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Tomé un taxi en el aeropuerto de Frankfurt hacia Wiesbaden. Algo más de media hora en la oscuridad, así que tuve ocasión de charlar un rato con el taxista turco. En cuanto le dije dos palabras en mi rotoso alemán se dio cuenta de que yo era español y me confió que había tenido una novia granadina: “todo fue bien hasta que mi futura suegra se enteró de que yo era musulmán, ahí se acabó todo…”
Si pudiésemos medir sobre una escala el aprecio de la sociedad española por el mundo islámico, la aguja estaría en algún punto entre la ignorancia y el recelo, la indiferencia y la hostilidad. A la poca simpatía histórica se han unido en la última década los atentados terroristas del 11-S y el 11-M, que en la psique social han dejado una huella difícil de borrar. Y lo que seguimos escuchando es la violencia de sus conflictos, mezcla de cuestiones tribales-étnicas, religiosas o territoriales. Mejor quedarse al margen, dicta la prudencia. De ahí la reacción suiza con las mezquitas y el fomento de la exclusión.
Pero la realidad es que vamos a tener que vivir con nuestra vecindad con el mundo musulmán. Desde el año 2.000 nos llegan desde Marruecos entre 50.000 y 100.000 inmigrantes por año, entre 1.000 y 2.000 cada semana. Si en aquel año teníamos 200.000 marroquíes con permiso de residencia, ahora iremos por los 800.000, ilegales aparte. ¿Problema u oportunidad?
A corto plazo, en un país con más de cuatro millones de parados, mucha gente cree tener claro que seguir sumando inmigrantes que compiten con los locales en un mercado laboral en contracción, es un problema. Y además los inmigrantes demandan servicios, más problema.
¿Respuesta?: rechazo.
¿Y en el medio y largo plazo? Ahí ya es más difícil de juzgar la cosa. Si mezclamos por ejemplo el tema de las pensiones, el sentimiento es que la gente no quiere trabajar más años. Pero para eso hacen falta jóvenes que reemplacen a los que se jubilen. Y la situación europea –y España no es excepción sino ejemplo- es que perdemos constantemente población en edad de trabajar (15 a 64 años). Unos 25 millones en 25 años. Y mientras Europa perderá 25 millones, los países del MENA (*) ganarán unos 150 millones. Es lo que se denomina el “youth bulge”. Mientras la pirámide poblacional europea se ensancha por arriba, la de nuestros vecinos se ensancha por el centro. Complemento ideal, en teoría.
Una parte sustancial de esos 150 millones de personas, que es previsible que no encontrará suficientes oportunidades en sus países, emigrará. Así que por más rechazo que se produzca, la marea va a seguir subiendo.
¿Respuesta?: integración, respeto mutuo a las costumbres –religión incluida-, ayuda al desarrollo social en origen, política exterior inteligente, activa y equilibrada –en el conflicto de Israel y Palestina en particular-, cooperación. Parte esencial del problema es que el fundamentalismo anti-occidental, anti-americano, sigue cocinándose de forma permanente en madrasas y mezquitas. Y la única forma de evitar que siga aumentando va a ser la elevación de esas sociedades hasta que comprendan por sí mismas que la solución a sus problemas propios, traducidos en odio contra Occidente, no son las bombas. Y que se conviertan así en nuestros clientes, en lugar de nuestros adversarios.
Thomas Friedman en su libro Longitudes and Attitudes, analiza la génesis del grupo de terroristas que atentaron contra el World Trade Center. Esa gente eran mayoritariamente saudíes que estudiaron en Europa. Su falta de integración en la sociedad europea les llevó a refugiarse en mezquitas en las que el mensaje regular era el odio a “los infieles”. Leo que en España casi el 25% de los marroquíes visitan su mezquita a diario. Y también leo que España es el país de Europa donde los marroquíes se consideran peor integrados y más discriminados. Algo a pensar.
«My philosophy is that when I go out of my room, I’m prepared to love everybody I meet, unless they’re bad. If they’re bad, I’m prepared not to love them and to dislike them independently of the fact if they’re Jewish or they’re Black or White or Christian or Muslim” (“Mi filosofía es que cuando salgo de mi habitación, estoy dispuesto a amar a todo el mundo, a menos que sean mala gente. Si son mala gente, estoy dispuesto a no amarles y a que me disgusten, independientemente de que se trate de judíos, o sean negros, blancos, cristianos o musulmanes). Omar Shariff sobre la película “Monsieur Ibrahim”.
(*) MENA: Middle East and North Africa. Argelia, Bahrain, Egipto, Irán, Irak, Israel, Jordania, Kuwait, Líbano, Libia, Marruecos, Omán, Territorios Palestinos, Quatar, Arabia Saudita, Sudán, Siria, Túnez, Emiratos Árabes Unidos y Yemen. Ver Emerging Demographic Patterns across the Mediterranean and their Implication for Migration through 2030, Philippe Fargues, Center for Migration and Refugee Studies, the American University in Cairo, Robert Schuman Centre for Advance Studies, European University Institute, Florence, November 2008.
