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clownicCreía que había terminado con esto de la basura. Pero esta semana una pequeña noticia me ha vuelto a empujar a alcantarillas y vertederos. ¡Maldita sea!

“Bad wipes”, les llama un periódico gratuito para ingleses del norte de la Costa Blanca. Habla de los “wet wipes”, las toallitas húmedas que llevo años viendo por casa cuando a alguno de mis nietos le cambian el pañal y que poco a poco han ido ganando popularidad general. Y no sólo para culitos pequeñitos. Se lamentan en Jávea de que les están apareciendo en la playa, porque las toallitas esas que arrojamos a la taza del WC son recalcitrantes, o sea no se biodegradan, o lo hacen muy lentamente, sobreviviendo a su paso por las alcantarillas hasta aparecer en lugares insospechados. O no aparecer, que no se sabe qué es peor. Dicen que el costo para las compañías que gestionan agua y alcantarillado en España es de entre € 500 y € 1.000 millones al año.

Efectivamente, los “wet wipes” se han convertido en un serio problema medioambiental. Otro. Los ingleses ya han bautizado como “fatbergs” las acumulaciones de toallitas húmedas, grasa –»grasa amarilla» por el aceite de cocina usado y grasa marrón por «FOG» o «fat, oils and grease»- y otras porquerías que bloquean sus alcantarillas. Con algún caso de récord, como el fatberg de 15 toneladas que sacaron en Londres en 2013. Y hace unos días Thames Water se ha topado con otro de 40 metros de largo y 10 toneladas, con un coste de reparación para la tubería de € 600.000 euros. Empiezo a explicarme lo que dicen en Jávea. O sea que mientras los icebergs encogen en el océano los fatbergs crecen bajo nuestras casas. Vaya panorama. Y lo dejo ahí.

Pero como estaba por la zona (la perineal, no la de Jávea) me he puesto a pensar en los pañales desechables. Como padre y abuelo confieso con toda humildad y cierta contrición que me he librado de cambiar pañales durante más de cuarenta años. Sólo recuerdo haber cambiado tres. El último hace poco, a mi nieto pequeño, que esperó a que la abuela me dejara solo con él para obsequiarme y requerir mis servicios de higiene, para los que ya entienden que carezco de la más mínima experiencia. Por mucho que quieras al bebé, no me parece una cosa precisamente grata. Hoy he hablado de ello con mi esposa, que calculo que habrá cambiado algo más de 36.397 pañales (unos 27.300 a sus tres chicos y otros 9.100 por lo que le ha tocado de sus cinco nietos, menos mis 3…). Con nuestros dos primeros hijos los pañales desechables no existían. Los descubrimos en 1976. O sea que llevan por ahí unos cuarenta años. Quería yo contrastar el problema medioambiental de los pañales desechables con su conocimiento experto en el uso de pañales de ambas clases. Le he dicho que los desechables, entre plástico y celulosa, tardan hasta 500 años en biodegradarse y que se acumulan en los vertederos. Que la materia fecal que contienen se va filtrando y contamina los acuíferos. Que consumen en su producción más del doble de agua de la que se gasta en lavar un pañal reutilizable. Que los desechables contienen poliacrilato de sodio, una materia superabsorbente cuyos posibles efectos nocivos se siguen discutiendo. Que pueden tener dioxinas (otra vez las dioxinas), originadas en la fabricación de la celulosa y que para la misma se gastan un montón de árboles. Que son caros: casi € 2.000 euros por niño (9.100 pañales a unos 20 céntimos la unidad, más o menos cuatro veces lo que los reutilizables en coste de agua, electricidad y detergente). Me ha contra-atacado con las rozaduras, el olor, las manchas en los pañales, el lío de las lavadas o las fugas por las juntas. Todo lo cual seguro que tendrá remedio, pero exige recuperar una nueva cultura sostenible en este tema y asumir que el rollo de los pañales reutilizables da más trabajo pero es más razonable para nuestra especie. Pero dudo que la mayoría de progenitores estén dispuestos a asumirlo. ¿Teniendo una solución más o menos fácil por qué complicarnos la vida? Unos pocos pañales más no serán tanto problema. Bueno, unos pocos no, algunos más. Como estimación, en Estados Unidos se venden 27.400 millones de pañales desechables cada año, de los que el 92% acaba en vertederos. Pese a que los pañales reutilizables han cambiado, las lavadoras y secadoras funcionan, los detergentes son buenos, etc., soy bastante escéptico -y en casa además no tengo ninguna autoridad- en que se solucione esta cuestión. Mucho esfuerzo de re-educación haría falta y no tengo claro quién puede acometerlo. ¿Los fabricantes de lavadoras o detergente, tal vez?

