No lean esto al ir a acostarse…
Tengo entre manos un libro muy interesante. «A Short History of Nearly Everything», de Bill Bryson. Bryson es un gran divulgador de todo tipo de cosas, ameno, con sentido del humor y detallista. «A Short History» es un libro sobre el desarrollo de la ciencia en muchos frentes, de la astronomía a la física, la química, la biología, la geología, arqueología, taxonomía y mucho más.
Uno de los méritos del libro es manejar en casi todo la escala de las cosas y poner números a infinidad de cuestiones, que la gente común e ignorante, ignoramos. Por ejemplo que un óvulo femenino es 85.000 veces más grande que un espermatozoide. Cuando éste mire al óvulo ¡se debe sentir como el escalador que se enfrente a una montaña más alta que el Everest…!
Pero no es eso lo que me quita el sueño. Habla Bryson de las células que componen nuestro cuerpo, unos 10 mil billones (10.000.000.000.000.000). Y que todas las que forman nuestra piel están… ¡muertas! Primera inquietud, ¡estoy durmiendo en un saco muerto! Dos kilos dice que pesa…
De las que mueren, miles de millones al día, casi todas las sigue reponiendo nuestro organismo constante y laboriosamente (menos las cerebrales, que se nos mueren unas 500 cada hora y ésas ya nunca se reponen). De media, todas nuestras células de hoy son otras que las que nos formaban hace 9 años, dice. Y otras se nos desprenden a millones cada día, como las de nuestra piel muerta. ¿Se han fijado alguna vez en que en los muebles del dormitorio hay más polvo que en el resto de la casa? No es polvo, ¡es nuestra piel!
Porque resulta que la mayor parte de la piel la perdemos de noche, en el «vuelta y vuelta» mientras dormimos. Y resulta también que esa piel muerta que perdemos es el alimento favorito de un bicho que nos acompaña todas las noches, al que además le gusta la humedad y el calorcito. El ácaro («bed mite»). El ácaro es un arácnido, muy pequeño muy pequeño. Entre 0,2 y 0,3 milímetros. No mucho más que el espesor de un pelo o el grueso de una hoja de papel. Difícil de ver uno a uno. Pero ahí están, esperando la cena.
Y otra vez Bryson nos da números: en nuestro colchón habitan unos… dos millones de ellos. ¡Agghh! Mal pero, ¡lo peor es que en la almohada hay unos 50.000! ¡Agghh, agghh!
Los americanos, a quienes encantan las estadísticas, han calculado que una almohada media en ese país tiene seis años de antigüedad. Y Bryson concreta que esa almohada de seis años tendrá un 10% de su peso en ácaros: ácaros vivos, ácaros muertos y excremento de ácaros. ¡Agghh, agghh, agghh! ¿Y las almohadas de los hoteles? Ahí los ácaros ni siquiera son míos, son de miles de personas a las que no conozco… ¡Agghh, agghh, agghh, agghh, etc.!
Los ácaros no muerden. No se preocupen. Pero ellos y sobre todo, perdón, sus excrementos, son causantes de alergias (que en Estados Unidos afectan a 20 millones de personas) y, principalmente, del asma (también en ese país, el 80% de los asmáticos están afectados por los ácaros).
Y no hay un remedio claro. Pero sí hay estrategias de largo plazo. Aquí hay algunas ideas. Yo me quedo con dos: volver a lavar la ropa con agua caliente -60º C o más-, costumbre que los detergentes modernos han hecho que se pierda y… congelar las almohadas de vez en cuando, una práctica interesante que tal vez los hoteles podrían utilizar. Aparte de que ¡las almohadas deberían tener una fecha de caducidad, como los yogures! ¿Venden almohadas de un solo uso?
Cuando esta noche se acuesten, apaguen la luz y peguen el oído a la almohada. Tal vez crean oír un ruido extraño, como de mandíbulas…
Tranquilos…, es la cisterna del piso de al lado.
¡Inquietante…!
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