[Agosto 2013] Dava Sobel, Longitude [1995, 184p] Un curioso librito que describe las tribulaciones de los marinos hasta que la ciencia fue capaz de desarrollar un método exacto de cálculo de la longitud geográfica de un navío. Empieza contando el desastre de una flota de la armada inglesa en las Islas de Scilly, Sorlingas en español, al suroeste de Cornwall en Inglaterra. Un desastre en el que se dice que la incapacidad de los navegantes de determinar su propia posición llevó a que varios barcos (cuatro o seis) naufragasen en los arrecifes de aquellas islas y pereciesen entre mil quinientos y dos mil soldados y marineros, entre ellos el propio almirante de la flota. Era el 27 de octubre de 1707 y fue una de las causas de que el parlamento británico votase en 1714 la «Longitude Act», estableciendo un premio de 20.000 libras de entonces para quien fuese capaz de desarrollar un método preciso para el cálculo de la longitud.
A partir de ahí, durante casi setenta años se enfrentaron dos “partidos científicos”: el de aquellos que creían que el método único y seguro era utilizar procedimientos astronómicos, sobre todo las tablas lunares o las efemérides de Júpiter, y el de los que basaron su trabajo en el desarrollo de un cronómetro capaz de funcionar con total exactitud en alta mar. Los cambios de temperatura, humedad y balanceo de los barcos, dificultaban ese propósito para las técnicas de relojería de la época. Finalmente triunfó el segundo método, gracias al esfuerzo del relojero autodidacta John Harrison. Éste construyó sucesivamente los prototipos y modelos H-1, H2, H-3 y H-4, de los que el último resultó la solución, el cronómetro marino, que puede considerarse perfecta. Sólo el modelo H-3 le llevó casi veinte años de trabajo y Harrison invirtió su vida entera, en medio de la estrechez económica, en completar su misión.
Siendo capaces de conocer la hora exacta local por la posición del sol, y la hora en el meridiano de referencia, gracias a un cronómetro ajustado a esa hora, los marinos fueron capaces de conocer su posición, convirtiendo tiempo en grados y de ahí en distancia física. La latitud, como los marinos conocerán, no presenta un problema en su cálculo, gracias a la posibilidad de medir la altura del Sol con respecto al horizonte con la ayuda de la Estrella Polar, o de la Cruz del Sur, y un astrolabio y de ahí deducirla.
Aunque el tema puede parecer difícil para los que no estamos familiarizados con la náutica o la astronomía, el libro es sencillo de entender y está escrito sin mayores pretensiones. Para los aficionados a la novela histórica, un excelente complemento. No me extraña que Patrick O’Brian lo aprecie.
Los cronómetros de Harrison, desde la primera versión H-1, que pesaba más de 30 kilos y se alojaba en una caja de más de un metro cúbico, al H-4, que cabía en el bolsillo, se exhiben todos en el museo del Observatorio de Greenwich, y desde luego me acercaré a verlos a la primera ocasión que regrese por allí. Porque el par de veces que he estado confieso que desconocía su existencia.
Dava Sobel, la autora, es una escritora de divulgación científica especializada en Astronomía, que reside en Nueva York. No sabía de ella hasta que me he topado con este libro. Habrá que repasar su obra sobre Galileo.
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