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Madrid T4, ¿bonito, eh?, pero ya está hecho

Me he decidido a dar el salto a “las Américas”, como los toreros y los cantantes que se precien. La verdad es que he tardado, porque mi devenir profesional me había convertido en un “europeíta”, como esos holandeses que viajan siempre con gabardina, sea invierno o verano. Me había acostumbrado, por ejemplo, a ir a París, Londres o Frankfurt con ida y vuelta aérea en el día y el apoyo terrestre de Les cars Air France, la oyster card o Deutsche Bahn. A mi regreso, cuando alguien sabía que acababa de volver de París me solía decir algo como “¡qué bonito! ¿te lo habrás pasado bien, verdad?”. Yo respondía afablemente, escondiendo la mala oyster, como los buenos tenistas.

Pero se ha acabado, me he cambiado de continente. Bueno, sigo yendo a Milán y alguna otra ciudad europea, pero ya no en “rush hour”, y además en Milán el risotto es excelente. Lee el resto de esta entrada »

A principio de los años noventa pasé una mala racha. Me despidieron de una empresa de forma inopinada y nos encontramos de repente en un atasco económico como el que estarán pasando hoy en día cientos de miles de personas. Con hipoteca, los chicos estudiando, a tope de gasto y con la familia completa dependiendo de mi único y desaparecido sueldo. Tardé unos cuatro o cinco meses en encontrar un nuevo empleo, pero confieso que hubo algún día de esos en que me quedé en pijama hasta mediodía sumido en un “¿y ahora qué hago?”

Desde entonces pienso a menudo en por qué algunas personas les cuesta mucho más que a otras encontrar trabajo. Y a algún amigo, cuya inteligencia me consta, le está costando.
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La Semana Santa ha venido con tiempo incierto, como casi siempre. Así que paso de playa y sigo releyendo a Orwell, que el cambio de gobierno me hace recordar Animal Farm. Pero lo que ahora me interesa es más su pensamiento sobre el hombre corriente que sus fábulas políticas. Orwell escribía muy bien sobre la miseria y los negocios menguantes, porque lo experimentó todo en primera persona. Supongo que en este momento entre una parte no pequeña de los hombres y mujeres corrientes en España, o sea casi todos, cunden las preocupaciones corrientes. Los que tienen trabajo, pero su empresa está de cuarto menguante, se temen la cola anónima del INEM. Y a los de la cola les preocupa encontrar trabajo antes de que se acabe el subsidio, o después. Y mientras tanto tienen, tenemos, que ir al super, pagar la luz, los colegios, hipotecas y otras menudencias domésticas.

En un extremo están los down and out. Orwell fue en su día uno de ellos, de los que llegan a dormir en la calle o en el albergue. Más tarde y a través de uno de sus personajes él mismo reconoce que no se sentía ni un down and out, ni un go-getter, sino una parte de la inmensa mayoría que está en el medio, ni en la miseria absoluta y sin solución, ni emprendedor dispuesto a mucho para enriquecerse. En España ahora mismo tenemos un problema, un desequilibrio, que es que una parte de esa mayoría intermedia se está deslizando, de momento silenciosamente, hacia el extremo inferior, el de los problemas económicos serios. Cuánta gente se desplace hacia ese extremo, sin saber bien como impedirlo, dependerá mucho de la profundidad y duración de esta crisis que estamos viviendo. Y de lo que se haga para evitarlo.
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Hace unos años pude escuchar una charla de Antonio Puig, el principal empresario de perfumería en España. Me llamó la atención su afirmación de que “lo que importa para una economía nacional no es tanto tener las fábricas, lo importante es tener las centrales, las sedes empresariales”. Creo que esa afirmación es bastante matizable, pero en el contexto en que lo afirmó es cierta. Se refería a la perfumería en Francia y a cómo París, la metrópoli, había arrebatado a la Costa Azul la industria del perfume, al atraer a las sedes de esos negocios haciendo que dejasen allí únicamente las plantaciones de rosas. O sea que se habían llevado a París los empleos white collar y dejado en el sur los blue collar. O tal vez debería decir green collar.

Las estadísticas del paro en España empiezan a reflejar, cosa esperable, que las víctimas más numerosas son las personas con menos estudios, los blue collar. Ahí tenemos un problema serio, porque precisamente buena parte de la inmigración que hemos recibido, sobre todo la africana y latinoamericana, son de ese grupo y en consecuencia es de temer que el impacto laboral de la quiebra de nuestro modelo económico sea casi una catástrofe.

¿Qué hacer? Y sobre todo, ¿qué hacer en el corto plazo? Bueno, en el corto plazo, yo creo que simplemente ponerse una palangana en la cabeza mientras dura el pedrisco, no se me ocurre otra cosa. Pero si podemos hacerlo mientras aguantamos el ruido, una de las cosas a pensar sería jugar a metrópoli (no al Monopoly, que ya nos hemos quedado sin dinero). De metrópoli de las buenas, a crear riqueza fuera y de rebote dentro.

