Dice la leyenda que fue un tal Abú Masaifa el que creó la primera fábrica de papel en Europa, en Xátiva (Valencia). Mi abuela paterna era de allí y allí viví un par de felices años. Los suficientes para que me pillara la etapa final de carrera y, puesto en el trance de escribir una pequeña tesis para no me acuerdo qué asignatura, escogí la industria del papel, sobre la que Xátiva conserva orgullo y material sobre el que extenderse. Dicen que corría, por las márgenes de la acequia Murta, el año 1.056 y la industria papelera ha sido, durante más de 900 años, una de las claves del progreso de aquella zona. El hecho de que nos refiramos al papel con el mismo término “paper” en inglés y valenciano, es un recuerdo de la importancia que tuvo la exportación de papel desde Valencia a Inglaterra.
Pero pasarían más o menos cuatrocientos años hasta que allá por 1.450 comenzó la verdadera revolución del libro. El herrero de Maguncia Johannes Gutenberg, emprende su aventura tipográfica. Armado de una vieja prensa vinícola y tipos móviles y aunque acaba arruinándose, completa los famosos 150 ejemplares de «La Biblia de Gutenberg». No se sabe si de verdad “en menos de la mitad del tiempo en que se tarda en copiar una”, pero sin duda una revolución tecnológica frente a la xilografía y las copias manuscritas. Que dejaría en el paro a muchos monjes, digo yo. El gráfico muestra la repercusión del invento: la producción de libros en Europa pasa, en 300 años, de 10 a 1.000 millones de ejemplares.
A partir del siglo XVIII, no abundo en la estadística, la mecanización en la producción de papel y la ampliación de medios de imprenta, la revolución industrial, el vapor, la electricidad, etc., el mero aumento de población y de conocimiento, es de suponer que no habrán hecho sino aumentar sustancialmente dicha última cifra… hasta que… llegaron las «tabletas». Donde está el pico, o si ya lo hemos pasado, es para mí una incógnita.
No tengo todavía claro, honestamente, si querré leer a Delibes o García Márquez en una tableta electrónica o en una de las copias que tengo por casa. Tampoco cambiaría la de “The Pickwick Papers”, que adquirí a la Folio Society, por una imagen en cristal líquido. Ni mis números de “Mad” de hace treinta años. “No esperéis libraros de los libros”, dice Umberto Eco. Me solidarizo. Por eso no estoy tan seguro del impacto de Kindle y los «lectores de libros».
Pero en cambio sí que estoy convencido de que la verdadera revolución, de transcendencia todavía sólo entrevista, llega de mano del iPad y su familia tecnológica. Afecta a todo nuestro futuro: personal, cultural, empresarial. Empiezo por decir que el fin de semana pasado agarré la carretilla y arrojé al reciclaje algún centenar de kilos de revistas profesionales. He sido un coleccionista commpulsivo de material profesional, en forma de revistas, folletos y publicaciones de diverso formato, de ésas que “un día me podría interesar leer”. Con los años me he dado cuenta de que ese momento nunca llegaba. Porque en el material impreso me faltaba el bendito aditivo de Google: la capacidad de encontrar “un trozo de conocimiento” que te interesa con poco esfuerzo. O simplemente de saber que existe. De un manotazo, de un “tabletazo”, Steve Jobs, si se trata de personalizar, junto a Google y a la imprescindible conexión inalámbrica de los dispositivos -wifi-, nos han cambiado el paradigma completo del proceso de adquisición de conocimiento.
En mi terreno profesional, que es el inmobiliario, ya no volveré de Mipim con un maletón cargado de folletos y revistas, que nunca leía y que en algún caso, llegado a mi oficina descubría que estaban en alemán… Y voy a intentar por todos mis medios aprovechar este nuevo espacio de difusión que se crea, a medio camino entre el libro y la página web y seguramente más potente que ésta a muchos efectos. El futuro de las publicaciones profesionales en versión digital, con las facilidades de indexación, multilingüismo, soporte de video y portabilidad que permiten incorporar, es inmenso. El futuro del papel, para este fin, más que incierto.
O sea, Fahrenheit 451, aunque sea por otros motivos.
Nota fallera: he descubierto, en la navegación para esta historia, que en Xátiva, aunque la figura de Abú Masaifa parece que es leyenda, existe una calle con su nombre. Y de rebote una falla. Y que esa “falla de Abú Masaifa” ha publicado un “calendario erótico” que ofrece una nueva y sugerente visión de las falleras… Un uso este el del papel que, en este plan, sospecho que sí que va a sobrevivir…
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