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En la película «El Verdugo» de Luis García-Berlanga (Martí), Pepe Isbert, a punto de su jubilación, acaba convenciendo a Nino Manfredi -enamorado de su hija Emma Penella- de que acepte el puesto de verdugo -por entonces funcionaba en España el llamado «garrote vil»-, seguro y bien pagado, con el aquél de que «nunca vas a tener que ejercer porque todas las ejecuciones se acaban cancelando». La genialidad de la película de Berlanga, con varias de las suyas, ha dado en que se proponga -José Luis Borau, 2009- que la RAE acepte el término «berlanguiano» en el diccionario. Habíamos pensado en hilar lo del cineasta Berlanga con el funcionario Berlanga (Arona), pero la verdad es que lo que Luis García-Berlanga retrataba en sus películas y lo que está pasando con José Vicente Berlanga (Arona) y Enusa, la empresa del SEPI (60% SEPI, 40% CIEMAT), que gestiona el negocio del uranio en España, tienen poco en común.
En «Plácido», «La Escopeta Nacional», «Bienvenido Mr. Marshall» o «La Vaquilla» está lo berlanguiano de verdad, mezcla de humor, caos sainetero, esperpento y crítica social, pero también indulgencia, comprensión y amargura por el sufrimiento de la gente en un entorno difícil. Y una cierta grandeza. El nombramiento del funcionario Berlanga (Arona) como presidente de Enusa nos parece simplemente un insulto a la inteligencia de los españoles por parte del ministro de turno, José Luis Ábalos. De cara muy dura, si queremos ser duros.
Porque José Vicente Berlanga (Arona) es, con todo el respeto que nos puede merecer como profesional en lo suyo, un funcionario «del montón». Sin ánimo peyorativo, simplemente que seguro que como él o con méritos parecidos hay miles en España. Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación (1983), con 31 años de antigüedad en la Administración Pública, de los que 12 en el sindicato FSP-UGT, componen un C.V. de una docena de páginas que recoge meticulosamente su asistencia a numerosos cursos sobre orientación al empleo, educadores de escuelas infantiles, informática, logopedia o animación socio-cultural.
Todo muy apropiado para lo del uranio.
Pero bueno, el hecho es que a Berlanga (Arona), «se le apareció el santo», en la forma de ministro amigo, «amiguete», valenciano, que le ha arreglado el roto que sufrió en su retribución bruta de 2016, como director de la Fundación Deportiva Municipal de Valencia -FDM-, de EUR 85.000 a EUR 64.000 anuales -por las protestas, parece, del grupo Compromís con el que el PSOE comparte gobierno en Valencia-. Y le ha fijado una nueva de… EUR 210.000 (+228%, por si no tienen la calculadora a mano).
FDM organiza carreras populares, campeonatos de volley-playa, fomenta el deporte en colegios y cosas así, que está muy bien. Presupuesto EUR 12 millones/año. Gasto sobre todo -que explica someramente en un folio de su página web.-, porque está mantenida mayoritariamente por el Ayuntamiento. Enusa tiene un activo de EUR 497 millones, ventas (2017) por EUR 291 millones y se dedica a la fabricación de elementos combustibles para reactores nucleares, productos para medicina nuclear y a la expedición de residuos radioactivos de baja y media actividad y ha manejado en 2017 1.119 cisternas de mercancías peligrosas.
España no es un país neutro en lo del uranio. Tiene un yacimiento en Retortillo (Salamanca), cuya explotación está en proyecto por la minera australiana Berkeley. Y tiene sin resolver el tema del Almacén Temporal Centralizado de residuos nucleares de Villar de Cañas (Salamanca). Y sigue debatiendo la prolongación, o no, a 60 años de la vida útil de las 6 centrales nucleares que operan en España y tiene importantes convenios internacionales (Eurodif, Euratom). Unos pocos temas, desde la ignorancia, que parecerían justificar que al frente de Enusa estuviese alguien con criterio y experiencia para actuar de guía y contrapeso a los fuertes intereses económicos y sociales lógicos en esta cuestión.
