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A principio de los años noventa pasé una mala racha. Me despidieron de una empresa de forma inopinada y nos encontramos de repente en un atasco económico como el que estarán pasando hoy en día cientos de miles de personas. Con hipoteca, los chicos estudiando, a tope de gasto y con la familia completa dependiendo de mi único y desaparecido sueldo. Tardé unos cuatro o cinco meses en encontrar un nuevo empleo, pero confieso que hubo algún día de esos en que me quedé en pijama hasta mediodía sumido en un “¿y ahora qué hago?”
Desde entonces pienso a menudo en por qué algunas personas les cuesta mucho más que a otras encontrar trabajo. Y a algún amigo, cuya inteligencia me consta, le está costando.
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La Semana Santa ha venido con tiempo incierto, como casi siempre. Así que paso de playa y sigo releyendo a Orwell, que el cambio de gobierno me hace recordar Animal Farm. Pero lo que ahora me interesa es más su pensamiento sobre el hombre corriente que sus fábulas políticas. Orwell escribía muy bien sobre la miseria y los negocios menguantes, porque lo experimentó todo en primera persona. Supongo que en este momento entre una parte no pequeña de los hombres y mujeres corrientes en España, o sea casi todos, cunden las preocupaciones corrientes. Los que tienen trabajo, pero su empresa está de cuarto menguante, se temen la cola anónima del INEM. Y a los de la cola les preocupa encontrar trabajo antes de que se acabe el subsidio, o después. Y mientras tanto tienen, tenemos, que ir al super, pagar la luz, los colegios, hipotecas y otras menudencias domésticas.
En un extremo están los down and out. Orwell fue en su día uno de ellos, de los que llegan a dormir en la calle o en el albergue. Más tarde y a través de uno de sus personajes él mismo reconoce que no se sentía ni un down and out, ni un go-getter, sino una parte de la inmensa mayoría que está en el medio, ni en la miseria absoluta y sin solución, ni emprendedor dispuesto a mucho para enriquecerse. En España ahora mismo tenemos un problema, un desequilibrio, que es que una parte de esa mayoría intermedia se está deslizando, de momento silenciosamente, hacia el extremo inferior, el de los problemas económicos serios. Cuánta gente se desplace hacia ese extremo, sin saber bien como impedirlo, dependerá mucho de la profundidad y duración de esta crisis que estamos viviendo. Y de lo que se haga para evitarlo.
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Esta semana se ha conocido una nueva confirmación de algo que todos nos temíamos y que creo que todos nos seguimos temiendo es parte de un proceso sumamente pernicioso: la economía española destruye empleo a ritmo galopante.
La verdad es que me siento más cómodo en el mundo de la economía aplicada, pero este tema merece comentario aunque sea elevando el tiro y rondando las cuestiones políticas, que de habitual intento por todos los medios evitar. Desde este ángulo, el político, sólo diré que creo que el gobierno está apretando el botón equivocado, al poner el énfasis de su política en proteger a los desempleados cuando debería proteger, sobre todo, a las empresas. No sé por qué el ejecutivo no tiene más claro que sin empresas no hay empleo.
Pero realmente lo que me preocupa, a la larga, no es el gobierno, pues al fin y al cabo los gobiernos pasan. Me preocupa la sociedad, porque lo que la sociedad piensa sí que importa y lleva tiempo cambiar o mejorar. Y en España, si de verdad queremos mirar hacia delante, habrá que hacer una grande y larga campaña para elevar el aprecio hacia el emprendedor y hacia el espíritu de empresa, aprecio que percibo difuso o inexistente. O un paso más allá, la animosidad es manifiesta. La sociedad española tiene que metabolizar mejor el que hacen falta más empresas y más empresarios y para ello es recomendable, muy bueno entendámonos, que unas y otros ganen dinero.
Si uno intenta mantenerse informado –cosa menos fácil de lo aparente- a través de nuevos medios como éste de los blogs, no deja de sorprender la abundancia, y banalidad debo decir, de comentarios negativos hacia la empresa o hacia las nuevas ideas, que parece que se está deseando que salgan mal: “¡Lo veis listillos, por pensar…! ¿Que queríais, haceros ricos, eh?”
Y de paso, ahora que Estados Unidos tiene un nuevo presidente demócrata, celebrado por muchos desde el ángulo de la pura ideología, parece un buen momento para recordar la frase clave del discurso de investidura de John F. Kennedy: And so, my fellow Americans: ask not what your country can do for you – ask what you can do for your country (“…no preguntes lo que tu país puede hacer por ti, pregunta que puedes hacer tú por tu país”).
Sería bueno que nuestra sociedad empezase a pensar en estos términos.
Libro de la semana: The Spirit of Enterprise, de George Gilder. Wealth consists not of things but in thought, in ideas and applications which confer value to what seems useless to the uninformed (La riqueza no consiste en cosas sino en pensamientos, en ideas y aplicaciones que dan valor a lo que parece inútil a los desinformados, o por qué Bill Gates no ha ganado todo el dinero que de verdad se merece)
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