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«Ah, the children. It’s always the innocents who suffer» (Juego de Tronos)
Otro año la amenaza de molicie navideña me ha puesto a pensar, por contraste, un poco más allá de la comida y los regalos. No lo puedo evitar. Quisiera tener el oído selectivo ese de unas ranas chinas, o australianas, que sólo oyen lo que les resulta interesante, eliminando biológicamente todo el ruido de fondo. O sea que oyen al macho o hembra por aquello de perpetuar su especie, o la cercanía de cualquier otro animal que coma ranas –por lo mismo-, pero no la cascada cercana u otras cosas que les son indiferentes. Nosotros no podemos, por más que lo intentemos. Una pena, porque ruido hay mucho.
Sobre todo porque la Navidad, más allá de una celebración cristiana, se ha ido enredando con tradiciones festivas –anglosajonas, escandinavas- y un profuso mercantilismo que las ha convertido en un totum revolutum con lucecitas de colores que se extiende desde el “Black Friday” hasta las rebajas. No me llamen aguafiestas. Respeto la religión y creo que el cristianismo tiene toda la razón y derecho de celebrar estos días. Y me gusta la vida en familia, ver a mi gente y compartir la felicidad de los niños, que es mi mayor felicidad. Y recibir noticias de amigos de los que no sé hace tiempo, aunque anda eso de la amistad epistolar un poco depreciado con tanta informática, que a veces no sabes si te felicita Javier o Hal 2000.
Pero me remuerde la conciencia. La mía. Me remuerde por tanto plan de qué comemos y qué compramos cuando sigue tanta gente por ahí pasándolo mal. Este año me he fijado, y no me lo quito de la cabeza, en lo de los sirios rescatados en el Mediterráneo por un barco científico español. Casi doscientas personas, de las cuatrocientas que se apiñaban en la bañera oxidada que surcaba en mar, entre ellas 61 niños, que fueron desembarcados, afortunadamente sanos y salvos, en Sicilia. Para acabar en un campo de tiendas de campaña, sospecho que sin arbolito de navidad ni juguetes. Los musulmanes, si es que estos lo son, porque en Siria había bastantes cristianos, no celebran la Navidad, pero seguro que a sus niños les gustan igual los juguetes, la comida, el calorcito. Como de tantas tragedias de ese cariz, para Nochebuena ya no se hablará de ellos. Ya no se habla de ellos. No sabemos quiénes son, no sabemos dónde están, no sabemos qué será de ellos, no sabemos bien qué drama estaban tratando de dejar atrás. Seguro que no nos deja indiferente cuando vemos las noticias, pero no sabemos cómo resolverlo.
Resolverlo no, pero algo sí podemos hacer. Yo este año he decidido acudir al antiguo método del “sablazo”. Te encuentras a un amigo o conocido por la calle y sin aviso le espetas: “oye, ¿tú me prestarías veinte euros? Tienes que decir que es un préstamo, aunque tu amigo sepa que no se lo vas a devolver. La verdad es que veinte euros no llegan muy lejos hoy en día. Si no nos toca el reintegro del décimo de la lotería de ahora mismo tampoco nos va a matar el disgusto. Así que tu amigo te acaba dando los veinte euros. Tal vez pierdas un poco de su estima. Es un riesgo que hay que correr. Así que daos por sableados: “oye, ¿tú me prestarías veinte euros?
¿Sí? Bueno, pues no me los des… envíaselos a Save the Children.
Aquí están sus cuentas:
Santander: ES13 0049 0001 5224 1001 9194
Caixa Bank: ES89 2100 1727 1202 0003 2834
BBVA: ES83 0182 5502 5800 1002 0207
Bankia: ES81 2038 1004 7168 0000 9930
Espero conservar tu estima. ¡Feliz Navidad!
Salí el día de Navidad por la mañana, una excepción soleada a las últimas jornadas de lluvia persistente. Esperaba cruzarme con algún papá jugando con un coche de radio-control mientras su hijo le reclamaba que el juguete era suyo, con niñas en sus primeros pasos sobre patines… pero la calle me pareció la escena de una novela de Saramago. ¿Saben de ésa en que el mundo entero se queda ciego? Pues yo me imaginé algo semejante: ¡no había niños! El mundo eran todo personas ancianas paseando perritos. Al volver a casa puse la televisión: efectivamente, estaban desapareciendo los niños, que eran sustituidos por perritos. Al principio no nos habíamos dado cuenta, pero cada vez iban naciendo menos, las maternidades habían ido cerrando, sobraban colegios. Y los ancianos vivían cada vez más, el negocio del futuro era criar chihuahas… Pero bueno, como era Navidad me pegué un lingotazo de coñac y parece que se me pasó la alucinación.
Pero anoche lo vi claro. Escuché en la radio a la señora Margarita Delgado, que es una doctora en sociología, especialista en demografía, que trabaja para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Habla sobre fecundidad y trayectoria laboral de las mujeres. Me hace entender que no alucino, que de verdad está pasando, que los niños desaparecen. En pocos minutos suelta unas pocas referencias clave:
• En 1985, un tercio de los niños eran terceros hijos. En 2006, menos del 10%. Lo que todos sabemos, donde era típico que las parejas tuviesen tres o cuatro hijos, hoy son uno o dos. O ninguno.
• España está en la cola de Europa en ayuda a la familia y a la maternidad, junto a Grecia e Italia.
• Con 29,4 años de edad media, también estamos en la cola en cuando a primeras maternidades, junto a Grecia, Reino Unido y Suiza.
• Tenemos una tasa de fecundidad de algo menos de 1,4 hijos por mujer. Aunque ha repuntado algo desde 1,2 de hace diez años, seguimos por debajo de la reposición.
La señora Delgado propone tres frentes de actuación:
1. Más ayuda estatal. Reconociendo la crisis, el crecimiento demográfico está en la base de la economía del futuro. Si no reponemos, nos caemos.
2. Más ayuda de la empresa: fomentar las bajas paternales. Que las empresas, y los hombres, acepten que es natural que “ellos” tomen la baja para cuidar de los hijos y permitir que las mujeres no sufran tanto en su desarrollo profesional.
3. Más ayuda en el seno de la familia: que los hombres participen más en las tareas domésticas y el cuidado de los hijos, algo en lo que seguimos por detrás, también, de los países con mayor fecundidad.
No quiero apropiarme más de las conclusiones de la señora Delgado, pero las dejo explícitas, porque me parece que tienen un montón de sentido.
No cita, en la radio al menos, que nos quedan algunos pequeños problemas adicionales a resolver, como el desempleo juvenil, que mal pueden muchos jóvenes plantearse la paternidad si no tienen trabajo o seguridad en el mismo. O el de la vivienda, con el que pasa cosa parecida, cómo vas a formar un hogar si no tienes casa.
A partir de todo ello, podría meterme en honduras, como la coincidencia de esta cuestión, que es grave, con políticas oficiales sobre el aborto, cuyas cifras se disparan, el sexo juvenil o la distribución de preservativos con cargo a los presupuestos, pero la verdad es que no me apetece. Al fin y al cabo es domingo por la mañana y estoy aquí escuchando a Nat King Cole. Y además tengo que salir a pasear al perro…
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