No nos parece que Berlanga (Arona), sea esa persona. Si algo nos parece es… otro ejemplo de «La Escopeta Nacional».
P.S.: Recomendación. Visto que, suponemos, el Sr. Berlanga (Arona) residirá en Valencia, nos atrevemos a proponer que le envíen el sueldo a su casa y que no tenga que ir a tocar cosas en Enusa, no vaya a cogerle el gusto (que se lo pregunten a Manfredi). Que eso se lo dejen a los técnicos y ya nos apañaremos por un tiempo. Y Compromís que diga misa…, que es por el bien de todos.
Creía que había terminado con esto de la basura. Pero esta semana una pequeña noticia me ha vuelto a empujar a alcantarillas y vertederos. ¡Maldita sea!
“Bad wipes”, les llama un periódico gratuito para ingleses del norte de la Costa Blanca. Habla de los “wet wipes”, las toallitas húmedas que llevo años viendo por casa cuando a alguno de mis nietos le cambian el pañal y que poco a poco han ido ganando popularidad general. Y no sólo para culitos pequeñitos. Se lamentan en Jávea de que les están apareciendo en la playa, porque las toallitas esas que arrojamos a la taza del WC son recalcitrantes, o sea no se biodegradan, o lo hacen muy lentamente, sobreviviendo a su paso por las alcantarillas hasta aparecer en lugares insospechados. O no aparecer, que no se sabe qué es peor. Dicen que el costo para las compañías que gestionan agua y alcantarillado en España es de entre € 500 y € 1.000 millones al año.
Efectivamente, los “wet wipes” se han convertido en un serio problema medioambiental. Otro. Los ingleses ya han bautizado como “fatbergs” las acumulaciones de toallitas húmedas, grasa –»grasa amarilla» por el aceite de cocina usado y grasa marrón por «FOG» o «fat, oils and grease»- y otras porquerías que bloquean sus alcantarillas. Con algún caso de récord, como el fatberg de 15 toneladas que sacaron en Londres en 2013. Y hace unos días Thames Water se ha topado con otro de 40 metros de largo y 10 toneladas, con un coste de reparación para la tubería de € 600.000 euros. Empiezo a explicarme lo que dicen en Jávea. O sea que mientras los icebergs encogen en el océano los fatbergs crecen bajo nuestras casas. Vaya panorama. Y lo dejo ahí.
Pero como estaba por la zona (la perineal, no la de Jávea) me he puesto a pensar en los pañales desechables. Como padre y abuelo confieso con toda humildad y cierta contrición que me he librado de cambiar pañales durante más de cuarenta años. Sólo recuerdo haber cambiado tres. El último hace poco, a mi nieto pequeño, que esperó a que la abuela me dejara solo con él para obsequiarme y requerir mis servicios de higiene, para los que ya entienden que carezco de la más mínima experiencia. Por mucho que quieras al bebé, no me parece una cosa precisamente grata. Hoy he hablado de ello con mi esposa, que calculo que habrá cambiado algo más de 36.397 pañales (unos 27.300 a sus tres chicos y otros 9.100 por lo que le ha tocado de sus cinco nietos, menos mis 3…). Con nuestros dos primeros hijos los pañales desechables no existían. Los descubrimos en 1976. O sea que llevan por ahí unos cuarenta años. Quería yo contrastar el problema medioambiental de los pañales desechables con su conocimiento experto en el uso de pañales de ambas clases. Le he dicho que los desechables, entre plástico y celulosa, tardan hasta 500 años en biodegradarse y que se acumulan en los vertederos. Que la materia fecal que contienen se va filtrando y contamina los acuíferos. Que consumen en su producción más del doble de agua de la que se gasta en lavar un pañal reutilizable. Que los desechables contienen poliacrilato de sodio, una materia superabsorbente cuyos posibles efectos nocivos se siguen discutiendo. Que pueden tener dioxinas (otra vez las dioxinas), originadas