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…”Era pues, sin lugar a dudas, una planta silvestre con su pequeña flor de un suave color azul malva, de hojas frágiles y zarcillos finos y tiernos. La solitaria enredadera y su verde y somero follaje, que desbordaba de un vaso antiguo cuya laca roja se había oscurecido con el tiempo, le inspiraba un sentimiento delicioso de suave frescor… La vieja doméstica sabía demostrar que era capaz de tomar iniciativas tan felices como la indicada. El vaso que había escogido para colocar la planta era una pieza antigua y llevaba una firma de artista casi borrada por los años. Sobre su estuche podía leerse el nombre Sôtan; y si esta indicación era auténtica, podía atribuirse al vaso una edad de tres siglos por lo menos… esas campanillas matinales armonizarían perfectamente con la taza de té del desayuno. Una florecita tan efímera que no dura ni el breve espacio de una mañana, se hallaba colocada, por contraste, en un vaso que había pasado piadosamente de mano en mano durante tres siglos”. Yasunari Kawabata: Una Grulla en la Taza de Té.
El 22 de mayo de 1960 estaba yo en el Colegio Los Rosales de Caracas, en mi primer grado de bachiller. Al día siguiente nos metieron a todos los colegiales en autobuses y nos llevaron a un gran almacén a ayudar a ordenar ropas y paquetes con destino a Chile. Ayuda para “El Gran Terremoto de Chile” o Terremoto de Valdivia, de 9,5º en la escala de Richter. El mayor conocido, incluido éste de ahora. El consiguiente tsunami alcanzó las islas Hawai y al propio Japón e inspiró la creación de la primera red de alerta de tsunamis.
Los chilenos también protagonizaron su particular epopeya: «el Riñihuazo”, al conseguir eliminar el bloqueo que el terremoto había causado en el desagüe del lago Riñihue y hacer que el agua fluyese hacia el mar por el río San Pedro con relativa mansedumbre. Si se hubiese liberado de golpe, con seguridad habría destruido la ciudad de Valdivia y matado a muchos de sus habitantes, más que el propio terremoto. Resulta curioso y gratificante leer sobre el trabajo conjunto y contra reloj de los soldados chilenos con trabajadores de empresas privadas (la española Endesa entre ellas) y percibir la semejanza con la situación actual en las centrales nucleares de Japón.
No sé casi nada de cómo son de verdad los japoneses, apenas conozco a algunos y no tengo amigos de esa nacionalidad, lo que me hace difícil entenderles bien. Pero percibo, como creo que piensa la mayoría, que son gente organizada, concienzuda, trabajadora y con un alto sentido del deber. En otro caso no hubieran conseguido, en los años trascurridos desde la destrucción de la II Guerra Mundial, que Japón fuese lo que es hoy. Del desastre de Fukushima aprenderán, como espero que aprendamos todos. Y como en Chile y su lago Riñihue, ojalá que dentro de cincuenta años mis hijos y nietos lean sobre la “Epopeya de Fukushima” y sobre cómo el esfuerzo y sacrificio de unos hombres triunfó sobre la dificultad y peligro al que se enfrentan.
A mis desconocidos amigos japoneses, les deseo que superen la adversidad y puedan recordar a sus seres queridos en paz.
Somos una florecita tan efímera que no dura ni el breve espacio de una mañana.
Que tampoco es como para hacerme la víctima. Al fin y al cabo hay un montón de gente por ahí viajando todos los días bastante incómodos. En los países emergentes, que ya tenían sistemas poco eficientes por falta de recursos, ahora que los recursos empiezan a estar disponibles, no pueden seguir el ritmo de crecimiento de la población urbanita. Es imposible que Ciudad de México, con más de 21 millones de personas, no te impacte. Por más que interrogué a mi taxista, no pude desentrañar cómo la gente acaba averiguando qué “camión” (por autobús en México), de los 30.000 o así que ruedan por la ciudad, le lleva a la parte de su colonia en una sub-ruta, “derrotero”, entre los cientos, o miles, que existen. No pude viajar en metro, como hubiera querido, pero escucho que es extenso y afortunadamente funciona relativamente bien.
Bogotá, pese a su menor tamaño, no le anda a la zaga en congestión. Al no disponer de metro todo el transporte de personas es de superficie y el tramado urbano digiere con dificultad el volumen. Se basa en unos 20.000 buses, busetas y colectivos (según talla), de muy diversas antigüedades, entre nuevecitos y decrépitos. Está ya operativa una nueva red, réplica del trazado de un inexistente suburbano, llamada “Trans-Milenio”, autobuses modernos con carril propio, muchos, pero también sobrecargados aunque la red se está ampliando. La sustitución de los buses y busetas habituales por este nuevo sistema ha traído de rebote el desarrollo de “bici-taxis” de afinidad asiática, ilegales, que te acercan de la parada del Trans-Milenio a tu antiguo derrotero.
(¡Y luego hay gente que se queja del metro de Madrid!)
En vista de lo precario del transporte urbano, el complemento habitual es el taxi, de los que no he conseguido averiguar bien cuántos funcionan, pero parece que son en el entorno de 110.000 en Ciudad de México y 50.000 en Bogotá, a los que se unen unos 40.000 y 15.000 ilegales más respectivamente (fuente: Amed y Edison, mis respectivos y amables taxistas…).
Para que les sirva de comparación, Nueva York tiene unos 4.400 autobuses y 10.000 taxis (“Yellow Cabs”) y Londres unos 6.800 autobuses y 19.000 taxis.
Resultado: contaminación indeseable y desde luego un panorama urbano que lleva a creer a ratos que esos países están fatal.
¡Pero no se equivoquen…! Ni piensen que la gente anda a tiros por las calles. Vienen de atrás, hay mucha diferencia entre las clases sociales más altas y las más bajas, etc., pero estos países están creciendo, y lo están haciendo rápido. Y tienen ganas de prosperar, saben «de qué pie cojean» y saben que lo tienen que hacer trabajando. Es más, creo que lo de la cojera lo tienen más claro que los españoles. Por ejemplo, me he encontrado con la agradable sorpresa de que estos dos países no se paran nunca, ni en verano ni en invierno, y que muchos oficinistas están en su puesto a las siete de la mañana. Una arquitecta a la que visité me comentó de fijar un reunión a las 6:30 am. No le dije que estaba loca de puro milagro…
Nuestro comercio exterior con Colombia es ínfimo, 896 millones de euros (2010), o sea nada. Poco más del 1% del que tenemos con Francia. Con México, algo mejor, 5.744 millones, tampoco mucho comparando con Francia (59.533 millones). Naturalmente en ambas balanzas estamos en déficit.
México y Colombia crecen, tienen población joven, ganas de trabajar, están recibiendo inversión externa creciente (americanos en México, chinos, brasileños, chilenos en Colombia). Los indios compran tierra en Colombia porque América del Sur tiene un bien que los asiáticos saben apreciar: el 25% del agua dulce del mundo, imprescindible para la agricultura que alimente a sus enormes poblaciones.
Les hacen falta infraestructuras, mejores puertos y carreteras, ferrocarriles, mejores calles, metro, hay un montón de trabajo y de oportunidades. Las empresas españolas, todas, no sólo las grandes, deberíamos aprender a asociarnos más con gente de allí, con la que compartimos tan gran idioma y cultura, y aprender a aprovecharlas juntos.
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