¿Presidente del Gobierno?

¿Saben cómo se llaman los cordones que fijan la yema a la cáscara del huevo? ¿No, verdad? Tal vez exagero, sí que habrá algún lector que lo sepa. Imagino que los que críen gallinas, los aficionados a los crucigramas o los interesados en la reproducción ovípora en general. La respuesta: las chalazas. La dio un chico de quince o dieciséis años y le valió el campeonato de «baloncesto cultural» Cesta y Puntos (TVE) de 1966 al colegio Santo Domingo de Orihuela. Los españoles nos volcamos con esa competición durante varios años.

Podemos sentir orgullo sobre ese programa. Como hoy día, por ejemplo, de Saber y Ganar, cuya pervivencia en antena durante más de trece años me reconforta al hacerme sentir que no estoy solo frente a la inanidad de mucho de lo que nos ofrece la caja. Desde sus principios la televisión ha utilizado este modelo de programa, de más o menos “relleno”, aunque alcanzando esporádicamente enorme popularidad. En los años cincuenta, Twenty One (el de la película “Quiz Show”), tuvo a Estados Unidos en vilo varios años. Magnus Magnusson, presentó Mastermind en el Reino Unido durante nada menos que veinticinco seguidos, entre 1972 y 1997. Y los españoles de mi generación seguramente no habrán olvidado a Secundino Gallego, “El Hombre de los Pájaros”, que parecía saberlo todo sobre ellos –incluyendo identificar a gran número por su canto, y seguro lo de las chalazas- y que tras su paso por Las Diez de Últimas se reconvirtió de bedel a conservador del Museo de Zoología de Barcelona, autor de libros y recibió la cruz de Alfonso X El Sabio.

Lo que está en juego en este uso honesto de la televisión, con más o menos componente espectáculo, es la resonancia a lo ancho de la sociedad de la cultura de una nación, que sólo se aprecia en su valor cuando se profundiza. Usando otro símil deportivo diría que, como en el tenis, cuando de verdad se disfruta –dicen- es cuando se sabe jugar. La dificultad está en superar las primeras etapas –el saque, vamos-. Pero el verdadero atractivo, la fascinación, es poder atisbar el funcionamiento de la máquina más maravillosa y misteriosa de la creación: el cerebro humano.

Por eso cuando escucho el runrún de nuestros problemas y muy en particular el del desempleo juvenil, sobre el que insistentemente se culpa a la política, a las empresas, al “sistema” en su conjunto, según quien entone el “yo acuso”, me resisto a que a los jóvenes se les sitúe exclusivamente en la condición de víctimas: los jóvenes necesitan armarse con el equipo correspondiente para afrontar el mercado laboral con seguridad. Una de las piezas de ese equipo, no tengo duda, es la cultura. Porque estudiar y profundizar en la cultura, más allá del utilitarismo o utilidad de los cursos del INEM, mejora el rendimiento de esa máquina misteriosa, nutre la imaginación y aumenta los recursos dialécticos, cosas más importantes de lo que parece para encontrar un trabajo.

Por eso me sorprende que cuando el Servicio Público de Empleo Estatal –SPEE- habla de “Ocupabilidad”, aunque en términos generales pondera el nivel educativo, al construir el “Índice de Ocupabilidad” sólo incluye tres factores: la antigüedad en la demanda (12 meses o más), el ámbito de búsqueda (municipal o supramunicipal) y el número de ocupaciones demandadas (menos o más de tres). Analizar en profundidad la educación y la cultura y su efecto sobre el desempleo, así como fomentarlas por todos los medios a nuestro alcance, televisión e Internet incluidos o sobre todo, es un objetivo que el próximo Ministro de Trabajo debería fijarse como prioritario.

He oído al Sr. Corbacho lamentarse del “marrón” que le cayó cuando le hicieron ministro. Un «marrón», por cierto, que a muchos españoles ya les gustaría recibir. Pero cuando uno se mete en la página web de dicho SPEE y se encuentra con que el estudio que soporta el “Índice de Ocupabilidad” es de 2006 y utiliza estadísticas de… ¡diciembre de 2005!, hecho al que el Sr. Corbacho le ha pasado olímpicamente por encima en su etapa ministerial, mi confianza en que nos lleguen a dirigir buenos cerebros en lugar de una banda de capigorras es muy escasa.

Da a veces la impresión de que es Igor quien se encarga de la formación de los gobiernos. ¿O seremos los responsables nosotros, que le hemos hecho a Igor tan serio encargo?