en la fabricación de la celulosa y que para la misma se gastan un montón de árboles. Que son caros: casi € 2.000 euros por niño (9.100 pañales a unos 20 céntimos la unidad, más o menos cuatro veces lo que los reutilizables en coste de agua, electricidad y detergente). Me ha contra-atacado con las rozaduras, el olor, las manchas en los pañales, el lío de las lavadas o las fugas por las juntas. Todo lo cual seguro que tendrá remedio, pero exige recuperar una nueva cultura sostenible en este tema y asumir que el rollo de los pañales reutilizables da más trabajo pero es más razonable para nuestra especie. Pero dudo que la mayoría de progenitores estén dispuestos a asumirlo. ¿Teniendo una solución más o menos fácil por qué complicarnos la vida? Unos pocos pañales más no serán tanto problema. Bueno, unos pocos no, algunos más. Como estimación, en Estados Unidos se venden 27.400 millones de pañales desechables cada año, de los que el 92% acaba en vertederos. Pese a que los pañales reutilizables han cambiado, las lavadoras y secadoras funcionan, los detergentes son buenos, etc., soy bastante escéptico -y en casa además no tengo ninguna autoridad- en que se solucione esta cuestión. Mucho esfuerzo de re-educación haría falta y no tengo claro quién puede acometerlo. ¿Los fabricantes de lavadoras o detergente, tal vez?
¿Qué mal, no? Pues prepárense: en Japón el negocio de los pañales desechables para adultos superó al de los infantiles hace ya cuatro años. Vale que son líderes en baja natalidad y tienen una esperanza de vida cada vez mayor, pero en España les seguimos de cerca en ambas cosas y hasta podríamos adelantarles. Ahora sí que me estoy empezando a preocupar.
Total, que tengo que rectificar: lo de “Wall-e” es un cuento y efectivamente no se parece a la realidad, por lo menos a la de nuestro mundo “desarrollado”. Bueno, en lo único que se parece es en que seremos todos –casi todos- gordos. De resto, no navegaremos por el universo en una nave fantástica. No. Surcaremos la Tierra sobre un océano de basura compuesta de restos de comida, grasa, pañales usados y wet wipes, confiando en no chocar contra un fatberg y hundirnos. Mientras toca la orquesta.
Y sí, ya sé que me ha quedado esta historia un poco apocalíptica. Es que lo de los pañales para adultos me ha desestabilizado…

«No podemos esperar a las visiones exitosas de personas sobresalientes, porque éstas son escasas…Depende de nosotros el encender nuestros propios pequeños fuegos en la oscuridad».
-Charles Handy-
El libro de Carnegie es de 1948. Yo lo leí hacia 1990. En su síntesis sobre las técnicas básicas para el análisis de la preocupación establece cuatro reglas:
“Regla 1: Obtenga todos los hechos. Recuerde que el decano Hawkes de la Universidad de Columbia dijo que la mitad de la preocupación que existe en el mundo obedece a que las personas intentan tomar decisiones sin un conocimiento suficiente sobre en qué basar una decisión.
Regla 2: Considere todos los hechos, entonces llegue a una decisión.
Regla 3: Después de tomar una decisión, ¡actúe!
Regla 4: Cuando usted, o cualquiera de sus socios, se sienta inclinado a preocuparse por un problema, consigne por escrito las siguientes preguntas y contéstelas:
a. ¿Cuál es el problema?
b. ¿Cuáles son las causas del problema?
c. ¿Cuáles son las posibles soluciones?
d. ¿Cuál es la mejor solución?”
Llevar todo esto a cabo en la esfera individual es relativamente sencillo si uno se aplica a ello con perseverancia y va adquiriendo práctica. A mí me ha funcionado bastante bien, convencido como estoy de que mi destino está en mis manos y no en las de otros. Recuerden: auto-confianza, formación, comunicación, liderazgo y actitud. Lo dice Carnegie.
