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Allá por 1940, la política en Estados Unidos sobre la guerra que explotaba en Europa andaba dividida entre los «intervencionistas» y los «aislacionistas». O entre quienes creían que la amenaza de Hitler y su partido nazi era una cuestión limitada al ámbito europeo y los que pensaban que era una amenaza global. Levantándose de la crisis de «La Gran Depresión», los americanos de a pie, por su parte, estaban más ocupados en la compra de un nuevo frigorífico que preocupados porque Hitler hubiese invadido Polonia. ¿Poland? ¿Where is that?
En Europa se había pasado por varias etapas en que unos gobiernos pensaban que con Hitler se podía negociar y otros (con Churchill a la cabeza), que sabían que la única solución era derrotar militarmente a la Alemania nazi.
Roosevelt, presidente en Estados Unidos entre 1933 y 1945, intentó en un principio cumplir con unas y otras inclinaciones de su país, de lo que fraguó la llamada Lend Lease Act de marzo de 1941: Estados Unidos ayudaría en términos materiales (barcos, aviones, armas), teóricamente como préstamos aunque con la sospecha de que nunca serían reembolsados, a los países implicados en el conflicto europeo. Sin involucrarse militarmente. Hasta el final de la guerra Estados Unidos aportó equipos por un monto que se ha estimado en USD 49.100 millones de la época.
Hasta que en diciembre de 1941, dos años después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, el ataque de Japón (aliado de la Alemania nazi desde un año antes en el llamado Axis) a Pearl Harbour, convenció al pueblo americano de que la solución con los nazis no era un problema sólo material. Ni de otros: era su problema. Y ahí se inclinó la balanza de forma definitiva.
Por supuesto con África no estamos, ni estaremos, en guerra.
Y sin embargo, la respuesta europea a la emigración africana nos trae reminiscencias de aquella triste época bélica. Los países europeos no se ponen de acuerdo en cómo responder y la ciudadanía europea (o al menos la española, estamos convencidos) ignora todo o casi todo sobre la realidad social o política de África (¿Sudán, Mali, Costa de Marfil, Ghana? ¿Dónde está eso?). Estamos ocupados con la polémica de los taxistas o el riesgo de que la mala cosecha de malta haga que escasee la cerveza: ¡eso sí que son problemas!
Así que a falta de acuerdo y de preocupación pública, la solución del actual manual es… ¡el aislacionismo! Barreras más altas, concertinas sí o no, algún barco más suponemos, más radares o aviones. Todo bastante militar, ¿no? Pero ni siquiera en serio, porque cuando el Sr. Juncker ofrece financiación adicional, se habla de EUR 53 millones, que es algo así como el 0,0003% del PIB de la Unión Europea.
De lo que nadie (o casi nadie: José Borrell, lo ha citado como «el primer problema de Europa» y Pablo Casado, ha mencionado hace unos días la idea de un «Plan Marshall» para África), parece darse cuenta, es de que ni muros, ni radares ni concertinas van a parar el aluvión. La explosión demográfica de África es de tal dimensión que no hay más remedio que implicarse con gente y recursos económicos (que la Unión Europea tiene, si quiere) para solucionar el problema, allí. No en mitad del Mediterráneo, ni en Algeciras ni en Lampedusa, ni en Turquía: en Senegal, en Marruecos, en Sudán, en Etiopía…
¿Cómo hacerlo?
Nos da para otro artículo. Pero ya avanzamos: tomándoselo en serio: gente y «pasta». Como lo del Lend Lease, los pilotos y los aviones. África crece en población por encima de 30 millones de personas año. La respuesta tiene que ser proporcionada.
Y otra pista: no es sólo una necesidad, también es una oportunidad…
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