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Hace unos años me entrevisté con dos ejecutivos de Intel, que estaban estudiando la instalación en España de una nueva fábrica de microchips. Nos contaron sus requisitos, entre los que el principal era que precisaban de abundante mano de obra femenina de nivel educativo medio bajo. Las razones: contención de coste y que las mujeres tienen una destreza manual, lo que técnicamente se conoce como coordinación motriz fina o coordinación ojo-mano, muy superior a la de los hombres, y ello es clave para la fabricación de los chips de silicio. Entonces entendí por qué mi mujer puede enhebrar una aguja con mucha más facilidad que yo y por ello no me ha costado convencerla todos estos años de que quien tiene que coser los botones en casa es ella. Y también entendí por qué las fábricas de microchips están en países como Filipinas, India, Costa Rica o Vietnam.
Tiempo después visité Israel y pude discutir con mis colegas de Tel Aviv sobre la industria del software informático y su relación con el capital riesgo y con la industria militar y por fin este año pasado me he podido pasear por el Silicon Valley y conocer la Universidad de Stanford, San José y Santa Clara, con su museo de Intel, para intentar tener cuanto menos una visión superficial de ese icono del desarrollo tecnológico de la segunda mitad del siglo XX.
Con esos antecedentes propios, cuando me han vuelto a suscitar el tema de la deseable creación en España de un “Silicon Valley Europeo” (El País, 20-7-2008, www.malagavalley.com) me ha parecido que el tema merecía comentario.
Diré, en primer lugar, que cualquier iniciativa de este tipo me parece, por supuesto, encomiable. La meta es difícil y está lejos, pero lo que no se intenta no se consigue (“Whatever you think you can do, or believe you can do, begin it. Action has magic, grace and power in it» –Goethe-)
Añadiré, que ahora que “la fiesta ha terminado”, en expresión de mi amigo Ricardo Vergés sobre el sector inmobiliario, España se plantea un profundo cambio de modelo económico sobre el que, por más que nos cueste años llevarlo a cabo, habrá que empezar a trabajar cuanto antes. Y el nuevo modelo pasa por equiparnos de industrias exportadoras que sustituyan el crecimiento que sin duda vamos a perder por la menor producción de inmuebles y que además nos ayuden a “desendeudarnos” internacionalmente.
Pero ese cambio, llevado en su forma más extrema a la aspiración de crear una zona del estilo de un “Silicon Valley Europeo”, o que remotamente se parezca, se enfrenta con grandes dificultades. Habrá que cumplir las condiciones que el profesor Manuel Castells tan claramente expone en su obra Technopoles of the World: a nivel cultural una base de agresiva competencia personal y corporativa, espíritu de empresa, valoración del trabajo (y no del disfrute) como impulso vital y consideración del mismo como base de la innovación. Y premio y reconocimiento a los que con todos esos principios triunfan. Y a nivel estructural, una universidad fuerte y exigente, una mayor capacidad y vocación del sistema financiero de apoyar proyectos de riesgo y una mano de obra capacitada en las habilidades de necesidad más actual. Como se ve, media docena de cosas, pero cada una de ellas por sí misma un reto de largo plazo que no puede ser acometido más que con una enorme reforma cultural de la sociedad española casi al completo.
Así que gente como la de “Málaga Valley”, aparte de impulsar su proyecto concreto, que sin duda es muy difícil, sirven para estimular que, al menos, se piense en la necesidad de ese cambio. Y a ver si así no nos quedamos en el estrato subsidiario de la gran industria, basado en el bajo coste, como hubiera sido la dicha fábrica de michochips que al principio cito.
Porque mi opinión es que, o nos ponemos a ello, o vamos a sufrir de un empobrecimiento para el que no nos va a quedar más que el consuelo bíblico: que “Más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de Dios.” (Mateo 19:24.).
Lo cual quiero matizar, porque creo que sería preferible aplicarse este otra parte de ese evangelio: “es imposible que obtenga la vida eterna un rico que ame más sus posesiones que las cosas espirituales. Sólo si reconoce su necesidad espiritual y busca la ayuda divina puede recibir la salvación que Dios otorga” (Mateo 5:3; 19:16-26.).
Generar riqueza no es incompatible con nuestra salvación. Así que apliquémonos a ambas cosas revisando nuestras prioridades.
