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Allá por 1940, la política en Estados Unidos sobre la guerra que explotaba en Europa andaba dividida entre los «intervencionistas» y los «aislacionistas». O entre quienes creían que la amenaza de Hitler y su partido nazi era una cuestión limitada al ámbito europeo y los que pensaban que era una amenaza global. Levantándose de la crisis de «La Gran Depresión», los americanos de a pie, por su parte, estaban más ocupados en la compra de un nuevo frigorífico que preocupados porque Hitler hubiese invadido Polonia. ¿Poland? ¿Where is that?

 

En Europa se había pasado por varias etapas en que unos gobiernos pensaban que con Hitler se podía negociar y otros (con Churchill a la cabeza), que sabían que la única solución era derrotar militarmente a la Alemania nazi.

 

Roosevelt, presidente en Estados Unidos entre 1933 y 1945, intentó en un principio cumplir con unas y otras inclinaciones de su país, de lo que fraguó la llamada Lend Lease Act de marzo de 1941: Estados Unidos ayudaría en términos materiales (barcos, aviones, armas), teóricamente como préstamos aunque con la sospecha de que nunca serían reembolsados, a los países implicados en el conflicto europeo. Sin involucrarse militarmente. Hasta el final de la guerra Estados Unidos aportó equipos por un monto que se ha estimado en USD 49.100 millones de la época.

 

Hasta que en diciembre de 1941, dos años después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, el ataque de Japón (aliado de la Alemania nazi desde un año antes en el llamado Axis) a Pearl Harbour, convenció al pueblo americano de que la solución con los nazis no era un problema sólo material. Ni de otros: era su problema. Y ahí se inclinó la balanza de forma definitiva.

 

Por supuesto con África no estamos, ni estaremos, en guerra.

 

Y sin embargo, la respuesta europea a la emigración africana nos trae reminiscencias de aquella triste época bélica. Los países europeos no se ponen de acuerdo en cómo responder y la ciudadanía europea (o al menos la española, estamos convencidos) ignora todo o casi todo sobre la realidad social o política de África (¿Sudán, Mali, Costa de Marfil, Ghana? ¿Dónde está eso?). Estamos ocupados con la polémica de los taxistas o el riesgo de que la mala cosecha de malta haga que escasee la cerveza: ¡eso sí que son problemas!

 

Así que a falta de acuerdo y de preocupación pública, la solución del actual manual es… ¡el aislacionismo! Barreras más altas, concertinas sí o no, algún barco más suponemos, más radares o aviones. Todo bastante militar, ¿no? Pero ni siquiera en serio, porque cuando el Sr. Juncker ofrece financiación adicional, se habla de EUR 53 millones, que es algo así como el 0,0003% del PIB de la Unión Europea.

 

De lo que nadie (o casi nadie: José Borrell, lo ha citado como «el primer problema de Europa» y Pablo Casado, ha mencionado hace unos días la idea de un «Plan Marshall» para África), parece darse cuenta, es de que ni muros, ni radares ni concertinas van a parar el aluvión. La explosión demográfica de África es de tal dimensión que no hay más remedio que implicarse con gente y recursos económicos (que la Unión Europea tiene, si quiere) para solucionar el problema, allí. No en mitad del Mediterráneo, ni en Algeciras ni en Lampedusa, ni en Turquía: en Senegal, en Marruecos, en Sudán, en Etiopía…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Cómo hacerlo?

 

Nos da para otro artículo. Pero ya avanzamos: tomándoselo en serio: gente y «pasta». Como lo del Lend Lease, los pilotos y los aviones. África crece en población por encima de 30 millones de personas año. La respuesta tiene que ser proporcionada.

 

Y otra pista: no es sólo una necesidad, también es una oportunidad…

 

"No podemos esperar a las visiones exitosas de personas sobresalientes, porque éstas son escasas...Depende de nosotros el encender nuestros propios pequeños fuegos en la oscuridad". -Charles Handy-

«No podemos esperar a las visiones exitosas de personas sobresalientes, porque éstas son escasas…Depende de nosotros el encender nuestros propios pequeños fuegos en la oscuridad».
-Charles Handy-

Hace unos meses comentaba con una colega sobre lo que ella sentía como una acumulación de preocupaciones, profesionales y personales. Así que le conté lo del capitán japonés. Es uno de los ejemplos que utiliza Dale Carnegie para ilustrar sus recomendaciones en “Cómo Suprimir las Preocupaciones y Disfrutar de la Vida”. El personaje de la historia, gerente de una compañía de seguros británica en Shanghai durante la II Guerra Mundial, ve amenazada su vida por haberle ocultado a un liquidador militar información sobre bienes que el ejército japonés buscaba confiscar. Bueno, en realidad no era un capitán, era un almirante, pero da igual. Le sirve para desmenuzar su método sobre cómo atacar una preocupación: “1) Consignar precisamente por escrito qué es lo que me preocupa; 2) consignar por escrito lo que puedo hacer acerca del asunto; 3) decidir lo que voy a hacer; 4) comenzar inmediatamente a llevar a cabo mis decisiones.”