¿Qué mal, no? Pues prepárense: en Japón el negocio de los pañales desechables para adultos superó al de los infantiles hace ya cuatro años. Vale que son líderes en baja natalidad y tienen una esperanza de vida cada vez mayor, pero en España les seguimos de cerca en ambas cosas y hasta podríamos adelantarles. Ahora sí que me estoy empezando a preocupar.

Total, que tengo que rectificar: lo de “Wall-e” es un cuento y efectivamente no se parece a la realidad, por lo menos a la de nuestro mundo “desarrollado”. Bueno, en lo único que se parece es en que seremos todos –casi todos- gordos. De resto, no navegaremos por el universo en una nave fantástica. No. Surcaremos la Tierra sobre un océano de basura compuesta de restos de comida, grasa, pañales usados y wet wipes, confiando en no chocar contra un fatberg y hundirnos. Mientras toca la orquesta.

Y sí, ya sé que me ha quedado esta historia un poco apocalíptica. Es que lo de los pañales para adultos me ha desestabilizado…

People fleeing the unrest in Tunisia transfer onto the Italian Navy's amphibious transport dock MM San Marco, off the southern Italian island of LampedusaSupongo que por el título se imaginarán que voy a hablar de castillos. Frío, frío. Sólo es la primera piedra de estas líneas. He estado pensado en todo esto de las vallas y barreras, muros y construcciones varias que limitan el movimiento o la libertad, que la Humanidad se ha ocupado en erigir desde hace algún millar de años. Se trata de separar a una gente de otra, de que no escapen los que están dentro de un recinto o no entren aquellos a quienes, dentro o fuera, se considera hostiles, peligrosos o molestos. Desde la Gran Muralla, que los chinos se tiraron dos mil años construyendo y ampliando, a las murallas de numerosas ciudades romanas, los muros y fosos de los castillos feudales, la Línea Maginot, el Muro de Berlín, el que separa las dos Coreas, la Geder HaHafrada de Israel –“Separation Wall” que sus oponentes llaman “Apartheid Wall”-, la “U.S. Mexico Border Fence” o nuestras vallas, que a ratos parecen de atletismo, de Ceuta y Melilla. Pasando por las alambradas de campos de concentración, campamentos de refugiados y centros de internamiento varios, y perdonen que meta todo en el mismo saco. En suma, un conjunto que refleja en buena parte la historia oscura del hombre, en el que como mínimo a un lado, y a veces en ambos, se extiende la miseria, el sufrimiento, la incomprensión o el odio.

Si unimos los puntos de lo que sucede en el sur de Europa, deberíamos entender cómo vivimos una situación que se complica por momentos. El “Amanecer Dorado” de Grecia representa el peligro del extremismo racista que “defiende”, violentamente, sus ideales excluyentes. Cientos de inmigrantes asaltan, con la energía de la desesperación, las vallas de Ceuta y Melilla. Y esta semana la remata el naufragio, uno más, de Lampedusa, donde la cuenta trágica de fallecidos dicen que superará las trescientas personas. Diez veces más que cuantos murieron en el “Costa Concordia”. Le hace a uno pensar en cómo medimos los afortunados las dimensiones de las tragedias según las víctimas sean de un lado u otro de la valla.

