“La Ley Electoral no facilita, sino que obstaculiza, tanto la labor diaria del Gobierno como la tarea de la oposición. Unos partidos pequeños, pero bien instalados en determinadas zonas de España, condicionan las decisiones de los grandes partidos nacionales. Además, el sistema electoral de listas cerradas ha contribuido a la transformación de los partidos políticos hasta convertirlos en partidos de empleados. Lo importante para quienes militan en un partido es conseguir un buen puesto en las listas cerradas y confeccionadas por quienes imponen la disciplina en la organización. Igual que sucede en las empresas privadas, el empleado fiel tiene su premio. Han sido archivadas las viejas teorías sobre los diputados con ideas propias”.

El párrafo es de un artículo (“De la ilusión política a la desilusión”) de Manuel Jiménez de Parga, que fue presidente del Tribunal Constitucional. Lo reproduzco porque estoy seguro de que plasma acertadamente lo que pensamos muchos españoles sobre la política y los debates vacíos.

Yo suelo esquivar la alusión a la Política porque considero que quienes nos representan no lo hacen, en general, ni legítima ni éticamente. Es por ello que me inclino a escribir de Economía haciendo abstracción del impacto que la Política tiene sobre ella, en la confianza de que algo se conseguirá trabajando sobre la primera para que progresemos, a pesar de la segunda. Pero, evidentemente, esto no es cierto y hay ocasiones en que hay que mojarse, o mejor dicho enfangarse.

Uno de los aspectos de nuestra Economía más manchados por la Política, y de rebote por la corrupción, es el Urbanismo. Jiménez de Parga concreta: “consideración especial tiene que darse a la corrupción en el ámbito de la ordenación del territorio, con calificaciones y recalificaciones urbanísticas para beneficio de quienes dominan los ayuntamientos”.

Yo añadiría que incluso sin llegar a la corrupción dolosa para beneficio individual directo, estoy convencido de que los ayuntamientos han hecho urbanismo con su propia financiación como primer, y a veces exclusivo, objetivo. No se ha trabajado sobre un modelo de ciudad, sino en la constante generación de nuevo suelo con el que financiar la hipertrofia de las estructuras municipales. Lo que es menos mediático que la conrrupción «dura», pero de consecuencias mucho más graves y extendidas.

Hasta que llegó el frenazo, que de súbito ha producido varios problemas inmediatos:

1. Los ayuntamientos, habituados a obtener recursos masivos del urbanismo, se han quedado secos por el parón de actividad y la imposibilidad de seguir calificando suelo. No pueden ni siquiera pagar sus gastos corrientes.

2. Los propios ayuntamientos tienen que dar servicio a una ciudad extensa, que ellos mismos han creado, sin recursos para ello.

3. Y lo más importante, el urbanismo de conveniencia ya materializado, no se puede “desmaterializar”. Está ahí, ejecutado o utilizado a medias y con mala marcha atrás. A diferencia del combustible agotado de las centrales nucleares, el urbanismo no se puede enterrar.

Y ello precisamente ahora, en que los nuevos criterios de sostenibilidad de las ciudades, culturales y normativos, van a obligar a un nuevo urbanismo. Las ciudades no pueden seguir creciendo con la idea de que el “urban sprawl” es la clave del bienestar de las familias. Se impone la “compactación” de la ciudad, algo que a la mayoría de ayuntamientos no les va a gustar nada. Porque saben que sin más suelo y más actividad inmobiliaria a su medida no van a poder pagar su deuda, que encima ahora quieren aumentar en 3.000 millones de euros más.

No tengo yo la solución a lo ya hecho. No creo que nadie la tenga clara. Pero desde luego me preocupan más los problemas de largo plazo de cosas mal hechas que van a pervivir muchos años que el que los ayuntamiento estén sin dinero. Lo importante es impedir que la cosa siga empeorando. Que es por lo que me parece que la propuesta que hace el profesor Jiménez de Parga es de lo más adecuada: que el urbanismo revierta competencialmente al Estado central. Ayuntamientos y comunidades autónomas: hands off!, que ya habéis roto bastante.

Pero… como en la oca, volvemos a la casilla número 1: ¿harán los diputados algo que interesa a la colectividad?