El libro de Carnegie es de 1948. Yo lo leí hacia 1990. En su síntesis sobre las técnicas básicas para el análisis de la preocupación establece cuatro reglas:

“Regla 1: Obtenga todos los hechos. Recuerde que el decano Hawkes de la Universidad de Columbia dijo que la mitad de la preocupación que existe en el mundo obedece a que las personas intentan tomar decisiones sin un conocimiento suficiente sobre en qué basar una decisión.
Regla 2: Considere todos los hechos, entonces llegue a una decisión.
Regla 3: Después de tomar una decisión, ¡actúe!
Regla 4: Cuando usted, o cualquiera de sus socios, se sienta inclinado a preocuparse por un problema, consigne por escrito las siguientes preguntas y contéstelas:
a. ¿Cuál es el problema?
b. ¿Cuáles son las causas del problema?
c. ¿Cuáles son las posibles soluciones?
d. ¿Cuál es la mejor solución?”

Llevar todo esto a cabo en la esfera individual es relativamente sencillo si uno se aplica a ello con perseverancia y va adquiriendo práctica. A mí me ha funcionado bastante bien, convencido como estoy de que mi destino está en mis manos y no en las de otros. Recuerden: auto-confianza, formación, comunicación, liderazgo y actitud. Lo dice Carnegie.

Las soluciones a nuestras preocupaciones en lo personal, decidir y actuar es el fundamento de cualquier sociedad sana. Lo que pasa es que además de las preocupaciones de uno, cada vez hay que preocuparse más de las de todos.

Porque cuando hablamos de lo colectivo, la cosa ya tiene otro cariz, ya no está tan en nuestras manos. Empezando por la información, que está sobre-ofertada. Si intentamos hacer las preguntas de Dale a nuestra sociedad, deberíamos atender a lo fundamental, al largo plazo, o sea la vida de nuestros hijos y nietos, y a una visión global de los hechos. Lo de Undargarín y la Infanta, por ejemplo, que tanto nos ocupa, es irrelevante. Incluso lo es que tengamos o no monarquía, porque con monarquía o república no vamos a vivir ni mucho mejor ni mucho peor. Lo de que el índice de producción industrial mejore en un mes es corto plazo. Lo importante a largo plazo es mejorar la participación de la agricultura y la industria en nuestro PIB. Que la vivienda baje más, o no, es parcial, porque el sector inmobiliario como motor económico es ya historia. Lo integral es pensar en cómo hacer crecer otros sectores de la economía que lo sustituyan. La unidad de España es fundamental, pero casi tanto lo es que España toda pierda población al ritmo que la pierde. Y Cataluña, por cierto, la que más, que según el INE perderá el 11% de su población en los próximos 10 años. Ello nos lleva a que en 2023 tendremos una tasa de dependencia de casi el 60%. O sea 41 personas en vida útil para sostener a 100 (ellos mismos más ancianos -35- y menores de 16 -24-). ¿Se acuerdan del “estado del bienestar”? ¿Aquello del copago? Prepárense.

Total, que aquí querría yo ver a Dale. Ciertamente los individuos haremos bien en no preocuparnos en nuestro ámbito privado. Antes bien, informémonos, decidamos y actuemos. Y lo mismo deberán hacer las empresas. Pero, lamentablemente, es éste un momento en que mucho necesitamos de nuestros gobernantes, sobre todo de los de arriba arriba, que sepan ver la gravedad de los problemas que nos acucian y apliquen el método. Ya saben: “1) Consignar precisamente por escrito qué es lo que me preocupa; 2) consignar por escrito lo que puedo hacer acerca del asunto; 3) decidir lo que voy a hacer; 4) comenzar inmediatamente a llevar a cabo mis decisiones.” O sea, infórmense, decidan y actúen. Lo hago por su bien, que el stress mata. Aunque en este caso no a ellos, sino a nosotros.

