En enero del año pasado mi hija arquitecta y yo fuimos a Korsberga, un pueblecito del centro de Suecia, a visitar la fábrica de casas prefabricadas Trivselhus. Dos o tres días agradables, de frío intenso. Al regreso mi amigo Lars, que nos había acompañado, nos regaló a mi hija y a mí una barra de un kilo de «Björnströmslimpa”, pan anticongelante macizo. Pero cuando llegamos al aeropuerto de Landvetter –el de bajo costo de Göteborg- en el check-in nos reclamaron que nuestras maletas pesaban más de 10 kilos: calzoncillos largos y demás equipo ártico, junto con el pan, tenían la culpa. Querían que pagásemos exceso, excesivo, así que nos compramos una botella de agua y cumplimos condena: nos inflamos a pan y agua. Que no fue tal condena, porque el Björnströmslimpa estaba buenísimo (gracias Lars) y así conseguimos colar las maletas en cabina. A lo mejor es por eso que los diputados, los europeos y los otros, le esconden el cuerpo a lo del “low cost”, no sea que tengan que comerse los calzoncillos, como habría sugerido Chumy Chúmez (1), o peor, los papeles que arreglan nuestras vidas.
Así que a mí no me parece tan mal que viajen en “business”, que perjudica a nuestros bolsillos pero no desarregla sus estómagos ni nuestras vidas.
Yo ayer me subí al Easyjet de las 10 de Alicante a London Gatwick. No mal: avión nuevo, no iba completo y mi mujer y yo nos pudimos sentar juntos a pesar de que no habíamos escogido el embarque preferente. Y aunque los asientos no son reclinables, mi mujer hasta pudo echar un sueñecito en mi hombro, cosa que me sigue enterneciendo a pesar de los años. Por cincuenta euros o así que cuesta el vuelo no se puede pedir mucho más. Además Easyjet no se ha puesto tan policial como Ryanair en lo del equipaje, que últimamente se siente uno como un contrabandista cuando te hacen la prueba esa de meter la maleta en el artilugio que te la mide. Aunque por si acaso ya no transporto barras de pan, y menos de un kilo.
En el avión hojeé el periódico, invadido naturalmente por la polémica del derroche del diputerio. En las páginas de deportes me topé con una foto de Vicente del Bosque y Fernando Hierro -de la Selección Española de Fútbol, ya saben- sonriéndome desde los amplios asientos de la cabina de otro avión. Evidentemente viajaban en “business”. Pagado, si no estoy confundido, por el erario público, o sea mi bolsillo y el suyo de ustedes. Igual que el diputerio. Y sin embargo con el fútbol nadie protesta, se ve la cosa como tan normal.
En el caso de los diputados, la percepción es que disfrutan de prebendas. En el de los futbolistas, entrenadores y otros acólitos, que reciben un trato acorde a la importancia de su trabajo. De unos se pone en cuestión que se ganen el pan –vuelta al pan-, con el sudor de su frente, de otros, se tiene claro que sí lo hacen. Con el sudor de sus pies, cierto, pero sudor es sudor.
Así que mi conclusión es que no nos enfrentamos a un problema de dinero. Setecientos treinta y seis diputados viajando arriba y abajo cuarenta o cincuenta veces al año, son unos 30.000 vuelos. A mil euros, digamos, de sobre-coste o trinque directo, son treinta millones de euros al año, lo que no deja de ser una cantidad modesta a nivel de un continente de 500 millones de personas. El problema es que nuestros representantes en el Parlamento Europeo son percibidos como una clase cerrada de funcionarios de guante blanco, designada en base a favoritismo político, que se auto-perpetúa, legisla en su propio favor y vive de espaldas a los problemas de la sociedad a la que dicen representar. Y creo que se trata de una percepción más arraigada en España que en otros países de Europa, lo que hace sospechar que realmente es un reflejo de lo que sentimos hacia nuestra clase política autóctona. Nuestro diputerio (2).
Y aunque me los encuentre en la cola de mi próximo Ryanair no voy a cambiar de opinión.
Nota 1. En este contexto parecería obligado aplicar criterios de igualdad entre sexos y referirse también a lo de comerse la ropa interior femenina (las diputadas). Pero la cita es de Chumy Chúmez y habla exclusivamente de calzoncillos, por lo que ruego no se considere que esta alusión tiene ningún carácter sexista.
Nota 2. A lo largo de todo este «post» he tenido dudas sobre la ruptura del diptongo del término “diputerio”. Al no estar éste aceptado por la R.A.E., he pensado al principio que era correcta la derivación de “ministerio”, que sin embargo alude a una división del gobierno o al propio edificio que la aloja, lo que no resulta apropiado por aquello de la separación de poderes. Luego he pensado en romper el diptongo, utilizando “diputerío”, pero a falta de consultar el Diccionario Secreto de Cela, me parece que esa acepción no haría justicia a cuanto menos una de las dos partes. Al final he recogido del italiano la sugerente expresión “putiferio”, por “bordello”, que parece bastante ajustada y he optado por dejar el diptongo tranquilo. La realidad no está lejos, así que añadan acento al gusto.
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