Con África “disfrutamos” de alguna vallita, que haremos un poquito más alta, o le pondremos más alambre de espino, a ver si así no consiguen saltarla y, sobre todo, de un foso: el Mar Mediterráneo. Europa ha adoptado la táctica del señor feudal: defendamos el foso. Incruenta de obra, con bocadillo, coca-cola y pasaje de vuelta, pero sin atacar en serio el fondo del problema. No me atrevo a decir que no hay que hacer lo que se está haciendo, pero me parece que al final, igual que cuando se acabó el feudalismo, un foso no basta.

La expectativa es que África más que doble su población hasta el 2050. De los algo más de 1.000 millones actuales a 2.400 millones, frente a los 500 millones que a duras penas se mantendrán en Europa. De los 20 países con mayor natalidad del mundo, 17 están en África y en todos ellos los nacimientos superan los cincos hijos por mujer en edad fértil, más del triple la tasa europea. La salud y la esperanza de vida en esos países, además, aumentan. Afortunadamente. Pero no puedo evitar que la actual pirámide de población de África me imponga respeto. En el otro extremo de la española. De nuestro “¿qué hacer con tanto viejo?» a su “¿qué hacer con tanto joven? Más de 250 millones de africanos son menores de 20 años.

Yo creo que Europa se va a tener que remangar. Entender que las patrulleras, y el radar marino, y los centros de internamiento son una cataplasma momentánea. Que va a haber que irse allí y ayudar en la educación, en las infraestructuras, en el buen gobierno. La explotación europea de la época colonial para dominar los mercados de materias primas debe ser sustituida por otra presencia pacífica, lo que es un mecanismo de autodefensa, caridad aparte, que la Unión Europea debería activar sin tardanza. La única solución es que el continente prospere más deprisa de lo que aumenta su población -y de paso que ésta no crezca de forma tan desaforada-. Lo que para Europa es más relevante a medio plazo que los rescates financieros varios que se han acometido.

Y España, que ha perdido su condición de líder en tantas cosas y que tiene una historia africana más limpia que varios otros países europeos, bien podría tomar la iniciativa. Que además es más que probable que algo saldríamos ganando.

Una mañana temprana del invierno de 1984 tomé un avioncito Short, un 330 o un Skyvan, no recuerdo bien, pero en cualquier caso una especie de caja de zapatos con alas, para volar desde Luton, al norte de Londres, hasta Rotterdam. Hacía mal tiempo y llovía. El tamaño del avión me pareció escasillo para lo de cruzar el Mar del Norte, pero yo era ya para entonces un aeronauta curtido y los aviones nunca me han inquietado. Despegamos dando tumbos. Cuando tomamos altura aquello se convirtió en una batidora. Al rato y de repente… ¡crack!: chispazo y nos quedamos a oscuras, sobrevolando el mar gris en medio de la tormenta. La azafata salió de la cabina del piloto para anunciarnos viva voce que no nos preocupáramos, que «todo el problema era que nos había golpeado un rayo y nos habíamos quedado sin electrónica”. Sin radar por ejemplo. Así que el piloto daba la vuelta y nos volvíamos a Luton, y que ya que no teníamos radar, cuando estuviéramos sobre tierra seguiríamos una carretera que nos mostrara el camino de regreso al aeropuerto. Siempre me había preguntado hasta entonces el por qué los aviones llevan faros. Total que aterrizamos, entre camiones de bomberos, nos bajamos, nos ofrecieron otro avión, me monté y nos fuimos a Rotterdam, también con tumbos pero esta vez con éxito.

No negaré que sudé frío. Uno piensa cosas en esos momentos. Pero al mismo tiempo creo que es bueno conservar la calma, como el piloto debió hacer.

Ahora estamos un poco así. Dando tumbos, a oscuras y sin radar. Y vuelvo a sudar frío, Lee el resto de esta entrada »

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