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Ayer mañana pasé por el banco a cobrar un taloncito y luego fui a correos a enviarle un paquetito a mi hija.

En los dos sitios iba la cosa lenta, lenta… Ambos empleados, la cajera del banco y el de correos, eran personas de unos cincuenta años, año arriba, año abajo. Ambos luchaban con la pantalla de ordenador que tenían delante, unos 10 ó 15 centímetros por encima de su línea de visión (trabajaban sentados y tenían la pantalla sobre un mostrador). Ambos empleados llevaban gafas multifocales. Lo sé por sus movimientos al mirar a la pantalla, porque yo también las utilizo. La distancia y altura a la que tenían la pantalla les hacía difícil el ajuste visual, por lo que continuamente debían mirar por la parte inferior o superior de sus lentes para intentar leer lo que les estuviese ordenando el ordenador.

A la cajera la conozco y ya suelo ir preparado, de hecho me llevo un libro para la cola. Ayer me llevé “A Brief History of the Time”, por cierto. En la cola de correos éramos 11 clientes así que enviar el paquetito (€ 1,29) me costó bastante más caro en tiempo que en franqueo. Me hizo pensar.

Hace treinta y tantos años visité por trabajo una gran fábrica de prendas de ropa en Canals (Valencia). Allí me enteré de lo que era un cronometrador: Lee el resto de esta entrada »

Una pequeña película de culto para los que tenemos debilidad por los trenes. Los aficionados reconocerán el título. En inglés, por si sirve de pista, es “Train Birds”, aunque no es una buena traducción, porque se pierde el juego del alemán: “pájaros de tren” y “aves de paso” que es el verdadero significado. Aparte de su faceta romántica o policíaca la película se apoya en una curiosa competición: conseguir viajar a través de Europa de la forma más rápida combinando las rutas de trenes de diferentes países, con la ayuda de las guías horarias de sus respectivas compañías ferroviarias. Para acabar en Inari, un pequeño pueblo en la Laponia finlandesa, que resulta que no tiene estación de tren. La película elabora la cuestión de si es preferible la vida más rápida o la mejor, cosa que yo a estas alturas ya tengo claro y tiene un regusto de “roadmovie” ferroviaria con el que se disfruta.

Pero más que el disfrute, lo que me interesa hoy es lo de los horarios. Y lo de las aves de paso. Que son dos cosas que están relacionadas, porque en ambas subyace el orden y la eficiencia. ¿Se imaginan una compañía ferroviaria sin horarios? Los horarios son imprescindibles para coordinar el uso de la infraestructura, las vías, estaciones y todo lo que comporta ese sistema. E igual sucede con aeropuertos, fábricas, producción de electricidad, hospitales y muchas otras cosas, que se mueven en esferas de orden y eficiencia particulares para asegurar su propio funcionamiento. Los empleados de cada organización se ocupan de ello con sus rutinas, manuales de procedimiento y cosas así.

Sin embargo cuando mezclamos unas cosas con otras empieza el deterioro. A nivel de horarios y sobre todo de calendario, otro escalón de los horarios, en España nos inclinamos por la intermitencia, Lee el resto de esta entrada »

Cuando llegué a Inglaterra en 1977 el director de mi nueva oficina no supo qué hacer conmigo. Venía yo trasladado desde Alfafar-Benetúser a la City of London. ¡Casi ná! No se habían enterado de mi traslado y no tenían sitio para mí en el organigrama. Les dije que si de algo medio entendía yo era de conceder créditos, pero de eso no había necesidad, así que recurrieron al parcheo, eso que ahora está tan de moda.

Head of Foreign Exchange Settlements fue el puesto que me asignaron. Yo naturalmente no tenía ni idea de lo que iba aquello. Y además apenas hablaba inglés. Me pusieron de jefecillo de un grupo de 8 ó 10 compañeros cuya misión era confirmar los deals de compra-venta de divisas entre bancos, un negocio grande que hasta entonces yo no sabía ni que existía. “Compramos 10 millones de dólares spot contra marcos alemanes”, “vendemos 50 millones de pesetas contra libras esterlinas, forward 6 meses”, y así montones de boletas cada día. Todo aquel negocio, mayormente especulativo, lo realizaban los dealers y mi departamento se ocupaba de controlar que nos ingresaban los dólares en Nueva York a tiempo, pagar los marcos alemanes al banco correspondiente en Frankfurt, pagar a su vencimiento las pesetas en Madrid, comprobar que nos ingresaban las libras, etc. Telex arriba y telex abajo.

El Foreign Exchange, o la especulación con las divisas si queremos llamarlo de otro modo, Lee el resto de esta entrada »

Mientras tuve pelo en la cabeza siempre les fui fiel. Me acostumbraba a un trato, una charla, unas manos y siempre me costaba luego renunciar a mi peluquero. A una peluquería estuve yendo más de veinte años y si quien me atendía de regular estaba ocupado con otro cliente, dejaba pasar mi turno y me esperaba, para que me atendiese siempre el mismo. Daba un poco de rubor negarle el trabajo a sus colegas, pero mi peluquero y yo manteníamos una relación en la que no cabían terceros. Nunca llegué a saber mucho de aquel hombre más allá de su habilidad con la navaja. Al cabo de los años el dueño se jubiló y se cerró el negocio. Abrieron allí una confitería, a la que me negué a comprar pasteles con rencor secreto.