Las soluciones a nuestras preocupaciones en lo personal, decidir y actuar es el fundamento de cualquier sociedad sana. Lo que pasa es que además de las preocupaciones de uno, cada vez hay que preocuparse más de las de todos.
Porque cuando hablamos de lo colectivo, la cosa ya tiene otro cariz, ya no está tan en nuestras manos. Empezando por la información, que está sobre-ofertada. Si intentamos hacer las preguntas de Dale a nuestra sociedad, deberíamos atender a lo fundamental, al largo plazo, o sea la vida de nuestros hijos y nietos, y a una visión global de los hechos. Lo de Undargarín y la Infanta, por ejemplo, que tanto nos ocupa, es irrelevante. Incluso lo es que tengamos o no monarquía, porque con monarquía o república no vamos a vivir ni mucho mejor ni mucho peor. Lo de que el índice de producción industrial mejore en un mes es corto plazo. Lo importante a largo plazo es mejorar la participación de la agricultura y la industria en nuestro PIB. Que la vivienda baje más, o no, es parcial, porque el sector inmobiliario como motor económico es ya historia. Lo integral es pensar en cómo hacer crecer otros sectores de la economía que lo sustituyan. La unidad de España es fundamental, pero casi tanto lo es que España toda pierda población al ritmo que la pierde. Y Cataluña, por cierto, la que más, que según el INE perderá el 11% de su población en los próximos 10 años. Ello nos lleva a que en 2023 tendremos una tasa de dependencia de casi el 60%. O sea 41 personas en vida útil para sostener a 100 (ellos mismos más ancianos -35- y menores de 16 -24-). ¿Se acuerdan del “estado del bienestar”? ¿Aquello del copago? Prepárense.
Total, que aquí querría yo ver a Dale. Ciertamente los individuos haremos bien en no preocuparnos en nuestro ámbito privado. Antes bien, informémonos, decidamos y actuemos. Y lo mismo deberán hacer las empresas. Pero, lamentablemente, es éste un momento en que mucho necesitamos de nuestros gobernantes, sobre todo de los de arriba arriba, que sepan ver la gravedad de los problemas que nos acucian y apliquen el método. Ya saben: “1) Consignar precisamente por escrito qué es lo que me preocupa; 2) consignar por escrito lo que puedo hacer acerca del asunto; 3) decidir lo que voy a hacer; 4) comenzar inmediatamente a llevar a cabo mis decisiones.” O sea, infórmense, decidan y actúen. Lo hago por su bien, que el stress mata. Aunque en este caso no a ellos, sino a nosotros.
He leído estos días sobre el trabajo del profesor Oded Galor, israelí que enseña en Estados Unidos. Junto con Quamrul Ashraf, nacido en Bangladesh y también profesor en Estados Unidos, han publicado el estudio “The Out of Africa Hypothesis, Human Genetic Diversity and Comparative Economic Development”. Galor es el creador de la llamada Teoría Unificada del Crecimiento, que trata de explicar la evolución de la Economía desde la Prehistoria. Lo interesante del tema, sin duda no exento de controversia, es que establece una relación entre diversidad genética y riqueza a nivel nacional. Mantiene que los países en los extremos de la diversidad genética, por muy alta –cita a Etiopía- o muy baja –Bolivia-, sufren un menor crecimiento. Cito del artículo, para la polémica, una explicación: “Demasiada diversidad genética produce tensiones sociales y falta de cooperación pero, si nuestros genes son muy parecidos a los de nuestros vecinos, corremos el riesgo de parecernos tanto entre todos que acabemos formando una sociedad en la que todos piensan igual y no hay innovación…. América Latina, que tiene los mayores niveles de homogeneidad genética, debería adoptar una estrategia doble. Por una parte, fomentar la educación, al igual que en África, y orientarla hacia el fomento de la creatividad. Por otra, favorecer la inmigración y los intercambios de población con otros territorios para fomentar la heterogeneidad genética. La cuestión es alcanzar un nivel de diversidad óptimo”.
