En 1949 tenía yo dos años. Uno de mis primeros recuerdos es estar asomado, sujeto no sé por quién, a la ventana del cuarto de mis padres, que daba a la Calle Real de Santa Cruz de la Palma. Me caía en los brazos algo negro, que no supe entonces lo que era. Era ceniza. Debía de ser el 25 de junio y el día antes se había abierto un cráter en el pico Duraznero y se había producido lo que se dio en llamar el «Volcán de San Juan».
Al principio corrió la noticia de que el volcán pudiese ser de tipo “peleano” y que llegara a generar una mortífera nube ardiente como la que mató a casi 30.000 personas en Martinica en 1902. Pero afortunadamente no fue así, el volcán solamente se pasó mes y poco –oficialmente hasta el 3 de agosto de 1949- echando humo, cenizas y lava muy líquida que fluyó hacia el mar, no causó víctimas y generó en cambio un espectáculo diario para todos los palmeros que se quisieron acercar a contemplar el encuentro dramático entre la lava y el mar.
Años después cursé la asignatura de geología en la Universidad de Valencia, de rebote como tantas cosas en mi vida, y tuve la suerte de recibir la enseñanza de Don Manuel Martel, un ilustre geólogo que luego fue rector de la Universidad de Alcalá de Henares y académico de la Real Academia de Farmacia. Don Manuel era también palmero, de la villa de Mazo. Tenía pues, pese a no ser vulcanólogo como tal, una natural vocación hacia el tema, que me contagió en parte al regalarme su libro “El Volcán de San Juan”. Aquí al lado, junto al libro, tengo un trozo de lava petrificada de mi isla, que me sirve para tenerla presente y para recordarme que la corteza terrestre tiene una incurable tendencia a no estarse quieta. Y recuerdo además con aprecio a Don Manuel porque me puso un notable a final de curso, no sé bien si por la mineralogía o por la paisanía.
Este año hemos tenido un incidente volcánico relativamente menor, aunque ha causado un disturbio importante. El volcán Eyjafjallajokull –que digo yo que ya podían estos islandeses hacer como nosotros y ponerle un nombre pronunciable, para entendernos-, lleva un par de meses arrojando materiales a la atmósfera, que han complicado las cosas a muchos viajeros y causado pérdidas millonarias a las compañías aéreas, al turismo y a todo lo que tiene que ver con mover aviones.
Y aunque lo de ponerle la cincha a las fuerzas profundas de la Naturaleza es tarea imposible, trabajar en la predicción, por difícil que sea, se impone. Saben los geólogos que la sismología y la vulcanología son ciencias conexas, o la misma, y por ello me preocupa cuando leo hoy que nos estamos quedando en España sin vulcanólogos. Que los que hay, encabezados por Francisco Anguita, se están jubilando y no están siendo reemplazados. ¿Por qué? Sencillo, porque no hay dinero para eso. Y en época de recortes me imagino que todavía menos. Pues pese a los recortes, o en medio de los recortes, hay cosas en las que un país con una zona manifiestamente volcánica en su territorio no debería escatimar, como es el estudio de esta ciencia. La Palma tiene el mayor cráter emergido del mundo, la Caldera de Taburiente, ha tenido múltiples erupciones en su historia reciente, la última la del Teneguía en 1971 y es la tercera isla del mundo de más altura con relación a su superficie. Como tal, una isla de sismología y vulcanología a seguir. La creación de un “centro de vulcanología” en Canarias, como sostiene el Colegio Oficial de Geólogos, debería ser no solamente un mecanismo de estudio y previsión, sino un vivero de reemplazo, de ampliación realmente, de una clase científica en la que España no debería quedarse en la media, sino apuntar a la excelencia. Para beneficio propio y de la Humanidad en su conjunto.
Y a propósito de dinero, leo que “La Roja”, según Fútbol Finance, es la selección de fútbol más cara del mundo, valorada en 565 millones de euros por la “tasación” de sus jugadores, por encima de Brasil (515 millones), Francia, Inglaterra, Italia y otros pringaos que no se pueden permitir jugadores como los nuestros.
Lo cual me parece normal porque, al fin y al cabo, entre la fuerza de un volcán y la del fútbol, no sé claro quién se lleva… «la palma”. Krakatoas aparte, claro.
Otro día hablaremos de Astronomía y el Roque de los Muchachos…
Lectura recomendada: Pompeya, de Robert Harris
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