Antofagasta a BoliviaHe leído estos días sobre el trabajo del profesor Oded Galor, israelí que enseña en Estados Unidos. Junto con Quamrul Ashraf, nacido en Bangladesh y también profesor en Estados Unidos, han publicado el estudio “The Out of Africa Hypothesis, Human Genetic Diversity and Comparative Economic Development”. Galor es el creador de la llamada Teoría Unificada del Crecimiento, que trata de explicar la evolución de la Economía desde la Prehistoria. Lo interesante del tema, sin duda no exento de controversia, es que establece una relación entre diversidad genética y riqueza a nivel nacional. Mantiene que los países en los extremos de la diversidad genética, por muy alta –cita a Etiopía- o muy baja –Bolivia-, sufren un menor crecimiento. Cito del artículo, para la polémica, una explicación: “Demasiada diversidad genética produce tensiones sociales y falta de cooperación pero, si nuestros genes son muy parecidos a los de nuestros vecinos, corremos el riesgo de parecernos tanto entre todos que acabemos formando una sociedad en la que todos piensan igual y no hay innovación…. América Latina, que tiene los mayores niveles de homogeneidad genética, debería adoptar una estrategia doble. Por una parte, fomentar la educación, al igual que en África, y orientarla hacia el fomento de la creatividad. Por otra, favorecer la inmigración y los intercambios de población con otros territorios para fomentar la heterogeneidad genética. La cuestión es alcanzar un nivel de diversidad óptimo”.

Menciono esto, sin querer entrar mucho en ese debate, para dejar constancia de algo que sí me parece una realidad: la baja relación social y comercial de varios países de América Latina entre ellos mismos. Cosa que yo creo que tiene mucho que ver con las pobres infraestructuras de transporte.

Porque yo realmente de lo que iba a escribir hoy era de trenes. Cuando este verano me he planteado una escapada desde Bogotá a algún lugar turístico de Colombia, Armenia en la Zona Cafetera era mi primer objetivo, me he tropezado con que me tenía que volver a montar en un avión, de lo que ya estoy un poco harto. No me recomiendan la carretera. Y no hay tren. Me encantaría esto último, porque soy un poco “geek” de los trenes. Pero no hay. O hay muy pocos. Culpa de la orografía, dicen.

Para situarme he consultado las estadísticas de la Union International des Chemins de Fer. Los cinco países del occidente de América del Sur –Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile- reúnen en total, para una superficie conjunta de 4.564.000 km2, líneas de ferrocarril en uso por 13.413 kilómetros –de los que el 44% están en Chile-. La Unión Europea de veintiocho países, por comparación, con 4.423.000 km2 de territorio, suma 244.740 kilómetros. O sea que para casi igual extensión, esa parte de América Latina tiene el 5,5% de ferrocarril operativo que esa otra parte, casi toda, de Europa. Si se repasa la historia, la arqueología ferroviaria diría, país a país con la excepción de Chile, se siente la decadencia y la dejadez. Salvo líneas concretas diseñadas para llevar a puertos marítimos la producción minera –carbón, concentrado de cobre, nitratos, ulexita-, el ferrocarril de pasajeros ha quedado limitado casi exclusivamente a trenes turísticos o a algunos tramos de pasajeros supervivientes, con velocidades operativas que no exceden de los 40 Km/h. En el caso de Ecuador los trenes de turismo circulan a 5 ó 6 Km/h –Quito a Machachi, 40 Kms en 8 horas, Quito a Guayaquil, el “Tren Crucero”, 430 Kms en cuatro días-. Le tiene que gustar a uno mucho el tren.

Es cierto que la orografía de la zona es difícil, pero también lo es que hace ciento cincuenta años la industria ferroviaria fue capaz de desarrollar líneas exitosas en varios de estos países. El ferrocarril de Antofagasta a Bolivia ha sobrevivido desde su inauguración en 1873 y ha sido capaz de transportar más de dos millones de toneladas anuales en una red de 1.625 Kms. que asciende hasta los 4.815 metros de altura. Si se fue capaz de construir estas cosas en el siglo XIX, ¿qué no se podrá hoy?

Ha dicho Juan Manuel Santos, presidente de Colombia, que resulta menos costoso traer un contenedor desde China al puerto de Buenaventura que luego llevarlo desde Buenaventura a Bogotá. Que las comunicaciones efectivas son clave para el desarrollo no creo que sea algo para lo que haga falta mirar a la prehistoria. Colombia dice necesitarlo, Perú tiene la vocación, Bolivia lo necesita, el tren debe volver.

Lo de la Alianza del Pacífico es un acuerdo ilusionante. Aunque Ecuador y Bolivia no sean todavía parte de ella, la Alianza debería liderar el que se sienten las bases del desarrollo ferroviario coordinado de la región. Una planificación conjunta, al modo del Trans European Rail Freight Network o la unificación de sistemas de seguridad en Europa, sería ideal. Lejos está, supongo, la cofinanciación. Y atención se debería prestar al problema, que España sufre hoy, de los distintos estándares de ancho de vía. Parecería lógico, aunque el coste será superior, invertir en un ancho común para el largo plazo. Ventaja, no pequeña: parten de muy abajo. Toda la nueva ingeniería está a su orden.

