Mayo-julio 2010. The Famished Road, Ben Okri [1990, 500p] El primer libro que leo de un escritor nigeriano. Okri, novelista y poeta, arma su historia a través de los ojos de un niño-espíritu, lo que según la creencia popular de algunos países africanos es el niño que vive a medio camino entre el mundo real y el mundo de los espíritus. Los niños-espíritu pueden decidir morir y regresar completamente al mundo de los espíritus o quedarse en éste. Azaro, el protagonista, se decide por esto último, no sin tribulación. Bien escrita, la novela obtuvo el premio “Booker”, probablemente el más prestigioso para lengua inglesa, en 1.991.
Aunque, afortunada y desafortunadamente, sólo conozco Nigeria a nivel de hotel Sheraton, es un país en el que no es difícil atisbar la realidad de los guetos de chabolas, de cómo sobreviven cientos de millones de personas míseras del mundo. El libro te sumerge en esa realidad, en que los insectos, ratas, suciedad, malos olores, calor y lluvias tropicales, barro, políticos corruptos o la falta de electricidad o agua potable son una constante. Y demuestra cómo la gente lucha por su vida y su familia en todas partes y la fuerza del amor entre padres e hijos. Te hace sentir respeto y compasión. Es posible que quinientas páginas sean muchas para contar la historia, pero como experiencia para vislumbrar la realidad de África, es desde luego interesante y de bella prosa.
“Dad didn’t say anything. His spirit was gentle through the night. The air in the room was calm. There were no turbulences. His presence protected our nightspace. There were no forms invading our air, pressing down on our roof, walking through the objects. The air was clear and wide. In my sleep I found open spaces where I floated without fear. The sky was serene. A good breeze blew over our road, cleaning away the strange excesses in the air. It was so silent and peaceful that after some time I was a bit worried. I was not used to such a gift of quietude. The deeper it was, the deeper was my fear. I kept expecting eerie songs to break into my mind. I kept expecting to see spirit-lovers entwined in blades of sunlight. Nothing happened. The sweetness dissolved my fears. I was not afraid of Time.
And then it was another morning. The room was empty. Mum and Dad were gone. And the good breeze hadn’t lasted forever.
A dream can be the highest point of a life”
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