Hace unos veinticinco años subí con mi hijo a la Sierra de Bernia. No lo digo para presumir de alpinista, que al fin al cabo la cima está a 1.128 metros. Además sólo llegamos hasta el Fuerte Bernia, a 803 metros, cuyo acceso por la cara norte de la sierra es poco más que un agradable paseo mañanero, sin necesidad casi ni de provisiones. Aunque una vez arriba ya nos habríamos comido un bocadillo del chorizo ese de Campofrío, que no recuerdo yo que lleváramos. Pero la vista panorámica compensa. Se contemplan, desde los restos del fuerte, sesenta o setenta kilómetros de costa y Mar Mediterráneo, desde Alicante hasta Jávea, Peñón de Ifach por medio. A nuestros pies, la blanca Altea.

Altea era ya entonces uno de los pueblos más prósperos de la zona, con su “caché” particular, favorito de artistas, preferido del turismo alemán, buenas tiendas y restaurantes. Todo ello pegado al mar, en medio de su magnífica ensenada entre El Albir y el macizo del Mascarat. Al Puerto Campomanes, o Marina Greenwich (por su asiento en el meridiano 000º 00’ 00’’), le pilló la crisis de los noventa, pero afortunadamente sobrevivió. En mi tiempo de Bancaja me tocó lidiar con algunos adjudicados en ese sitio, que estaba claro que no podía ser malo pese a alguna barrabasada arquitectónica. Llegaron luego algunas promociones de “gama alta” en terreno necesariamente limitado, entre la N332 y el mar: La Galera o Villa Gadea, la que fue aventura inmobiliaria de Julio Iglesias. Tan junto al mar no es fácil equivocarse.

Hace unos veinte años se saltó en serio al norte de la autopista AP-7. Ballester empujó Altea Hills y muchos promotores iniciaron la aventura de la Sierra de Altea, la escalada del Bernia por su ladera sur, hacia el norte en una franja de unos cinco kilómetros, que va desde el campo de golf Don Cayo hasta el propio Mascarat. Doctores tiene la iglesia de la ciencia urbanística, pero yo creo que aquí se cometió un error de planificación, por simple escala, como la imagen refleja.

Ese desarrollo de Sierra de Altea (en amarillo) es cuatro o cinco veces más grande que el propio casco urbano de Altea (en naranja). Y 300 metros de ascenso de cota en poco menos de 3 kilómetros de distancia en línea recta desde el mar, han generado muchas parcelas con desniveles importantes. Pero, pese a ello, se han vendido algunos miles de casas hasta que, subiendo, subiendo… nos faltó el oxígeno.

Es interesante estudiar el fenómeno. Algo así como “El Principio de Peter», ése de que la gente ascendemos en nuestro trabajo hasta que alcanzamos nuestro nivel de incompetencia. Pues eso mismo, en plan urbanístico. Se ha seguido subiendo en altura, hasta que la demanda se ha parado. Sin duda el proceso es más complicado, no es sólo urbanismo, es finanzas, es precio («value for money»), es servicios, es seguridad, es calidad constructiva, pero la cuestión del exceso de talla y la explotación de los terrenos marginales, tiene que ver con muchos problemas de urbanizaciones costeras, que han crecido en desmedida en base al éxito precedente.

Esta semana me he paseado por allí. La parte alta, al menos, da pena. Obras paradas, calles sin mantenimiento, derrumbes de pedruscos sin retirar, las acometidas eléctricas destrozadas, todas las farolas herrumbrosas e inoperantes. O desaparecidas. Me cuenta mi acompañante sobre una cuestión que nos debe preocupar a todos los profesionales: ¿quién es el extranjero que, anteponiendo las vistas y la indudable fuerza del paisaje a otros aspectos prácticos, se va a comprar una casa en un lugar rodeado de edificios abandonados o a medios construir? Si me perdonan los amigos de Solvia, como ejemplo, no basta con bajar el precio o dar buenos acabados a una vivienda. Hay que actuar concertadamente, Solvia con Caja Murcia, con Caja Rural, con Bancaja, seguro que con otras entidades atascadas por allí con producto en venta. El propio Ayuntamiento de Altea, hasta con los vecinos, deben pensar juntos en cómo combatir la sensación de ruina. Altea se juega su reputación y su futuro. Los propietarios, sus cuartos.

Tengo la suerte de conocer más o menos bien la Costa Azul o la Costa Amalfitana. Y les puedo decir que Altea no tiene mucho, o nada, que envidiar. Pero hemos estropeado cosas, no creamos que la culpa es ajena. No es irremediable, pero se debe actuar, corrigiendo el entuerto actual y evitando que se reproduzca.

Así que ya lo saben, para el próximo ciclo: ayuntamientos, bancos, tasadores, promotores, agentes. Equípense de… escalímetro y altímetro…

¡El bocadillo de chorizo nunca sobra, pero no soluciona!

La Asociación Profesional de Gestión de Adjudicados -apGA-, promueve estudios que ayuden a solucionar problemas relacionados con la falta de demanda en zonas afectadas por la crisis inmobiliaria. Como, a propósito, por qué el portal de información turística del Ajuntament d’Altea está en español y valenciano pero no en inglés o alemán…