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Otra vez dándole vueltas a lo del largo plazo, que no es cosa muy sexy, pero en la que creo que vale la pena invertir. No por mí, que supongo que ya no andaré por aquí -iba a decir espero-, sino por la familia que voy a dejar atrás y su futuro bienestar. Ya casi más los nietos que los hijos. Bueno y por los demás también, disculpen.
Entre la mucha paja que avientan de seguido los medios de comunicación, aparecen de vez en cuando cosas que de verdad ocupan la mente. Estos días me ha preocupado de nuevo, más que ocupado, lo de cómo se está poniendo boca abajo nuestra pirámide de población, que ya ni es pirámide “ni es ná”, como diría Gila. La “maldición de la pirámide” casi podría añadir. La previsión de que en 2050 haya en España casi 17 millones de personas de más de 65 años (16.651.000 para ser exactos, según las Naciones Unidas), y de ellos más de 6 millones de más de 80 años, no puede sino inquietar y obligar a que nos preguntemos cómo se va a mantener esta nave a flote.
¿Se imaginan la playa? Algo así como el negativo de las patinadoras en la de Santa Mónica. Que estuve allí y se me ha quedado la imagen. Pero aquí con andadores.
Y bueno, luego he leído un artículo interesante del profesor César García, que enseña en la Central Washington University (“¿Miente la Universidad de Shanghai?”), sobre la necesidad de establecer competencia entre centros de enseñanza y rivalidad docente, como medios de mejorar el nivel de nuestra educación. Que por cierto para ver quién era este señor me he metido en la web de su universidad y he encontrado las calificaciones que le dan sus alumnos y cuánto gana, en dólares, y en proporción al resto de profesores y empleados de esa universidad. A eso le llamo yo transparencia. Transparencia de la que aquí carecemos.
Cito estas dos cosas, demografía y educación, porque sospecho que por esta última viene la casi única solución a las dificultades de esa futura España senil. O al menos la principal. Lo de la demografía no sé cuánto remedio tiene. Sólo se puede arreglar si la cultura del niño único o la parejita se rompe y las parejas empiezan de nuevo a tener tres o cuatro hijos. Complicado, al menos en esta década. ¿Más inmigración? Posible, pero habría que ordenarla y también difícil mientras no digiramos buena parte de la cola del INEM. El crecimiento económico ayuda pero no basta, porque el desequilibrio demográfico avanza de forma inexorable y acabará ganando la partida. El recorte de las pensiones, actuales o futuras, tampoco. Un parche, que sólo resuelve, intenta resolver, la parte del problema que afecta a las finanzas públicas que es, entre paréntesis, la única de que se habla. Porque la parte esencial del problema no es financiera, es económica y social. Y ahí yo sólo veo la solución de tomar grandes medidas en el terreno educativo, cultivando la excelencia e intentando crear una nueva generación mejor preparada que las actuales en lo económico y en lo cultural. Y en lo moral, que es fibra que tenemos bastante deshilachada. Y una cosa deberíamos tener claro: el principal medio para generar calidad es el estímulo, en dos formas, premio a los resultados y presión para que se consigan. Con los alumnos y con los profesores. De todo ello andamos cortos.
Sólo las nuevas generaciones, con preparación y empeño, pueden detener la progresión de esta ecuación maldita donde, si no hacemos algo, las bondades de nuestra salud y longevidad van a acabar consumiéndonos.
Lo siguiente es quién se ocupa de poner esto en marcha… Pues el gobierno, claro, dirán. Ah! That’s the question! Porque hay tanta mediocridad, cortoplacismo y egoísmo (“of the people, for the bureaucrats, by the bureaucrats”, Milton Friedman) en la clase política, que es difícil pensar que vaya a suceder. ¿Ustedes lo creen? Los muchos gobiernos que nos rigen se ocupan de lo accesorio y rebosan de palabrería inane. Me desayuno, ¡hoy domingo! con Pere Navarro que opina sobre la cadera del Rey. Me estropean el almuerzo Rubalcaba, Cospedal, el Cándido Méndez, Soraya Rodríguez, el Toxo, el Artur Mas, y más, y más, todos los días, todos los días. Y los medios ¡venga micrófonos! como si estuviéramos todos ansiosos por escuchar sus opiniones. Y así vamos, al tran tran, a ver si la cosa se arregla sola, el mes que viene salen otras cuantas personas del paro y nuestro equipo gana la Liga. Así que el Sr Rajoy debería dejar el tran tran para el mus. Para mí, si se dedicara sólo a rescatar el largo plazo, de nuestro país que no sólo de nuestras finanzas, y a vencer al nacionalismo, ya me bastaría para considerarle un buen presidente. Y hasta estaría dispuesto a esperarme a ese largo plazo, contra la opinión de Keynes.