A ver si esta vez se consigue. Y que no tengan que ser sólo los chinos los que vengan a resolverlo. Que ya me gustaría ir a Armenia a tomarme un cafecito. O subir a La Nariz del Diablo.

PatinadoraOtra vez dándole vueltas a lo del largo plazo, que no es cosa muy sexy, pero en la que creo que vale la pena invertir. No por mí, que supongo que ya no andaré por aquí -iba a decir espero-, sino por la familia que voy a dejar atrás y su futuro bienestar. Ya casi más los nietos que los hijos. Bueno y por los demás también, disculpen.

Entre la mucha paja que avientan de seguido los medios de comunicación, aparecen de vez en cuando cosas que de verdad ocupan la mente. Estos días me ha preocupado de nuevo, más que ocupado, lo de cómo se está poniendo boca abajo nuestra pirámide de población, que ya ni es pirámide “ni es ná”, como diría Gila. La “maldición de la pirámide” casi podría añadir. La previsión de que en 2050 haya en España casi 17 millones de personas de más de 65 años (16.651.000 para ser exactos, según las Naciones Unidas), y de ellos más de 6 millones de más de 80 años, no puede sino inquietar y obligar a que nos preguntemos cómo se va a mantener esta nave a flote.

¿Se imaginan la playa? Algo así como el negativo de las patinadoras en la de Santa Mónica. Que estuve allí y se me ha quedado la imagen. Pero aquí con andadores.

Y bueno, luego he leído un artículo interesante del profesor César García, que enseña en la Central Washington University (“¿Miente la Universidad de Shanghai?”), sobre la necesidad de establecer competencia entre centros de enseñanza y rivalidad docente, como medios de mejorar el nivel de nuestra educación. Que por cierto para ver quién era este señor me he metido en la web de su universidad y he encontrado las calificaciones que le dan sus alumnos y cuánto gana, en dólares, y en proporción al resto de profesores y empleados de esa universidad. A eso le llamo yo transparencia. Transparencia de la que aquí carecemos.

Cito estas dos cosas, demografía y educación, porque sospecho que por esta última viene la casi única solución a las dificultades de esa futura España senil. O al menos la principal. Lo de la demografía no sé cuánto remedio tiene. Sólo se puede arreglar si la cultura del niño único o la parejita se rompe y las parejas empiezan de nuevo a tener tres o cuatro hijos. Complicado, al menos en esta década. ¿Más inmigración? Posible, pero habría que ordenarla y también difícil mientras no digiramos buena parte de la cola del INEM. El crecimiento económico ayuda pero no basta, porque el desequilibrio demográfico avanza de forma inexorable y acabará ganando la partida. El recorte de las pensiones, actuales o futuras, tampoco. Un parche, que sólo resuelve, intenta resolver, la parte del problema que afecta a las finanzas públicas que es, entre paréntesis, la única de que se habla. Porque la parte esencial del problema no es financiera, es económica y social. Y ahí yo sólo veo la solución de tomar grandes medidas en el terreno educativo, cultivando la excelencia e intentando crear una nueva generación mejor preparada que las actuales en lo económico y en lo cultural. Y en lo moral, que es fibra que tenemos bastante deshilachada. Y una cosa deberíamos tener claro: el principal medio para generar calidad es el estímulo, en dos formas, premio a los resultados y presión para que se consigan. Con los alumnos y con los profesores. De todo ello andamos cortos.

Sólo las nuevas generaciones, con preparación y empeño, pueden detener la progresión de esta ecuación maldita donde, si no hacemos algo, las bondades de nuestra salud y longevidad van a acabar consumiéndonos.

Lo siguiente es quién se ocupa de poner esto en marcha… Pues el gobierno, claro, dirán. Ah! That’s the question! Porque hay tanta mediocridad, cortoplacismo y egoísmo (“of the people, for the bureaucrats, by the bureaucrats”, Milton Friedman) en la clase política, que es difícil pensar que vaya a suceder. ¿Ustedes lo creen? Los muchos gobiernos que nos rigen se ocupan de lo accesorio y rebosan de palabrería inane. Me desayuno, ¡hoy domingo! con Pere Navarro que opina sobre la cadera del Rey. Me estropean el almuerzo Rubalcaba, Cospedal, el Cándido Méndez, Soraya Rodríguez, el Toxo, el Artur Mas, y más, y más, todos los días, todos los días. Y los medios ¡venga micrófonos! como si estuviéramos todos ansiosos por escuchar sus opiniones. Y así vamos, al tran tran, a ver si la cosa se arregla sola, el mes que viene salen otras cuantas personas del paro y nuestro equipo gana la Liga. Así que el Sr Rajoy debería dejar el tran tran para el mus. Para mí, si se dedicara sólo a rescatar el largo plazo, de nuestro país que no sólo de nuestras finanzas, y a vencer al nacionalismo, ya me bastaría para considerarle un buen presidente. Y hasta estaría dispuesto a esperarme a ese largo plazo, contra la opinión de Keynes.

Y otro día escribo sobre Friedman.

Jack LaLanne

Jack LaLanne

En noviembre de 1981 tuvo lugar en Londres la elección de Miss Mundo. Unos años antes, el grupo Murjani había adquirido los derechos para fabricar los “Gloria Vanderbilt Jeans” y tuvieron la idea de aprovechar la presencia de las chicas para organizar un desfile, con todas ellas enfundadas en esa prenda. Entre otras, claro. Prendas, quiero decir, no ideas. Y mejor idea aún fue lo de invitar a sus banqueros al desfile y a un almuerzo, compartido con las concursantes. Y con sus guardaespaldas, o guardatodo. A mí me tocó entre Miss Colombia (que quedó 2ª) y Miss Brasil (4ª). Fue una ocasión única para ver de cerca algunas obras maestras de nuestra madre naturaleza, porque la verdad es que la juventud es en algunos casos esplendorosa.

Ya no me acordaba de cómo eran aquellas chicas hasta que les he vuelto a echar una mirada furtiva para esta nota. Igual que he podido ver estos días un reportaje en que un fotógrafo ha tenido la mala ocurrencia de mostrarnos el hoy de una cantidad de chicas Playboy históricas. Se podía haber ahorrado el trabajo, porque habrá destrozado un montón de buenos recuerdos. ¡Qué ganas de fastidiar!

No es sólo una frase hecha lo de que “la edad no perdona”. A los hombres, por supuesto, tampoco. Cuando paso por el aeropuerto de Alicante y observo las colas de turistas, que en invierno son una mayoría de mi edad hacia arriba, pienso en la ruina en que mucha gente se va convirtiendo. No toda, pero sí mucha. Porque una de las paradojas de nuestro mundo de hoy, es que cada vez vivimos más y cada vez estamos peor de salud. Me ha hecho pensar en el trasfondo económico y en cómo vamos a tratar estas dos cuestiones en España: más años de vida significan más gasto en pensiones, menos salud, más en medicamentos.

Hace poco en un avión, en uno de esos viajes en que se lee uno hasta la cartulina de qué hacer en caso de amerizaje, me cayó en la mano un artículo sobre la empresa Baxter, en el Wall Street Journal. Baxter, por si no lo saben, y ojalá que no, es un líder mundial en productos para hemodiálisis. Acaban de comprar Gambro, una empresa sueca, también de diálisis, por US$ 4.000 millones. En palabras de Robert Parkinson, CEO de Baxter: We’re seeing the incident rate of end-stage renal disease in emerging markets start to accelerate as a result of lifestyle choice, sedentary lifestyle, diet and so on. Baxter estima que la población necesitada de diálisis a nivel mundial seguirá creciendo a un ritmo sostenido de entre el 5% y el 6% anual.

Y si hablamos de diabetes, las perspectivas no pueden ser más negras. La diabetes mellitus o tipo 2 se extiende como una auténtica epidemia mundial, a la que España no es ajena. En 2011 se completó en nuestro país el estudio conocido como «Di@bet.es», que ha determinado que en España hay 5,3 millones de diabéticos tipo 2. Tres millones que lo saben y 2,3 millones que lo ignoran. La relación causal con la obesidad está establecida. Y de ésta con el sedentarismo, también. Y de la diabetes con el Alzheimer… en ello andan.

Con respecto a la OCDE (2010), estamos en España por encima de la media en gasto sanitario (18,6% de gasto total frente a 16,6% de la OCDE), tabaquismo (26,2% vs. 21,1%, mujeres sobre todo), consumo de alcohol (11,4 l. vs. 9,4 l.), obesidad (16% vs. 15%, hombres sobre todo). Y al mismo tiempo tenemos la segunda mayor esperanza de vida a los 65 años –nos supera Japón-. O sea que vivimos mucho y necesitamos cada vez más parches. Yo creo que éstas son cuestiones para que trabajemos como individuos, más que echando la culpa al gobierno. Porque sea la sanidad pública o privada, lo que de verdad interesa es usarla lo menos posible. Y ya que “no tenemos más remedio” que vivir más, hagámoslo mejor. ¡Y de paso ayudemos con el déficit público!