Menciono esto, sin querer entrar mucho en ese debate, para dejar constancia de algo que sí me parece una realidad: la baja relación social y comercial de varios países de América Latina entre ellos mismos. Cosa que yo creo que tiene mucho que ver con las pobres infraestructuras de transporte.
Porque yo realmente de lo que iba a escribir hoy era de trenes. Cuando este verano me he planteado una escapada desde Bogotá a algún lugar turístico de Colombia, Armenia en la Zona Cafetera era mi primer objetivo, me he tropezado con que me tenía que volver a montar en un avión, de lo que ya estoy un poco harto. No me recomiendan la carretera. Y no hay tren. Me encantaría esto último, porque soy un poco “geek” de los trenes. Pero no hay. O hay muy pocos. Culpa de la orografía, dicen.
Para situarme he consultado las estadísticas de la Union International des Chemins de Fer. Los cinco países del occidente de América del Sur –Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile- reúnen en total, para una superficie conjunta de 4.564.000 km2, líneas de ferrocarril en uso por 13.413 kilómetros –de los que el 44% están en Chile-. La Unión Europea de veintiocho países, por comparación, con 4.423.000 km2 de territorio, suma 244.740 kilómetros. O sea que para casi igual extensión, esa parte de América Latina tiene el 5,5% de ferrocarril operativo que esa otra parte, casi toda, de Europa. Si se repasa la historia, la arqueología ferroviaria diría, país a país con la excepción de Chile, se siente la decadencia y la dejadez. Salvo líneas concretas diseñadas para llevar a puertos marítimos la producción minera –carbón, concentrado de cobre, nitratos, ulexita-, el ferrocarril de pasajeros ha quedado limitado casi exclusivamente a trenes turísticos o a algunos tramos de pasajeros supervivientes, con velocidades operativas que no exceden de los 40 Km/h. En el caso de Ecuador los trenes de turismo circulan a 5 ó 6 Km/h –Quito a Machachi, 40 Kms en 8 horas, Quito a Guayaquil, el “Tren Crucero”, 430 Kms en cuatro días-. Le tiene que gustar a uno mucho el tren.
Es cierto que la orografía de la zona es difícil, pero también lo es que hace ciento cincuenta años la industria ferroviaria fue capaz de desarrollar líneas exitosas en varios de estos países. El ferrocarril de Antofagasta a Bolivia ha sobrevivido desde su inauguración en 1873 y ha sido capaz de transportar más de dos millones de toneladas anuales en una red de 1.625 Kms. que asciende hasta los 4.815 metros de altura. Si se fue capaz de construir estas cosas en el siglo XIX, ¿qué no se podrá hoy?
Ha dicho Juan Manuel Santos, presidente de Colombia, que resulta menos costoso traer un contenedor desde China al puerto de Buenaventura que luego llevarlo desde Buenaventura a Bogotá. Que las comunicaciones efectivas son clave para el desarrollo no creo que sea algo para lo que haga falta mirar a la prehistoria. Colombia dice necesitarlo, Perú tiene la vocación, Bolivia lo necesita, el tren debe volver.
Lo de la Alianza del Pacífico es un acuerdo ilusionante. Aunque Ecuador y Bolivia no sean todavía parte de ella, la Alianza debería liderar el que se sienten las bases del desarrollo ferroviario coordinado de la región. Una planificación conjunta, al modo del Trans European Rail Freight Network o la unificación de sistemas de seguridad en Europa, sería ideal. Lejos está, supongo, la cofinanciación. Y atención se debería prestar al problema, que España sufre hoy, de los distintos estándares de ancho de vía. Parecería lógico, aunque el coste será superior, invertir en un ancho común para el largo plazo. Ventaja, no pequeña: parten de muy abajo. Toda la nueva ingeniería está a su orden.
A ver si esta vez se consigue. Y que no tengan que ser sólo los chinos los que vengan a resolverlo. Que ya me gustaría ir a Armenia a tomarme un cafecito. O subir a La Nariz del Diablo.