Supongo que los nubarrones negros de ahí encima nos habrán hecho pensar a alguno en lo de pedir en el metro… Yo siempre recuerdo una pequeña historia de la Novela de Tres Centavos, de Bertolt Brecht. A Fewkoombey, el soldado que vuelve cojo de de la Guerra de los Boers, le encarga Macheath (“Macky Navaja”) la tarea de alimentar a los perros de los mendigos. La ocupación es sencilla pero delicada: tiene que darles de comer lo suficiente para que no se mueran pero no demasiado, no sea que engorden y dejen de inspirar compasión. Como el trabajo le ocupa poco tiempo, pasa el resto del día leyendo medio tomo de una enciclopedia, de ésas de muchos, que le regala una vecina. El resultado es que después de algunos meses lo sabe todo sobre la letra “M”… pero absolutamente nada del resto del mundo del conocimiento.
Fewkoombey tiene la curiosidad y la pasión por aprender, pero carece de los medios. Nuestros jóvenes de hoy, y los menos jóvenes también, lo tienen todo a su disposición para aprender cuanto quieran. Sólo hace falta curiosidad y pasión por el aprendizaje.
Hay una cosa que los acontecimientos recientes nos están haciendo olvidar. Aparte de la crisis inmobiliaria y de la crisis internacional, nos acompaña una realidad que ha pasado a segundo término mediático pero está ahí, que es el fenómeno de la globalización de la producción y los servicios. Podemos confiar en que las crisis pasarán. Pero también podemos estar seguros que la globalización seguirá hacia delante.
Ninguno de los problemas que estamos viendo son consecuencia de un único factor, todos lo son de una mezcla. La globalización es parte de esa mezcla. Cuando los trabajadores de General Motors en Zaragoza se manifiestan porque ven su trabajo en peligro, detrás estará la crisis de liquidez o la crisis internacional de confianza, pero sobre todo está la globalización. Lleva años impactando sobre el sistema económico mundial sin que muchas economías occidentales estemos haciendo lo suficiente, o algo, para acomodar nuestra sociedad a esa nueva situación.
Mi manual de cabecera sobre el tema es el libro The World is Flat (2006) de Thomas Friedman. El autor, que ha ganado tres premios Pulitzer, desgrana en su libro los fundamentos de la globalización y sus propuestas para que Estados Unidos no pierda su liderazgo económico. La mayoría de sus razonamientos son directamente trasladables a nuestro país. En cifras de Friedman, China tenía en 1990 unos 375 millones de personas en situación de pobreza extrema. En 2001 eran 212 millones. En 2015 se espera que sean sólo 16 millones. Ese incremento de nivel de vida, basado sobre todo en una revolución educativa, no es sólo consecuencia de crear más riqueza, lo es también de drenarla de otros países. Léase crisis de General Motors, léase manifestación de Zaragoza.
Manifestarse con pancartas no va a crear empleo (supongo que los sindicatos no leen estas cosas). Hay que buscar más soluciones y creo que deben de ser del tipo de “qué hago yo, mientras por ahí arriba piensan en qué hacen”. La sociedad completa tiene que hacer un ejercicio de introspección y analizar qué cosas tienen que cambiar si queremos defender nuestro nivel de vida.
Nuestra mayor esperanza debe estar también en la educación. Me resulta de máximo interés la ecuación que propone Friedman: CQ, cociente de curiosidad + PQ, cociente de pasión por el aprendizaje > IQ, cociente intelectual. La suma de la curiosidad y la pasión por el aprendizaje es mayor que el propio cociente intelectual. El mayor efecto positivo de la revolución tecnológica que estamos viviendo es que prácticamente todo el que quiera tiene acceso a una ventanita como ésta sobre la que usted y yo escribimos y leemos, que se abre sobre el universo del conocimiento. Detrás de esta pantalla está TODO. Pero hay que tener curiosidad y pasión por aprender, y eso es lo que tenemos que imbuir en nuestros hijos, nietos, compañeros, empleados, amigos. La mejor ocupación mientras escampa es prepararnos para la post-crisis, aprendiendo y ayudando a aprender.
Y como he empezado con Brecht, aprovecho para incluir un clip de The Ballad of the Pimp de The Three Penny Opera, con Alan Cumming y Cyndi Lauper (53 años… para los que se lo pregunten). El Tony Award que recibió me permite publicarlo pese a su contenido un poco subido de tono para un blog supuestamente económico. ¡A ver si ayuda a animarnos!
P.S. Ya sé que hoy tocaba hablar de Obama. Su discurso ha sonado bien, pero me he inclino por la indicación bíblica: «por sus hechos los conoceréis».
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