquía, Brasil, Finlandia, Hungría y un sinfín de sitios más. Y para ello cuentan con fábricas e instalaciones en media docena de países.
Ahora que tanto se habla de que España tiene que cambiar su modelo económico, con la exportación como asignatura improrrogable, muchos deberían mirar a empresas como ésta en busca de inspiración y ejemplo: líderes en su sector, con una envidiable cartera de pedidos, creando empleo y competitivos a nivel internacional. España necesita, urgentemente, más empresas que hagan las cosas como esta gente. A ver si así vamos acabando con tanto berrinche doméstico porque crece el desempleo.
Exculpación anticipada: No conozco personalmente a ningún directivo ni empleado de esta empresa, ni soy, en este momento, accionista, ni tengo ninguna relación de negocio con la misma. Simplemente me complace oír y contar que les va bien. Y que los alemanes exportan trenes de juguete, pero nosotros exportamos de los de verdad. Bueno ellos también, pero da lo mismo, competimos en igualdad.
Esta semana se ha conocido una nueva confirmación de algo que todos nos temíamos y que creo que todos nos seguimos temiendo es parte de un proceso sumamente pernicioso: la economía española destruye empleo a ritmo galopante.
La verdad es que me siento más cómodo en el mundo de la economía aplicada, pero este tema merece comentario aunque sea elevando el tiro y rondando las cuestiones políticas, que de habitual intento por todos los medios evitar. Desde este ángulo, el político, sólo diré que creo que el gobierno está apretando el botón equivocado, al poner el énfasis de su política en proteger a los desempleados cuando debería proteger, sobre todo, a las empresas. No sé por qué el ejecutivo no tiene más claro que sin empresas no hay empleo.
Pero realmente lo que me preocupa, a la larga, no es el gobierno, pues al fin y al cabo los gobiernos pasan. Me preocupa la sociedad, porque lo que la sociedad piensa sí que importa y lleva tiempo cambiar o mejorar. Y en España, si de verdad queremos mirar hacia delante, habrá que hacer una grande y larga campaña para elevar el aprecio hacia el emprendedor y hacia el espíritu de empresa, aprecio que percibo difuso o inexistente. O un paso más allá, la animosidad es manifiesta. La sociedad española tiene que metabolizar mejor el que hacen falta más empresas y más empresarios y para ello es recomendable, muy bueno entendámonos, que unas y otros ganen dinero.
Si uno intenta mantenerse informado –cosa menos fácil de lo aparente- a través de nuevos medios como éste de los blogs, no deja de sorprender la abundancia, y banalidad debo decir, de comentarios negativos hacia la empresa o hacia las nuevas ideas, que parece que se está deseando que salgan mal: “¡Lo veis listillos, por pensar…! ¿Que queríais, haceros ricos, eh?”
Y de paso, ahora que Estados Unidos tiene un nuevo presidente demócrata, celebrado por muchos desde el ángulo de la pura ideología, parece un buen momento para recordar la frase clave del discurso de investidura de John F. Kennedy: And so, my fellow Americans: ask not what your country can do for you – ask what you can do for your country (“…no preguntes lo que tu país puede hacer por ti, pregunta que puedes hacer tú por tu país”).
Sería bueno que nuestra sociedad empezase a pensar en estos términos.
Libro de la semana: The Spirit of Enterprise, de George Gilder. Wealth consists not of things but in thought, in ideas and applications which confer value to what seems useless to the uninformed (La riqueza no consiste en cosas sino en pensamientos, en ideas y aplicaciones que dan valor a lo que parece inútil a los desinformados, o por qué Bill Gates no ha ganado todo el dinero que de verdad se merece)
«Because the good news is you’re fired. The bad news is you’ve got one week, all you’ve got is one week to regain your job, starting with tonight! We’re adding a little something to this month’s sales contest. As you all know, first prize is a Cadillac Eldorado. Anybody want to see second prize? Second prize is a set of steak knives. Third prize is you’re fired… ‘Cause only one thing counts in this world: get them to sign on the line which is dotted. You hear me you fuckin’ faggots» (Porque las buenas noticias son que estáis despedidos. Las malas, que tenéis una semana para recuperar vuestro empleo, a partir de esta noche. Como todos sabéis hemos añadido un pequeño detalle a la competencia por las ventas de este mes. El primer premio es un Cadillac Eldorado. ¿Alguien quiere ver el segundo premio? El segundo premio en un juego de cuchillos de carne. El tercer premio es… que estáis despedidos… Porque sólo hay una cosa que cuenta en este mundo: haced que -los compradores- firmen en la línea de puntos. ¿Me oís j… m…? –lo que dejaré en inglés…-) (Glengarry Glenn Ross motivation speech)
Ésta es la versión cinematográfica de lo que con mayor o menor crudeza están viviendo muchos vendedores inmobiliarios en estos últimos meses, y que todo indica van a seguir viviendo en los próximos. Naturalmente quien espeta la arenga no es Alec Baldwin [Blake], pero el efecto es el mismo. Presión por las ventas, agobio y en muchos casos, tercer premio.
Aunque el sentimiento de muchos es que “no hay nada que hacer”, que no hay financiación, que los compradores se han escondido, que sobran los pisos, que es imposible flexibilizar los precios, por más que el lenguaje no resulte simpático, en algo sí estoy de acuerdo con Blake: en que hay buenos vendedores y malos vendedores.
Y además creo que en estos últimos años, la bonanza ha relajado la formación necesaria en cualquier oficio, y muy en particular por parte de los principales interesados, que deberían ser los propios trabajadores. He peleado durante años en convencer a los equipos comerciales que he dirigido de la necesidad de estudiar y, en particular, de dominar idiomas, pero la respuesta ha sido, generalmente, menos que tibia, y lamento decirlo.
Así que ahora nos llega Mr. Blake de la central y nos dice que lo que toca no es ya ganar más o menos comisiones, sino tener o no tener trabajo. Y muchos no van a sobrevivir en este sector. Sólo van a sobrevivir los más preparados en su formación y en sus habilidades comerciales. Y que además estén dispuestos a trabajar como no lo han hecho durante tantos años porque el negocio era relativamente fácil, o muy fácil. Ante esta nueva situación caben dos reacciones y ya estoy viendo ambas en mis relaciones profesionales: buscarse la vida en otro sector menos “tocado”, el que sepa y lo encuentre, o en expresión gastada “amarrarse los machos y tirar pa’lante”, pero a base de iniciativa, preparación y trabajo.
No sólo las ventas inmobiliarias están en alerta roja, sino que el sistema financiero español está muy comprometido y no parece que tengamos otra solución que vender a gente de fuera de España una buena parte de nuestro stock inmobiliario, al menos de costa, y en lo posible de no costa, para aminorar nuestras dificultades. Con la ventaja de que muchos compradores serán gente mayor que no querrán más hipotecas, lo que nos va ayudar en sentido tanto inmobiliario como financiero. En esa misión hay muchos responsables, pero no pueden excluirse los vendedores, que tendrán que identificar a los compradores, saber capturar su atención, hacer que se interesen, hacer que se decidan y hacer que compren. Es tan fácil como el A-B-C: Always Be Closing.
(Nota del traductor. La palabra fuck o sus derivados se pronuncian en esta película 138 veces en sus 120 minutos de duración. Y no parece sobrar en ninguna ocasión, así que en su próxima reunión de vendedores no se preocupe si el lenguaje sube un poco de tono. Es lo normal en estos momentos)
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