Algunos de estos días, cuando me suena la radio despertador, la verdad es que me siento como Groucho Marx cuando afirmaba que “nada más despertarse leía las esquelas del periódico y si él no estaba en ellas, entonces se levantaba”. Las noticias de la bolsa americana, y luego de las europeas, o viceversa, y la idea general de “esto se hunde”, animan a quedarse en la cama abrigadito leyendo las aventuras de Guillermo (el de Crompton) y dejar pasar un tiempo no metiéndose en nada, que luego ya veremos.
Pero al final siempre decido desoír al maestro y levantarme pese a todo, pensando que al fin y al cabo todavía no está mi esquela en el periódico y algún pensamiento constructivo se hace necesario.
Uno de los debates que me parece interesante estimular es el de la vivienda mínima que la Sra. Beatriz Corredor vuelve a suscitar. Ya su predecesora la Sra. Trujillo propuso su “solución habitacional” y fue objeto de escarnio general, pero por mucho que se pretenda castigar esa forma de abordar el problema, es un hecho que mucha gente que desea una vivienda en España sigue sin tenerla, por la razón esencial de que no se la puede permitir. Todo debate que busque soluciones es positivo.
A través de un escrito de la profesora Concepción Díez Pastor he recuperado el siguiente texto:
«El que obtiene los beneficios y ventajas de la Ley de Casas Baratas puede tener una vivienda capaz, cómoda y económica. Pero esta baratura lo es para el adjudicatario, no para el Estado; ni para el conjunto social que soporta la totalidad del gasto; ni, en suma, para el contribuyente español. Las casas construidas con estricta y mínima sujeción a las exigencias de la ley resultan, en la mayoría de los casos, caras. Si se elevaran sin la subvención del Estado, ni auxilios de ninguna clase, resultarían de un precio de costo inabordable para las clases modestas de la sociedad.
Respecto a las prescripciones de la Ley de Casas Baratas en lo que se refiere a la técnica constructiva y especialmente a la capacidad que exigen, mi impresión es que casi siempre resultan exageradas y difíciles de conciliar con una severa economía. Creo que sería muy conveniente rebajar…”
Las líneas anteriores, que me parecen de suma actualidad y cuya mención a la “Ley de Casas Baratas” denuncia en cambio su antigüedad, fueron escritas por el arquitecto Amós Salvador, ¡en 1929!
El debate de la vivienda mínima podría parecer cerrado, porque al fin y al cabo ya no vivimos en la posguerra de principios del siglo XX sino en el “próspero” siglo XXI. España, con una de las densidades de población (89 habitantes/Km2) más bajas de Europa, está sufriendo, sin embargo, las consecuencias de una espiral de crecimiento de precios vivienda/suelo de las que no parece posible salir a corto plazo porque la estabilidad del sistema productivo inmobiliario y de las garantías del sistema financiero no lo va a permitir. Sólo el tiempo permitirá erosionar poco a poco esta situación indeseable, pero mientras esa situación cambia se precisan alternativas.
Y entre las alternativas, preferible en todo caso al aumento de las subvenciones tipo renta de emancipación, está una revisión general del concepto y los fines de la vivienda de protección pública para crear modelos más asequibles. La vivienda mínima es sin duda una de las alternativas que no se debe desechar. Tal como señala Díez Pastor, no buscando el ideal del “mínimo confort deseable” pero sí el del “máximo confort alcanzable”, que desde luego es preferible a las carencias que hoy sufren muchas personas.
Y se puede comprobar, por si quedan dudas, que con buena voluntad hay siempre solución. Los hermanos Marx en su camarote ocupan no más de 8 metros cuadrados en los que con cama y baúl incluidos conviven con buen ánimo. Se van incorporando sucesivamente las dos camareras que vienen a hacer el cuarto, el fontanero, la manicura, el ayudante del fontanero, la chica que viene a buscar a su tía Micaela, la limpiadora y los cuatro camareros que vienen a servir la cena y Harpo consigue seguir durmiendo. Total 15 personas en ocho metros cuadrados aproximadamente, con lo que los 15 metros cuadrados por persona que propone la ministra parecen hasta generosos
Por cierto, “las uñas déjemelas cortas porque aquí ya va faltando sitio…”
1 comentario
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abril 12, 2009 a 5:16 PM
C. Diez-Pastor
Hola, Zano. Quiero agradecerle su preocupación por «el problema de la vivienda», del que llevo ocupándome desde 2003 ´-o en realidad, desde mucho antes: es a lo que me dedico-. Cuantos más seamos, mejor.
Ya que trae a colación uno de mis artículos sobre el tema, aprovecho para hacerle una precisión y un comentario. La primera es que mi artículo deja de lado cualquier consideración económica y pone por delante otras dos de orden estrictamente ético: que todo ser humano tiene derecho a una vivienda DIGNA (no mínima), y que está demostrado que los parámetros mínimos, si bien se justifican para remediar situaciones acuciantes o problemas transitorios, están desaconsejados a largo plazo por las terribles consecuencias sociales y psicológicas que la falta de espacio tiene en el ser humano. Este enfoque ético me parece clave. Todo ser humano tiene derecho a una vivienda, pero es necesario exigir también que sea salubre, que nos sirva de ejemplo a imitar en el futuro y, en definitiva, la mejor a la que un ser humano pueda aspirar en este mundo al que se dice que pertenecemos (el primero, creo que le llaman). Un ejemplo: una celda es habitable, pero su tamaño es uno de los factores que nos hacen percibirla como lugarde castigo del que es preferible salir cuanto antes. Excuso decir que si tuviera 60, 90, 150, 200 metros cuadrados, esa sensación quedaría muy, muy mitigada.
El comentario es que, al contrario que usted, estoy convencida de que pronto veremos cómo esa tendencia fría de valor de cambio que el mercado viene imponiendo al sector de la vivienda (por encima de factores como la excelencia, los modelos a imitar, el «máximo confort deseable» y el bienestar del ser humano para una convivencia óptima) no tardará en romperse como consecuencia de la crisis. No cabe otra opción: desde el punto de vista social y humano es el único remedio y quien quiera contar conmigo para atizar el proceso así entendido, ahí me tendrá.
C. Diez-Pastor