Una pequeña película de culto para los que tenemos debilidad por los trenes. Los aficionados reconocerán el título. En inglés, por si sirve de pista, es “Train Birds”, aunque no es una buena traducción, porque se pierde el juego del alemán: “pájaros de tren” y “aves de paso” que es el verdadero significado. Aparte de su faceta romántica o policíaca la película se apoya en una curiosa competición: conseguir viajar a través de Europa de la forma más rápida combinando las rutas de trenes de diferentes países, con la ayuda de las guías horarias de sus respectivas compañías ferroviarias. Para acabar en Inari, un pequeño pueblo en la Laponia finlandesa, que resulta que no tiene estación de tren. La película elabora la cuestión de si es preferible la vida más rápida o la mejor, cosa que yo a estas alturas ya tengo claro y tiene un regusto de “roadmovie” ferroviaria con el que se disfruta.

Pero más que el disfrute, lo que me interesa hoy es lo de los horarios. Y lo de las aves de paso. Que son dos cosas que están relacionadas, porque en ambas subyace el orden y la eficiencia. ¿Se imaginan una compañía ferroviaria sin horarios? Los horarios son imprescindibles para coordinar el uso de la infraestructura, las vías, estaciones y todo lo que comporta ese sistema. E igual sucede con aeropuertos, fábricas, producción de electricidad, hospitales y muchas otras cosas, que se mueven en esferas de orden y eficiencia particulares para asegurar su propio funcionamiento. Los empleados de cada organización se ocupan de ello con sus rutinas, manuales de procedimiento y cosas así.

Sin embargo cuando mezclamos unas cosas con otras empieza el deterioro. A nivel de horarios y sobre todo de calendario, otro escalón de los horarios, en España nos inclinamos por la intermitencia, lo que presumo tiene un impacto no despreciable sobre nuestra maltrecha productividad. No hemos conseguido desterrar las fiestas en mitad de semana, poner de acuerdo a diferentes autonomías en coordinar festivos ni por supuesto le dedicamos atención a mejorar el rendimiento de estos dos meses que van del 15 de julio al 15 de septiembre. Ayer fui a Correos a franquear una carta. Tenía delante una cola de veinte personas. ¿Razón?: pues que Correos ha decidido reducir el horario al 50%, doce horas al día en invierno, cuando menos gente hay, 6 horas al día en estos dos meses. Abandoné el intento y esta mañana a las 8:30 a.m. he acudido de nuevo puntual. Hoy no había cola. Porque estaba cerrado, que los sábados de verano no abren hasta las 9:30 y sólo atienden durante cuatro horas. El lunes vuelvo a intentarlo… No es que yo le tenga manía a Correos, es que creo que es un ejemplo del tipo de servicio clave para el funcionamiento de un país, que debería ser inmutable en cualquier estación del año.

La sensación de que en verano nos podemos permitir trabajar menos porque medio país está parado, es algo que hay que combatir. La sensación, que no se trata de suprimir las vacaciones. Se trata de que hay mucha gente que disfruta sus 15 días en estos dos meses pero el resto está a medio gas porque el tono es el del “dolce far niente” y para cualquier cosa productiva lo mejor es esperar a septiembre, bien entrado no vaya a ser que la persona que nos interesa no haya regresado o no esté todavía acostumbrada a la vuelta a esta cosa tan antipática que es el trabajo.

Sin trabajar más, que seguramente también nos va a hacer falta, estoy convencido de que no sería difícil aumentar nuestra productividad simplemente poniendo orden y estableciendo horarios y normas de coordinación entre la iniciativa privada, la producción y los servicios, las empresas públicas, los registros, el gobierno central, autonomías, ayuntamientos, funcionando de forma regular y más armónica, todos a una, sin parones. Los americanos tienen la Uniform Holidays Bill, los japoneses la Happī Mandē Seido: las fiestas en lunes. ¿Podríamos empezar por ahí?

¿Han visto volar una formación de gansos o de grullas cuando emigran? Vuelan como lo hacen porque necesitan consumir la menor energía posible en su largo trayecto. En la naturaleza hay orden porque el orden es eficiente.

Así que no me resisto a meter un par de trozos de “Nómadas al Viento”, banda sonora de Robert Wyatt. Que además de la bonita música, aprender estas técnicas es recomendable, por si tenemos que emigrar…