Mientras tanto, con la que está cayendo, ¡orad hermanos!
La pregunta del millón, que digo del millón, del billón, inmobiliario, es cuánto tienen que bajar los precios de la vivienda para que el mercado se reactive. Hay opiniones para todos los gustos pero una respuesta común por parte del establishment inmobiliario-financiero es que los precios no pueden bajar (el término, también anglosajón, en este caso es wishful thinking). Se da a entender de forma tácita o se dice de forma expresa, como ha hecho esta semana el Sr. Guillermo Chicote, presidente de la Asociación de Promotores y Constructores de España.
Sobre el valor de la opinión de la APCE, vale la pena echar un vistazo a su página web, cuyo último informe de coyuntura data de noviembre de 2006… y cuyas “Soluciones” a la situación del sector son de ¡febrero de 2004! Con esa base, cuesta respetar su opinión y se constata una pobre representación de este importante sector, asunto en el que los promotores y constructores representados deberían tomar cartas. La APCE necesita con urgencia demostrar que es capaz de ofrecer soluciones propias en lugar de enrocarse en posiciones insostenibles.
A propósito de la formación del precio, creo interesante comentar la experiencia del Filene’s Basement, una sección de rebajas de unos grandes almacenes en Boston. Su técnica comercial se basa en ir bajando los precios de la mercancía de forma automática e inalterable, hasta que alguien compra. El sistema, conocido como automatic markdown system ha subsistido muchos años y ha sido objeto de numerosos estudios. Liu y Rizan lo hacen en su trabajo Strategic Capacity Rationing to Induce Early Purchases (http://www.hbs.edu/units/tom/docs/gvanryzin.pdf). Estudian cosas tan interesantes como, por ejemplo, por qué Zara apenas hace rebajas. Y descubren que no las hace porque Zara, que evidentemente sabe mucho de lo suyo, tiene muy claros los conceptos de lo que Liu y Rizan llaman el cliente miope o impulsivo, que compra en cuanto entra en la tienda y el cliente estratégico, que valora cuánto stock hay de la mercancía antes de fijar “su” precio y el momento de la compra. Y como no hay un cliente puro estratégico o impulsivo, Zara apuesta a ambas inclinaciones manejando muy finamente cuánto y cuál stock tiene que mostrar en sus tiendas. Y no muestra ni más ni menos.
El sector inmobiliario tiene hoy un grave problema. Por principio, el comprador de un inmueble tiene un comportamiento fundamentalmente estratégico, dada la cuantía e impacto en el largo plazo de su compra. Los vendedores han intentado atraerlo sistemáticamente haciendo más énfasis en principios de impulso (disfrute, “su sueño hecho realidad”), pero lo que realmente sostenía las ventas era la creencia estratégica de los compradores, por otra parte falsa, de que los precios iban a seguir subiendo y que la oferta no alcanzaría a rebasar a la demanda.
Naturalmente en el momento que se han roto esas creencias de forma masiva, los estímulos impulsivos han dejado de funcionar, o incluso se han tornado contraproducentes, y el sentimiento estratégico del comprador se ha asentado en la idea de que es mejor esperar porque existe gran abundancia de producto y el precio deberá bajar.
Y la dificultad estriba en que el sector inmobiliario no puede esconder el stock acumulado, que Zara sí que puede. Y contra eso no puede nadie. Y aunque el sector promotor le pueda “regalar” todos los pisos a los bancos, estos tendrán exactamente el mismo problema. Si no convencen a los compradores, en su comportamiento estratégico, de que vale la pena comprar, más pronto o más tarde estarán perdidos.
Así que lo que toca, más que declaraciones rompedoras, es una estrategia de máxima flexibilidad, en la que hay que trabajar en lo que he dado en llamar el “área de controversia” y que hoy quiero rebautizar como “franja de aproximación”. Hay que bajar el precio hasta que el comprador dé una mínima señal de compra. Y negociar y mostrar que hay gente que sí que compra y convencer al comprador de que un inmueble comprado a buen precio es un excelente valor refugio. Y hacer, en suma, que se crucen nuestros intereses con los del comprador y luego trabajar con una siguiente compraventa, que debería ser más fácil que la anterior.
