Al poco de llegar a Játiva en 1973, como jefe de créditos de la nueva oficina del Banco de Bilbao, me encontré con un negocio que nunca había pensado que tendría que estudiar: el funerario. Aprendí que la fabricación de ataúdes, o arcas como el sector prefería llamarlas, se concentraba en España en Galicia y en ese pueblo de Valencia. También encontré, lógico, algunas negocios conexos, como el carrozado de coches fúnebres. pero el fuerte eras las arcas. Afortunadamente, cuando entrabas en una fábrica sentías un cierto alivio, pues no se trataba, al fin y al cabo, más que de un taller de carpintería. No muy sofisticado y sin mucha necesidad de control de calidad o departamento de reclamaciones, si le echamos algo de humor negro. Casi todo el sector, entonces, estaba en manos de organizaciones cooperativas que no eran “buenos clientes” del banco. Hostiles al crédito y conservadores en sus finanzas, lo contrario de lo que la banca busca en las empresas, por paradójico que parezca.

Al cabo de un par de años me destinaron a Alfafar. No se fabricaban en mi nuevo pueblo “cajas de muerto” sino, sobre todo, muebles para la casa: sillas, “taquillones”, camas, comedores, esas cosas. En aquel corredor de pueblos al sur de Valencia (Alfafar, Benetúser, Sedaví, Paiporta, Masanasa, Catarroja, Beniparrell, Albal, Silla, Alcácer y Picassent, que tal era mi zona de trabajo) dicen que habían unas quinientas fábricas relacionadas con el mueble. Muchas funcionando en una forma de simbiosis en que pocas acometían el proceso integral de fabricación. Antes bien, existían múltiples negocios especialistas en la talla, el torneado, el lacado, etc., que realizaban sucesivos pasos hasta el ensamblaje final del aparador que tienen, o tenían -que ahora será de IKEA-, muchos españoles en el salón. Y la verdad es que no volví a pensar mucho más en lo de las arcas funerarias.

Esta semana, sin embargo, me he cruzado en la tele con un reportaje sobre un pueblecito gallego, Piñor de Cea, del que yo no había oído hablar, aunque evidentemente era ya la competencia de los «arqueros» setabenses hace cuarenta años. Cuando he visto a un pequeño empresario cargar seis ataúdes en una furgoneta para llevarlos al taller de barnizado, en el propio pueblo, me he acordado de Játiva y de Alfafar. Porque parece que, pese al tiempo trascurrido, esta industria funeraria se ha movido poco en sus principios industriales. Por lo menos en España.

Y sin embargo se han producido cambios importantes a su alrededor:

1) Los chinos. Leo que son capaces de poner un ataúd en “tienda” en España, portes y aranceles pagados, por ¡75 euros! Difícil, imposible supongo, competir.

2) La concentración en las alturas del negocio y su vinculación al sector seguros. Pese a que el negocio de las funerarias que prestan el servicio está en su mayor parte en manos de microempresas (94% del total), quienes pagan, en su mayor parte, son las compañías de seguro de decesos, que además están realizando procesos de integración vertical, a base de comprar empresas funerarias. Su tamaño y poder de compra dificulta la supervivencia de los pequeños no competitivos.

3) Las costumbres están cambiando. Las cremaciones suben, lo que impulsa a la compra de cajas más baratas porque, “al fin y al cabo se van a quemar”. Y crece la tendencia al uso de materiales ecológicos. Y se están produciendo cambios sociológicos en la percepción del ritual funerario, de lo que es buena muestra la página web de Befa, la feria funeraria de Düsseldorf.

Tal vez deberíamos ayudar a pueblos como Piñor de Cea, de los que sospecho que hay unos cuantos en España, a acometer una necesaria “reingeniería de procesos”. Lo que Hammer y Champy definen como “la reconcepción fundamental y el rediseño radical de los procesos de negocios para lograr mejoras dramáticas en medidas de desempeño tales como en costos, calidad, servicio y rapidez”. Se trata de una reconcepción fundamental y una visión holística de una organización. Preguntas como: ¿por qué hacemos lo que hacemos? y ¿por qué lo hacemos como lo hacemos?

Si en España mueren unas 380.000 personas al año, ¿cuántos ataúdes son ya hoy chinos? ¿Llegaremos nosotros a exportar estas cosas con gente como Antonio Miró?

Y bueno, aunque el final de esta historia sea industrial y no fúnebre, como está nublado y estamos en el “puente” de Todos los Santos, aquí les dejo una recomendación de lectura: “Cómo morimos: reflexiones sobre el último capítulo de la vida”, de Sherwin Nuland.

Y, de paso, «mi trío de la muerte»: