[Abril 2015] La Hoja Roja, Miguel Delibes [1959, 190 p.] “De joven soñó con la jubilación y ahora, de jubilado, soñaba con la juventud. El tiempo le sobraba por todas partes como unas ropas demasiado holgadas”.
Casualidad que he terminado este libro en un avión, la noche antes de mi 68 cumpleaños. Mirada a la jubilación desde diez mil metros. Ahí abajo, el protagonista de la novela, Eloy, tiene 70, o sea ahí, ahí… Cuando se publicó, la esperanza de vida al nacer era en España, precisamente de 70 años, así que andaba Eloy dándole vueltas, melancólica y metafóricamente, a que “le había salido la hoja roja”. La hojita de ese color que parece que salía en los librillos de papel de fumar para avisarte que se te estaban acabando las existencias…
Esta edición que leo, de la Biblioteca Básica Salvat de Libros RTV -que fue, por cierto, una gran iniciativa- está prologada por Francisco Umbral, ante cuyo análisis de técnica –como el uso de la reiteración-, estilo y fondo literario de Delibes es difícil añadir algo. Un prólogo magistral en seis breves páginas.
Pero viendo, ya no lejos, las “luces de cola” de Eloy, allá entre la niebla de unas décadas, sí me atrevo a intentar ponerme en su pellejo. Aunque dice mi mujer que ensimismado sí que paso más de un rato… lo que es melancolía –tengo más amigos ahí dentro que fuera, dice Eloy al pasear junto al cementerio…-, resignación, claudicación y «el mismo ensimismamiento», son sentimientos que me son ajenos. Afortunadamente, creo.
Y sin embargo Delibes, como maestro que es, te hace sentir una cierta solidaridad íntima con el protagonista, en su lucha antigua y nueva contra la soledad, en cómo siente el frío -en Valladolid lo hace- o le pesan las digestiones, en cómo la jubilación –sospecho- te va desgajando de tus círculos habituales, en lo que creías afecto y sólo era convivencia. Dice Umbral: “Es triste la jubilación porque no va acompañada de una recompensa moral, humana, afectiva, sino que se limita a la recompensa económica”. Yo creo que depende de cada uno. Dentro de unos años hablamos.
He leído que es un libro triste. Adjetivo demasiado simple. El afecto que le tiene “la Desi”, su criada cincuenta años más joven y la vida diaria con ella y cómo el viejo la enseña a leer, precioso. Y la fortaleza y sencillez de la chica, que te hacen sonreír y hasta reír abiertamente. La visión de su infancia modesta y rural en un pequeño pueblo de Castilla y su relación con “el Picaza”, de lo mejor de Delibes.
Y a su vez muestra de la mejor novela española de la posguerra, que con Cela, Sánchez Ferlosio, Aldecoa o Martín Gaite son parte esencial en la riqueza de nuestra literatura.
O sea que hay que leerla. Sobre todo los que vayan entrando en estos decenios tardíos, tengan o no problemas de próstata (como Eloy…), ¡para orientarse en cómo afrontar esta creciente longevidad que nos acosa!
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