Son, somos, los white collar, los que tenemos que tomar la iniciativa. Madrid a solas, o Madrid-Barcelona como tándem si consiguen resolver su conflicto bipolar, conforman un potente atractor de actividad relacional. Y somos los white collar los que tenemos que tomar las iniciativas para atraer aquí a empresas extranjeras, que se lo pasen bien y que se relacionen con la miríada de empresas medianas de que dispone España, que hasta ahora no han mirado hacia fuera y que tienen que empezar a hacerlo. De ahí es de donde salen los negocios que en este momento hacen falta. Forma parte del proceso de internacionalización.

Contamos con la ventaja única de que nuestras dos mayores entidades financieras, BBVA y Banco Santander, tienen las mayores redes bancarias en toda Latinoamérica. Ahora que las dos entidades se llevan tan bien, tal vez quedaría como un excelente ejercicio de relaciones públicas si fundasen al alimón una especie de “fundación para la internacionalización de la empresa española”, que sería una muestra de que cuando se está en crisis la gente trabajamos juntos para el bien común.

Como ayer leí que se había muerto John Updike, me puse a bucear un poco sobre Sao Paulo, donde tiene lugar buena parte de su novela «Brasil». Lo que llaman el “Complejo Metropolitano Extendido” de Sao Paulo tiene 29 millones de habitantes… ¿cuánto negocio hay ahí para empresas españolas? Brasil tiene unos 180 millones de habitantes. Y aunque no se vea directamente como un negocio, en el 2005 se aprobó que todos los estudiantes del país adoptasen el español como segundo idioma, para lo que se estimaba harían falta 200.000 maestros. No sé cuántos maestros españoles hay en Brasil, ni sé cuántos maestros hay en el paro en España, ni sé cuánto gana un maestro en Brasil ni si con eso come, etc., pero bueno, digo yo que será mejor que la cola del INEM. Y que no tiene que suponer irse a vivir a Brasil para siempre.

Y a propósito de maestros, los cinco millones de extranjeros que tenemos en España y que ya he dicho que no creo que quieran irse, al menos tienen una gran ventaja: son jóvenes, cosa que muchos del resto de los españoles no podemos decir. La edad media de los emigrantes es hoy de 34 años. No deberían ser un caso perdido para un gran esfuerzo educativo, las escuelas de noche están vacías y seguro que muchos van a querer aprender cosas y así mejorar su “empleabilidad”, término éste que está empezando a ponerse rápidamente de moda.

White collar helps blue collar helps white collar…, ¡estamos en emergencia!

Ya habrán adivinado que me gusta terminar siempre que puedo con una sonrisa, así que aquí va el un clip de la película “Brazil”, que no tiene nada que ver con lo que hablamos, pero que seguro ayuda a los que se sienten apretados…

Esta semana se ha conocido una nueva confirmación de algo que todos nos temíamos y que creo que todos nos seguimos temiendo es parte de un proceso sumamente pernicioso: la economía española destruye empleo a ritmo galopante.

 

La verdad es que me siento más cómodo en el mundo de la economía aplicada, pero este tema merece comentario aunque sea elevando el tiro y rondando las cuestiones políticas, que de habitual intento por todos los medios evitar. Desde este ángulo, el político, sólo diré que creo que el gobierno está apretando el botón equivocado, al poner el énfasis de su política en proteger a los desempleados cuando debería  proteger, sobre todo, a las empresas. No sé por qué el ejecutivo no tiene más claro que sin empresas no hay empleo.

 

Pero realmente lo que me preocupa, a la larga, no es el gobierno, pues al fin y al cabo los gobiernos pasan. Me preocupa la sociedad, porque lo que la sociedad piensa sí que importa y lleva tiempo cambiar o mejorar. Y en España, si de verdad queremos mirar hacia delante, habrá que hacer una grande y larga campaña para elevar el aprecio hacia el emprendedor y hacia el espíritu de empresa, aprecio que percibo difuso o inexistente. O un paso más allá, la animosidad es manifiesta. La sociedad española tiene que metabolizar mejor el que hacen falta más empresas y más empresarios y para ello es recomendable, muy bueno entendámonos, que unas y otros ganen dinero.  

 

Si uno intenta mantenerse informado –cosa menos fácil de lo aparente- a través de nuevos medios como éste de los blogs, no deja de sorprender la abundancia, y banalidad debo decir, de comentarios negativos hacia la empresa o hacia las nuevas ideas, que parece que se está deseando que salgan mal: “¡Lo veis listillos, por pensar…! ¿Que queríais, haceros ricos, eh?”

 

Y de paso, ahora que Estados Unidos tiene un nuevo presidente demócrata, celebrado por muchos desde el ángulo de la pura ideología, parece un buen momento para recordar la frase clave del discurso de investidura de John F. Kennedy: And so, my fellow Americans: ask not what your country can do for you – ask what you can do for your country (“…no preguntes lo que tu país puede hacer por ti, pregunta que puedes hacer tú por tu país”).

 

Sería bueno que nuestra sociedad empezase a pensar en estos términos.

 

Libro de la semana: The Spirit of Enterprise, de George Gilder. Wealth consists not of things but in thought, in ideas and applications which confer value to what seems useless to the uninformed (La riqueza no consiste en cosas sino en pensamientos, en ideas y aplicaciones que dan valor a lo que parece inútil a los desinformados, o por qué Bill Gates no ha ganado todo el dinero que de verdad se merece)

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