Me he paseado bastantes veces por América Latina en estos dos años pasados. Desde Salvador Bahía a Santiago de Chile, de Sao Paulo a Ciudad de México, a Bogotá, Medellín, Barranquilla, Lima, Caracas. No me ha sido difícil empezar a sentirme un poco en casa. Pero no quita que como visitante de arraigo europeo me sigan llamando la atención ciertas cosas. De las que más, la gran cantidad de gente que vive del comercio callejero, vendiendo lo que pueden, comida lo que más, pero hay de todo. Desde mandos de televisión a ropa, cordones de los zapatos, minutos de telefonía móvil. Collares y baratijas junto a zumos de fruta, “carnitas” o pan de bono, café y donuts, galleticas o enchiladas. El soporte más habitual de muchos de estos puestos es un carrito de supermercado “customizado” con o sin toldilla, una esquina lo más estratégica posible y un par de sillitas de plástico. A veces un “bicicarro” o un anciano Renault 4L adaptado. Yo confieso que siempre me ha atraído lo de comer en la calle, ya sea un “raspado” con sirope, un helado o una cachapa. Pero mis colegas locales me apartan sistemáticamente de todo lo que sea comer en sitios de escasa confianza higiénica, así que en poco puedo beneficiar a toda esa gente. Pero ahí están, sobreviviendo.
De este lado está todo mucho más pulcro y organizado. Demasiado organizado, empiezo a pensar. Hace unos días leía de un emprendedor que quería montar unos puestos de comida rápida basados en un automóvil “Smart” modificado. Y que no le era posible porque los ayuntamientos a los que había acudido no permiten la venta ambulante. Y me hizo pensar. Me hizo pensar en que, tal vez, cabría regular el arranque de micro-negocios, que diesen servicio adicional a la población y sacasen a gente de la fila del paro. Porque sospecho que cuando alguien como el emprendedor que cito se decide a iniciar la batalla, se le ponen delante una cantidad de requisitos que a mucha gente la paran antes de empezar. Hay que ser realmente “smart” para resolver todos los papeleos. Porque no todo en lo de emprender es cosa de tener crédito. De hecho, mejor sin crédito.
Lo de que para vender al público se deba tener un local es, hoy en día, un freno serio al comercio. Con la caída del consumo que sufrimos, a ver quién es el guapo que adivina cuánta gente va a pasar por delante de su local y cuánta va a entrar y cuánta comprar. Y mientras tanto andas cargado de gastos fijos, alquiler incluido. Difícil que la gente se meta. En cambio si puedo deambular, como los de la camioneta de Frears, ya me buscaré yo los clientes donde estén. Habría que hacerlo fácil. Si me lo ponen fácil, igual me jubilo y me dedico a venderle cerveza fría a los guiris en la playa de Benidorm. Ahora… si tengo que montar un chiringuito con freidora y declaraciones de IVA incluidas, me lo tengo que pensar…
Ahora en serio, lo de la economía informal, en América Latina, es un problema. La OIT estima que hay 93 millones de personas trabajando de manera informal en el continente. Lo de la higiene es una faceta, pero la falta de seguridad, el trabajo infantil, la falta de protección social, son las cuestiones verdaderamente importantes a resolver. Pero todos los gobiernos tienen un problema semejante, si sacan de la economía informal -aquella constituida por todas aquellas actividades económicas que, sin ser criminales, tampoco están totalmente registradas, reguladas y fiscalizadas por el estado en los mismos espacios en que otras actividades similares si lo están-, a toda esa gente, pues se arriesgan a incrementar la miseria, o la delincuencia en el peor de los casos.
En cambio en España, con más de cinco millones de parados, se trata de flexibilizar, de abrir caminos, formales pero sencillitos, para que la gente se busque la vida. Porque con grandes superficies y la gran distribución, y tiendas y bares cerrando a millares, va a haber que repensarse lo del pequeño comercio.
Y a ver si entre España y América Latina encontramos el justo medio.
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