En definitiva, se trata de trabajar sobre la “franja de aproximación” para en ocasiones llegar al “cruzado mágico”, expresión cuyo sentido dejaré tácito porque de hacerlo expreso corro el riesgo de que me regañen.
Hoy leía noticias desde el Reino Unido aludiendo a la eventualidad de que las inversiones turísticas en Portugal se beneficien de la percepción que tienen los europeos sobre la crisis inmobiliaria en España.
Deseo, por supuesto, que a Portugal le vaya muy bien. Pero, también por supuesto, no tengo ningún deseo de que ello suceda a costa de España.
Cada vez que leo estas cosas aumenta mi creencia de que estamos perdiendo un tiempo precioso en tomar iniciativas para que nuestros vecinos europeos, que son nuestro principal mercado para el Turismo en general y para el Turismo Residencial en particular, nos conozcan mejor.
Y como además creo que los extranjeros que compran en España son en su mayor parte personas maduras (de 45 ó 50 años hacia arriba), para conseguir algo de inspiración he vuelto a repasar un libro que compré hace unos años, titulado Retirement Places Rated, de David Savageau. El libro analiza 187 poblaciones de Estados Unidos, dando a cada una de ellas una puntuación en función de varios factores. Con todos ellos, a través de un sistema de pesos relativos, establece una clasificación de “los mejores sitios para jubilarse”, lo que me parece una forma de presentar la información que también sería útil para cualquier persona europea que quiera residir total o parcialmente en España en su jubilación.
Savageau utiliza seis factores: coste de la vida, clima, criminalidad, servicios, trabajo y ocio y sobre todos ellos utiliza con rigor criterios de objetivación. Y aunque el mecanismo de pesos puede ser subjetivo, ya que cada uno valoramos más o menos cada factor en función de nuestra edad, personalidad o gustos, el resultado final es satisfactorio. El ocio (navegar, pescar, golf, excursiones, etc.) o el clima o la seguridad, tienen valores distintos para cada persona, pero en términos generales puede afirmarse que a igualdad de coste, todos preferimos mejor clima y más ocio, seguridad o servicios. E incluso trabajo, si conservamos tal gusto o necesidad a partir de cierta edad.
Como muestra de su contenido, el libro desarrolla el factor clima de forma exhaustiva, abundando en lo que denomina la zona de confort de temperatura. La define como aquélla por encima de la cual la mayoría de las personas nos sentimos incómodos, por demasiado calor, y por debajo de la cual también estamos incómodos, por demasiado frío. Asigna entonces puntos positivos o negativos para los días en que una población concreta tiene temperaturas dentro o fuera de dicha zona y con ello construye puntuaciones para cada ciudad. Parece una técnica aceptable, que extiende al resto de factores utilizando las estadísticas más apropiadas y disponibles para cada caso.
El sitio más “confortable”, por cierto, para vivir en Estados Unidos, desde el punto de vista del clima, es Laguna Beach-Dana Point, en California (que coincide que conozco y que únicamente tiene el inconveniente de que a las serpientes de cascabel también les gusta ese excelente clima) y el peor Palmer-Wasilla en Arkansas (¡aunque es un buen sitio si a uno le gusta practicar el rodeo!). Y el mejor sitio cuando se ponderan todos los factores resulta ser Fort Collins-Loveland en Colorado contra el peor, Pike County en Penssilvanya (donde deben odiar rabiosamente a este señor Savageau)
Ordenada y ofrecida la información a nuestros clientes, el paso siguiente, más difícil todavía, es mejorar. Cuando hace unos días escuché al Sr. Miguel Sebastián referirse al sol como el “petróleo español”, pensé que la afirmación, además de simplista, parecía pretender que nos animásemos porque “tenemos sol y ya está”, como si fuésemos Arabia Saudita con el petróleo. Y precisamente es a partir de que tenemos sol, que hay que ponerse a pensar en sus complementos necesarios para hacer nuestro país más agradable al nuevo residente, mejorando en todos esos factores que arriba cito.
Conseguir que nuestros vecinos europeos tomen más y mejores decisiones de compra es hoy trascendental además de urgente.