Según la OCDE «me toca» morirme en navidad del 2030. Por si no se equivocan, ya tengo quien me inspire en mis propósitos de Año Nuevo:

1) Jack LaLanne: if it tastes good, spit it out (“si sabe bien, escúpelo”), refiriéndose a sal, grasa y azúcar como tres de los enemigos de la salud. LaLanne, que falleció el año pasado a los 96 años, en su estilo muy americano, fue un admirable promotor de la buena alimentación y el ejercicio.
2) Y… Eleuterio Sánchez, “el Lute”: camina… o revienta…

¡Y a ver si consigo felicitarles el 2031!

Pilín León, Miss World 1981

Pilín León, Miss World 1981

P.S. Sobre las “misses”: Venezuela tiene el “record Guinness” de premios en concursos de belleza. En 1981, dos venezolanas fueron coronadas Miss Mundo y Miss Universo. Pilín León e Irene Sáez respectivamente. La primera es hoy periodista, escribe en El Heraldo de Barranquilla -el mismo de Gabriel García Márquez- y es opositora de Hugo Chávez. Irene Sáez fue alcaldesa de Chacao (Caracas) y gobernadora del estado de Nueva Esparta (Venezuela). Se la consideró como posible candidata a la presidencia de Venezuela con el apoyo del partido COPEI frente a Hugo Chávez. Lo que viene a confirmar que belleza e inteligencia juntas sí que son posibles…

Volando entre Ciudad de Panamá y Lima leo en la revista colombiana “Semana”, bastante recomendable por cierto, una entrevista con Samuel Azout. Me llama la atención cómo un economista responsable de una cadena de supermercados ha mutado a gestor de la llamada Agencia Presidencial para la Superación de la Pobreza Extrema. El artículo va sobre Colombia y los seis o siete millones de personas que dice Azout que esa agencia se está ocupando de censar, identificando y estudiando las causas de su miseria. Primer paso para intentar encontrar soluciones.

Por favorable coincidencia me reúno el lunes siguiente en Lima con Guido Valdivia, anterior viceministro de vivienda del Perú y director del Instituto Ciudades del Siglo XXI. Aunque nuestra reunión va de oficinas -el señor Valdivia ha aceptado amablemente ser miembro del Comité Asesor de World Office Forum en Perú-, arrancamos hablando de la vivienda en América Latina y las carencias de la población pobre en muchos de estos países. Charlamos un buen rato, en el que Guido me ilustra, con la autoridad de su experiencia, en las cosas que se están intentando hacer en unos países u otros. Me cuenta sobre la eficacia de la iniciativa “Piso Firme” del gobierno mexicano, o la de “Un Techo para mi País”, del gobierno de Chile, ya replicada en varios países. O sobre el problema del acceso al agua potable doméstica. Es un hecho que países como Colombia, Venezuela, Perú, Brasil o México, tan prometedores en crecimiento y en recursos, siguen arrastrando tasas de pobreza y hacinamiento urbano en barrios marginales que ensombrecen otros logros.

Me he mirado el índice MPI –Multidimensional Poverty Index-, creado por la Oxford Poverty & Human Development Initiative, de la Universidad de Oxford, uno de los varios que existen para medir y comparar la pobreza entre países. De sus diez parámetros –años de escolarización, niños escolarizados, mortalidad infantil, nutrición, electricidad, saneamiento, agua potable, suelo, combustible de hogar y bienes-, abunda la población que tiene carencias en muchos de ellos. Y no es que los gobiernos nacionales no le echen ciertas ganas a la cosa, pero la tarea es ingente. Hace un par de meses en Bogotá, me contaban cómo buena parte del millón de viviendas sociales que el gobierno del presidente Santos quiere regalar a la población pobre de su país, se las está “comiendo” el puro crecimiento demográfico. La ancha base de su pirámide de población delata que el crecimiento va a seguir con fuerza, al menos otros veinte años. Y si ya hoy, según el citado índice MPI, América Latina tiene más de cincuenta millones de personas en situación de pobreza extrema, habrá que ver cómo se para el torrente.

Cruzo de vuelta el Atlántico durmiendo en el 330 de Iberia. Cambio brusco de los 18ºC de Lima a los 38ºC de Madrid. Cambio brusco en la dinámica social. Frente a las poblaciones de Venezuela, Colombia y Perú, que acabo de visitar, llenas de problemas y enfrentándose a ellos como pueden, y hasta dicen que felices, en cuanto abro un periódico español me doy cuenta de que aquí “la vida sigue igual”. Prima de riesgo por las nubes, lloroso moroso gobierno catalán, mineros que piden más dinero, rescate, o no, arde el monte, las mismas corruptelas de mangantes varios que ya sabíamos y algunas nuevas. Nuestra fibra moral está tocada. No sé si a los corruptos conseguiremos eliminarlos, me preocupa su contagio micótico, no sé. Pero me preocupa más que los españoles no levantemos la vista y miremos al horizonte y pasemos a la acción. En lugar de quejarnos tanto y mirarnos el ombligo.

