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Dice la leyenda que fue un tal Abú Masaifa el que creó la primera fábrica de papel en Europa, en Xátiva (Valencia). Mi abuela paterna era de allí y allí viví un par de felices años. Los suficientes para que me pillara la etapa final de carrera y, puesto en el trance de escribir una pequeña tesis para no me acuerdo qué asignatura, escogí la industria del papel, sobre la que Xátiva conserva orgullo y material sobre el que extenderse. Dicen que corría, por las márgenes de la acequia Murta, el año 1.056 y la industria papelera ha sido, durante más de 900 años, una de las claves del progreso de aquella zona. El hecho de que nos refiramos al papel con el mismo término “paper” en inglés y valenciano, es un recuerdo de la importancia que tuvo la exportación de papel desde Valencia a Inglaterra.
Pero pasarían más o menos cuatrocientos años hasta que allá por 1.450 comenzó la verdadera revolución del libro. El herrero de Maguncia Johannes Gutenberg, emprende su aventura tipográfica. Armado de una vieja prensa vinícola y tipos móviles y aunque acaba arruinándose, completa los famosos 150 ejemplares de «La Biblia de Gutenberg». No se sabe si de verdad “en menos de la mitad del tiempo en que se tarda en copiar una”, pero sin duda una revolución tecnológica frente a la xilografía y las copias manuscritas. Que dejaría en el paro a muchos monjes, digo yo. El gráfico muestra la repercusión del invento: la producción de libros en Europa pasa, en 300 años, de 10 a 1.000 millones de ejemplares. Lee el resto de esta entrada »
Aterricé en Xátiva en 1973, con 26 años, casado, con dos hijos y mi Seat 850. La verdad es que de Economía, el Sistema Bancario o cualquier cosa que se acercase a una visión un poco amplia del país tenía poca idea. Lo único que había medio aprendido en los cuatro años que llevaba en el Banco de Bilbao era a intentar distinguir entre a quién prestarle dinero y a quién no. Razonar el por qué conceder un crédito o renovarlo tiene una cierta dosis de inventiva y mucho de saber administrar la confianza, mezcla de lógica e intuición. Lee el resto de esta entrada »
Supongo que muchos de los españoles de a pie nos estaremos preguntando qué podemos hacer ante una situación de crisis económica cada vez más real o cercana, cuando muchos de los términos incluidos en las explicaciones son difíciles de entender incluso para personas de cierta cultura económica financiera. Probablemente un muy elevado porcentaje de la población no sabe quiénes son esos “Hermanos Leman” que han quebrado al otro lado del Atlántico y no digamos si pedimos que expliquen en qué consiste un credit default swap.
Así que, en términos económicos o comerciales tal vez sea bueno utilizar algún ejemplo sencillo para orientarnos. Me acuerdo del “sillero de Aielo”, de cuando yo trabajaba en una sucursal del Banco de Bilbao en Xátiva, en Valencia. Aielo de Malferit es un pueblo que me tocaba visitar en mi ruta comercial de cada semana en busca de nuevos clientes, y aquel hombre, que tenía una fabriquita de sillas de anea, de las de toda la vida, abrió una cuenta con nosotros. Por esa relación supe un poco de su ocupación, que no he olvidado en los más de treinta años trascurridos.
Tenía el sillero un pequeño local en el que trabajaba él mismo con otros dos operarios fabricando estructuras de sillas sin parar, a las que luego mujeres y chicos en sus propias casas en el pueblo les montaban un asiento de anea tejida. No tenía almacén. Recogía las sillas terminadas directamente de las casas del pueblo con un camioncito, pagaba la mano de obra y el viernes de cada semana se marchaba al sur de Francia con el mismo camioncito, a vender sus sillas. El domingo por la tarde regresaba y el lunes vuelta a empezar. Creo yo que en esta pequeña historia se esconden varias enseñanzas, que en mi condición de profesional del sector inmobiliario me parece útil trasponer al mismo.
Habrá que salir a vender. Simple. No nos van a venir a comprar. El sector residencial de costa, en particular, se ha acomodado dentro de una estructura productiva en la que se ha reservado la construcción pero ha cedido mayoritariamente la comercialización, normalmente a agentes extranjeros, que eran quienes nos traían a los clientes. Hemos perdido la costumbre de vender nosotros mismos. Habrá que salir a hacerlo.
Habrá que agruparse y que cada uno aporte lo que mejor sepa hacer, siempre pensando en la comercialización. Los españoles nos caracterizamos, lamentablemente, por la baja inclinación a asociarnos frente a retos comunes. La comercialización internacional está pidiendo a gritos una gran alianza para defender aspectos, como nuestra imagen internacional como país de acogida de turismo, que son imposibles de defender a nivel individual.
Habrá que trabajar más. Es duro, pero imprescindible. Cuando escucho a empresas y asociaciones pidiendo más ayuda del sector público para resolver sus problemas, no puedo evitar pensar que incluso cuando esas ayudas se produzcan no dejarán de ser, en castizo, “pan para hoy y hambre para mañana”. El verdadero reto del sector, a medio y largo plazo, no es la supervivencia financiera, sino recuperar para nuestros clientes el “Value for Money” anglosajón, para el que no encuentro un mejor término castellano y que no es una entelequia inasible.
Así que, como las casas no se pueden subir a un camión (bueno sí se puede pero sólo lo hacen los americanos con casas de madera y debe salir caro), para mi la lección integral del sillero de Aielo es que los promotores de producto costero (y los bancos o cajas que les financian), tienen mucho trabajo, que deben asociarse para atacar problemas comunes y que Europa, pese a todo, es quien únicamente puede resolver nuestra situación.
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