Y a propósito de barberos, el otro día escuché una de esas noticias aparentemente intrascendentes, pero que me llamó la atención: un peluquero jubilado había abierto su peluquería en un club de pensionistas de Manises, en Valencia, y cortaba el pelo gratis. A los jubilados del propio club, se entiende.

Obviamente a los peluqueros del pueblo, con local abierto, licencia fiscal, declaraciones de IVA, IRPF y otras radículas que alimentan la burocracia, no les gustó la cosa un pelo… Pero a mí me ha hecho pensar en algo que ya había yo notado. Que la peluquería, mientras estuve yendo, me parecía cada vez más cara. Al igual que otros servicios, como el dentista, las comidas en restaurantes y cosas así. Pero en cambio no me parecían tan caras, proporcionalmente, otras cosas que consumo, como coches, televisores o vino. No sabía claramente por qué.

Pues ya lo he averiguado. William Baumol, que todavía vive con 87 años, le dio nombre: se trata de “la enfermedad de costes de Baumol”. Lee el resto de esta entrada »

Hoy he tenido que tomar un tren tempranero. Así que estaba en el metro a las seis y media, compartiendo bostezos con unos cuantos, no muchos, colegas de fatigas. Emigrantes y bastantes más mujeres, supongo que con poca conciliación, que hombres. Es la clase trabajadora tal vez más agobiada, una parte de la que parece que se quiere proteger, aunque sospecho que la mayoría tienen trabajos más o menos precarios y la protección les llega poco. No muchos oficinistas, al menos en apariencia. Me gustaría gozar de una perspectiva menos urbanita, pero en el río de la vida me he perdido la visión de los pueblos, del campo, que me hubieran permitido adivinar otro entorno y otro tiempo.

Algo me ayuda un bonito libro que cae en mis manos sobre oficios artesanales valencianos: el ceramista, el cerero, el escobero, el pirotécnico, el espartero y cosas así. Muchos oficios ya extintos que nunca han viajado en metro. Me fijo en el trabajo de cantero, que debe ser uno de los duros de verdad, antes y ahora. Antes seguro que más. El cantero de antes trabajaba de lunes a sábado, colgado de una cuerda en la cantera, lloviéndole en cara y ojos esquirlas de piedra, arromando cinceles y cortafríos día sí y día también. Las noches al herrero a afilar las herramientas. Los domingos por la mañana a ordenar la cantera. “Los días de frío y lluvia son mejores porque el sol abrasador de verano es mucho peor y además la piedra húmeda está más blanda…”.

Pienso en los que trabajamos a cubierto hoy en día. “La temperatura de la oficina está a 20º, debían ser 21º…”, cafecito. Arranque a las nueve, o nueve y cuarto que el metro venía muy mal. El viernes a las doce el correo electrónico se empieza a parar, interesante índice. Nos hemos ganado derechos y comodidades porque las máquinas y las leyes laborales de la socialdemocracia han hecho que en buena parte del mundo occidental, y en Europa en particular, los trabajadores podamos disfrutar del estado del bienestar. El mensaje que nos llega, ayer sin ir más lejos es: “relax…”. La gente se lo cree menos que a medias. Prueba de ello es que el absentismo disminuye de forma notable.

Yo sigo con bastante interés al profesor Cuadrado Roura y por eso soy de los que no se creen lo del relax, ni a medias. En el artículo que manejo cita al Nobel de Economía 2008, Paul Krugman: “El problema consiste en que la productividad es siempre el resultado conjunto de un buen número de factores en los que no es posible dar saltos a corto plazo”. Así que tenemos batalla para largo. Gobierno y sociedad tenemos que entender que si vivimos en un país con moneda fuerte, que no podemos mover, para bajar el coste de nuestros productos, o bajamos los salarios o subimos la productividad. Y como evidentemente nadie quiere que le bajen su salario, la única manera es a través de la productividad, que es cuestión, sobre todo, de empresas y trabajadores.

El Gobierno debería entender esto, ya que le sobran economistas y asesores. Al bloquear la flexibilidad en el empleo dice que está haciendo justicia social porque asegura el trabajo a aquellos que tienen contratos fijos de larga duración. Pero no parece entender que el aumento de la productividad va de la mano de permitir que las empresas reciclen su fuerza laboral y den entrada a trabajadores a menudo más jóvenes y en muchas ocasiones, no nos engañemos, con más ganas de trabajar.

Así que mientras la productividad en el largo plazo mejora o no, la sociedad española, y que me perdonen los que ya lo están haciendo, debe simplemente trabajar algo más, debe mejorar sus hábitos, empezar más temprano –y si hace falta acabar más temprano, que lo que importa es el balance-, las películas o programas de gran audiencia de la televisión no pueden acabar pasada la medianoche, probablemente recuperar los viernes por la tarde, que ya sé que duele. Y reprogramar el verano para que la economía siga funcionando sin empezar a frenar a principios de julio y no recuperar la plena marcha hasta mediados de septiembre. Porque me temo que si dejamos que los demás avancen mientras nosotros tomamos el sol, vamos a acabar picando piedra. Y ya saben que las piedras con sol están mucho más duras…

¿Relax? Todo lo contrario, ¡zafarrancho de combate!: «In case you didn’t know, it’s an alarm, you’re not on a pleasure cruise!»

A mi amigo Lars, con quien he compartido Das Boot, Billie Holiday y unas poquitas horas extra…

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