Para empezar. Hoy leo que este otoño van a engrosar el paro 40.000 profesores interinos, que el PSOE los ha contado. ¡Pues hale!: “macro convenio educativo entre España y América Latina para crear 10.000 escuelas rurales”, ¡YA!. Allí sobra trabajo. A los profesores les va a enseñar un montón pasarse unos meses en Paraguay, o Guatemala, Honduras o Bolivia. Y a los chavales no digamos. No creo que hagan falta más allá de 1.000 millones de dólares al año, algo menos de lo que pagamos por intereses de nuestra deuda en un día. Si todavía trabajase en una caja de ahorros yo ponía los primeros 200 millones de mi bolsillo… Y además tenemos para llenar los aviones de Iberia, que falta le hace.

Pese a las tropelías coloniales, cuanto más viajo por América Latina, más cuenta me doy de que en el fondo nos queremos con sus gentes. Tenemos una profunda raíz cultural común, más allá del idioma. Empecemos a cooperar más en serio. Porque ni a nosotros nos van a sacar del hoyo los alemanes, ni a ellos les van a resolver sus problemas los chinos.

¿Pobres y Felices? Tal vez los españoles tengamos que empezar a aprender.

Sólo para urgencias, chicas

Cuando tenía 14 ó 15 años me pasaba yo las vacaciones de verano, más de tres meses, yendo a la playa todos los días. Bañador, chanclas y una toalla a rayas constituían todo mi equipo de supervivencia. Ni dinero, ni agua, ni nevera portátil, ni sombrilla, nada. Y por supuesto ni crema de protección solar factor 50, que desconocía yo entonces eso de los rayos ultravioleta y a lo más que llegaba mi protección era a ponerme un sombrero de paja.

Tardé treinta y tantos años en arrepentirme de mi ignorancia. Los varios dermatólogos, y dermatólogas, a los que he acudido, al tiempo que me rebanaban trocitos de piel de mi espalda o cuero (no) cabelludo, me hacían la misma pregunta con reiteración: ¿usted tomó mucho el sol de joven, verdad? Lee el resto de esta entrada »

Hasta los 5 ó 6 años los Reyes Magos me tuvieron enredado con su historia y me la creí de forma casi desinteresada. Allá por 1952 me trajeron una pequeña carreta del oeste de madera con cubierta de lona y sus caballitos de tiro –también de madera, no crean-. En la carreta, unos saquitos llenos de monedas, no me acuerdo pero supongo que perras chicas. O sea que me tocó Melchor. No sé qué habría hecho con el incienso. Y mucho menos con la mirra, que no sabía, ni sé muy bien lo que es. De las perras chicas hice buen uso, dando vueltas en un tiovivo de la feria y comiendo papelón.

Bonitos recuerdos y la verdad es que me gustaría seguir creyendo. Y a ver si de paso conseguía algunos saquitos de esos, aunque fuesen de monedas y no de billetes. Pero he estado echando números y no me salen las cuentas, porque allá por 1952 éramos unos 2.600 millones de personas en este mundo y hoy somos unos 4.000 millones más. O sea que cada minuto, ¡cada minuto!, nacen algo más de 150 niños en el planeta Tierra. Y a mí que no me digan que estos señores con unos camellos son capaces de repartir juguetes a todos. Así que por algún lado hay truco: o los Reyes Magos son más de tres, cosa que por cierto la Biblia no acaba de aclarar, o tienen ayuda de más gente que no son reyes ni nada y nos tienen a todos engañados amparándose en la oscuridad de la noche. En fin, dejémoslo estar por esta vez, pero algún día habrá que aclarar quién está enterrado en Colonia…

A lo que voy, realmente, es a lo de los 4.000 millones de personas más. O sea unos 7.000 millones hoy y subiendo. Y toda esa gente tiene, tenemos, que comer. Unos 1.000 millones de los de hoy no lo hacen de forma suficiente. Y según el índice FFPI –FAO Food Price Index- los alimentos han subido de precio alrededor del 70% desde el año 2000 al 2008, lo que empuja a cada vez más gente a la miseria nutricional (de lo que los disturbios de Argel de ayer mismo o los robos de grano en Méjico son síntoma).