Y otro día escribo sobre Friedman.
Mi mujer me suele llevar una hora de ventaja. A veces más. Cuando yo estoy empezando a pensar en si está nublado o hace sol, con la oreja pegada a la almohada, ella ya ha desayunado, se ha vestido y a menudo está lista para salir a la calle. Deberían inventar algún tipo de hándicap, como en el golf o las carreras de caballos, que me ayudase en la relación matrimonial matutina. Pero bueno, a la noche recupero, y le suelo sacar una hora en que ella duerme a mi lado, paciente frente a mi luz de lectura. O sea que vivimos un poco al tresbolillo. Sólo mañana y noche, no preocuparos hijos, que el resto vamos parejos.
Esta mañana después de desayunar, para no ser excepción sabatina, me siento en pijama a leer la prensa en la “tableta”. Gran invento lo de la prensa digital. Pena lo de los contenidos. Apenas acomodado en el sillón, mi mujer me anuncia que se marcha al supermercado. ¡Vaya, menudo negrero estoy hecho! Dejar a mi mujer que se vaya sola a cargar comida para la familia. Pero ya se ha ido. Paso el dedo por la pantalla… Página 8: caso “Pallerols” y una foto del tío de la coleta. Página 9: publicidad. Página 10: que si el director de la fundación Idea es un golfo, nos acabamos de enterar, y la saga de Amy. Página 11: publicidad. Página 12: que si el ático de González y lo de Bárcenas, nos acabamos de enterar, no sospechen. Página 13: que si Undargarín y Revenga y enchufes fallidos. Y una publicidad con Casillas, por lo menos algo decente. Página 14: de Sortu, Batasuna y sus líderes estimulantes. Página 15: sobre el pufo de la prisión de Huelva , los ERE’s del fondo de reptiles y la pintura fantasma. Página 16: sobre la mafia rusa y violencias domésticas escalofriantes. Y no me he topado con lo del paro, que ya ni es noticia, al menos entre las primeras 16 páginas…
– ¿Oye, dónde estás?
– En la caja de Mercadona.
– Pues espérate que voy para allá y te ayudo con las bolsas.
– Vale, te espero delante del chino…
Así que para allá que me voy tras mis 16/72avas partes de periódico. Ya va bien, que las depres ya me las gestiono yo sin ayuda. Delante del chino efectivamente me espera mi mujer. Juntos nos vamos a la verdulería. De L’Alquería por nombre.
Me quedo fuera porque la tienda está llena de clientes. Hay una cola de 15 ó 20 personas esperando a pagar, lo que invita a la reflexión. ¿Por qué una verdulería al lado de Mercadona tiene tal éxito?
Pues, por una parte, seguro que por cosa de la cadena de suministro, más corta que en dicho supermercado. De hecho, la “cadena” está en la propia puerta: un furgón Iveco lleno de cajas de mercancía ya vendida. O sea que reposición diaria y producto fresco, clave, en frutas y verduras. Variedad, mi asesora me dice que la prefiere porque tienen de todo, además de fresco. Calidad, mi asesora me dice que lo que tienen es todo de calidad alta, sin recelo de fruta estropeada o desperdicio. ¿Precio?… no sabe, no tiene claro que sea más barato o más caro que Mercadona, lo que sabe es que aquí encuentra lo quiere. Así que mi asesora me carga con las bolsas y mientras caminamos de vuelta a casa repaso mentalmente algunas conclusiones que me parecen relevantes, en el comercio minorista al menos, de cara a la crisis de falta de trabajo que padecemos:
1. Los negocios siguen siendo posibles si uno encuentra el ramo adecuado.
2. Hay que ofrecer calidad y variedad, lo que en parte implica especialidad.
3. Se puede competir con los grandes. Es cuestión de encontrar sus puntos débiles.
4. De hecho, la proximidad de los grandes es una ventaja porque la clientela en potencia merodea por la zona.
5. Hay que trabajar. Esta verdulería cierra a las 9 de la noche y abre a las 9 de la mañana. Y todos los días tiene producto fresco. Alguien hace “after hours” en esa organización.
6. Una red local de proveedores ayuda a acortar la cadena de suministro lo que seguramente redunda en precios ajustados y ¡sostenibilidad! (el furgón está comprado en Alicante, carrozado en Alicante y las frutas y verduras son casi todas de origen local).
7. Reputación: créate imagen de calidad y preocúpate de mantenerla y los clientes vendrán solos.
8. El precio importa, pero a veces no es el primer factor frente a calidad. Algo como lo de «lo barato sale caro»
9. Trabaja, también cuando se pone el sol. ¿Ah, que ya lo había dicho? Pues valga la redundancia.
Y casi me atrevo a añadir un 10º «mandamiento»: ¡no leas el periódico!
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