Érase una vez un país muy próspero y muy bonito, con muchísimos cerezos, bellísimos cuando florecían. Y por todo ello sus gentes vivían muy felices y comían muchas cerezas, que a todos les gustaban mucho. Tantas comían que la producción de cerezas no hacía más que crecer y crecer, y la gente era muy feliz porque además muchos trabajaban en su cultivo. Y esta felicidad general duró muchos años, aunque un día empezó a verse que tenía una pequeña mácula: los precios de las cerezas, dada su popularidad, no hacían más que subir y subir, y alguna gente incluso tenía que pedir dinero al prestamista para poder comprarlas.
Pese a ese pequeño problema, llegó un momento en que el gusto de la gente por las cerezas, y el gusto del agricultor por complacer a la gente y por ganar dinero, y el gusto del terrateniente por disponer más tierras para el cultivo de cerezos y por ganar dinero, y el gusto del prestamista por complacer a unos y otros y de paso ganar él también dinero, además de comer cerezas, hizo que se cultivaran tantas cerezas que empezaron a sobrar, porque la gente ya no quería comérselas todas. O porque unas eran buenas y otras no, o porque eran caras, o por no se sabe qué razones. Y el precio empezó a bajar y entonces, como el país estaba casi totalmente cubierto de cerezos, entró grande preocupación a todas las gentes. Bueno, a todas no, porque algunas, que últimamente ya no podían en absoluto comer cerezas por lo caras que se habían puesto, pensaron que a lo mejor, como consecuencia de esta nueva situación, podrían volver a comerlas.
Como no tenían muy claro qué hacer, porque al fin y al cabo a la gente siempre le habían gustado las cerezas y había pagado más y más por ellas, un día se reunieron el terrateniente, el agricultor y el prestamista, y acordaron pedirle a tres personas simples y honestas, un artesano, un herrero y un pastor, que no vivían directamente del cultivo de las cerezas, que les ayudaran a encontrar la solución del problema.
Así pues, invitaron al artesano, al herrero y al pastor a una agradable comida campestre en una soleada tarde veraniega, y a los postres les trajeron dos fuentes de cerezas: una con cerezas corrientes más o menos pequeñas, más o menos rojizas; otra con unas hermosas picotas, rojo intenso, dulces y crujientes. Podían comer todas las que quisieran.
Los tres comieron sólo de las picotas, que eran más dulces y mejores que las otras cerezas. Hasta que se hartaron. O sea que estaba claro: ¡a la gente le seguían gustando las cerezas, y mucho!, pero obviamente preferían las buenas. Pero como se las habían ofrecido gratis, la prueba no dejaba la cosa totalmente clara.
Así que los volvieron a reunir, volvieron a comer y les volvieron a ofrecer de postre dos fuentes de cerezas, de nuevo unas regulares y otras excelentes. Pero esta vez tendrían que pagar por ellas, a los precios del mercado de entonces. Ahí empezaron las objeciones: artesano, herrero y pastor seguían queriendo únicamente cerezas de las buenas, pero a mejor precio que el que les pedían, ¡y si no, no comían!
Desesperados, el terrateniente, el agricultor y el prestamista hicieron múltiples pruebas, siempre procurando conseguir sus precios, pero nada resultaba, ¡que no comían! Así que artesano, herrero y pastor se marcharon sin postre, porque de momento podían vivir sin cerezas y unas y otras les parecían caras. Y los productores se quedaron discutiendo sobre cuál era la solución. Y mientras discutían vino un oso muy grande muy grande, que había estado venteando el olor de las cerezas que tanto tiempo llevaban en la mesa, y se las comió todas, gratis, y de paso luego se comió al terrateniente, al agricultor y al prestamista.
Y total, que luego llegó un viejo cazador llamado Pedro y le abrió la barriga al oso y salvó al prestamista, etc., pero eso ya es otro cuento y además mi nieta dice que esa parte ya no se la traga…
Moraleja: 1. Cuando hay muchas cerezas, si quieres que se coman las cerezas regulares, no puedes poner delante también las buenas, porque sólo querrán éstas. 2. En el futuro, si cultivas cerezas, cultiva sólo de las buenas. 3. La única solución para vender tus cerezas es adaptarte a lo que quieren pagar los que las comen. 4. Mientras discutes sobre lo que hay que hacer para vender las cerezas, cuídate de que no venga el oso y se las coma todas (vale, a lo mejor sólo se come las buenas…) y de paso te coma a ti. Y 5. Lo del cazador que le abre la barriga al oso no se lo cree ni mi nieta.
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