La creciente demanda de alimentos por el incremento de población y por la producción de bio-combustibles está causando un conjunto de acciones del que hablamos poco, pero que tiene consecuencias trascendentales y difícilmente reversibles, “the last land grab”: fondos de países con gran capacidad financiera están comprando masivamente terrenos en países pobres para convertir espacio que hoy está ocupado mayoritariamente por bosques o selva, en suelo cultivable. Los compradores, por orden de importancia (2008): Corea del Sur, China, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Japón. Los destinos de su inversión, también por orden: Indonesia (donde los saudíes habían comprado hasta 2008, 16.000 km2), Madagascar (los coreanos del sur, 13.000 km2), Filipinas (los chinos, 12.400 km2), Sudán (coreanos, EAU y saudíes, 10.800 km2), Laos o Brasil.

Debería parecer que todo esto es al fin y al cabo una cosa buena. Poner tierra en producción agrícola para tener alimentos suficientes para un mundo en expansión. Pero la escala y naturaleza de la operación es ciertamente inquietante e indeseable por varios motivos, tal como denuncian las ONG´s Grain y RRI –Rights and Resources Initiative-:

1. No existe prácticamente control sobre lo que está sucediendo y las inversiones se realizan en países con sistemas democráticos inexistentes o poco establecidos. Y por tanto susceptibles de prácticas corruptas a costa de los más débiles. Ni siquiera el Banco Mundial en su reciente informe sobre la materia, acaba de arrojar suficiente luz sobre lo que sucede, más allá de que el proceso se acelera: la cifra que se maneja de terrenos adquiridos en países “pobres” por países “ricos” alcanza en 2010 los 46 millones de Ha., 460.000 km2, casi la superficie total de España.

¿Podemos ayudar sin estropear?

2. La aplicación de criterios de producción extensiva de cultivos de alta demanda (como la soja o el aceite de palma para bio-combustibles) se hace a costa de una deforestación acelerada y rotura de sistemas ecológicos milenarios, con daño no únicamente a fauna y flora, sino a las propias comunidades indígenas que bien podrían recibir más perjuicio económico que beneficio de este proceso. Da la impresión de que vuelven “Las Uvas de la Ira” y no en vano se habla ya de la “colonización del siglo XXI”.

Ignoro si en España tenemos postura en este tema, pero me atrevo a pensar que algo podríamos hacer, y que fuese bueno para esos 150 nuevos niños por minuto. Y de los Reyes Magos vamos a fiarnos lo justo…, no vaya a ser que vengan ¡A la Conquista del Oeste!

Ayer estuve viendo un trocito de un reportaje sobre el sitio de Leningrado –la actual San Petersburgo- durante la II Guerra Mundial. La magnitud de aquella tragedia no ha sido superada ni antes ni después en ningún escenario bélico y confiemos que nunca lo sea. Del millón quinientas mil víctimas la mayoría lo fueron por frío y hambre, porque las tropas alemanas y finlandesas, aunque no consiguieron tomar la ciudad, paralizaron sus servicios y la dejaron sin transporte, energía, agua o alimentos. Los rusos aguantaron con enorme estoicismo y resulta admirable cómo, por ejemplo, mantuvieron sus bibliotecas funcionando. Pero lo que más me emocionó del reportaje fueron unas escenas del día de abril de 1942 que circuló de nuevo un primer tranvía¹. Aquella pobre gente lloraba y aplaudía, no sólo al medio de transporte, lo hacía por el símbolo de que la ciudad había resistido y empezaba a recuperar su normalidad.

Hoy en día, en Europa al menos, contemplamos esas dramáticas imágenes como algo pasado e indeseable, que no tiene razón de volver a producirse. Estamos acostumbrados a pulsar un interruptor y que se encienda la luz, abrir un grifo y disponer de agua que podemos beber sin más, a ducharnos con ella, fría o caliente –ahora fría-. Tenemos autobuses, metro, Internet, teléfonos móviles, supermercados y almacenes con todo lo imaginable a nuestra disposición.

Los retos son otros, no de destrucción sino de crecimiento. Lee el resto de esta entrada »

Hace unos años conocí a un jubilado del National Coal Board, la empresa pública que gestionó la minería del carbón en el Reino Unido. Cuando le pregunté por su ocupación me explicó que había sido responsable de “long term planning”, o sea estudiar los rendimientos de las explotaciones mineras a plazos largos, de cincuenta y más años. Con cierto humor inglés me decía que la gran ventaja de su trabajo era que, pese a llevar varios años retirado, nadie sabía todavía si sus predicciones eran correctas o no, precisamente por el largo plazo sobre el que trataban. Y que para cuando fueran capaces de culparle de algún error él ya estaría seguramente bajo tierra.

La planificación en la minería, o la industria petrolera u otras infraestructuras, como los aeropuertos o las centrales eléctricas, se basa necesariamente en estudios sobre el largo plazo, por la dilatada amortización de las cuantiosas inversiones que se realizan.

En la vivienda este tipo de predicción es menos común. Lee el resto de esta entrada »

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